1

495 14 1
                                    

Liam

– ¡Buen día, señor! ¿Lo mismo de siempre?
– Sí, por favor – le confirmo a Zoé.
– ¡Por supuesto! –responde con entusiasmo.

Cuando no estoy de viaje en Francia o en el extranjero, vengo aquí todas las mañanas, con los expertos en café y té: El Temple Coffee. Nada mejor para empezar el día. Siempre me reciben con una sonrisa calurosa y el servicio es muy atento. Me impresiona la memoria de esta mesera – Zoé, según su delantal personalizado – que sabe exactamente cómo me gusta el café. Negro, sin leche ni azúcar, mediano y para llevar. Al igual que sabe que la mujer frente a mí lo toma doble con un toque de leche y que el señor a mi lado toma un macchiato .

– ¡Listo! ¿Y hoy no habrá bagel? – me pregunta con una mirada de complicidad.
– No, gracias. Eso sería todo.
Ella toma el dinero que le doy.
¿Cómo le hace para siempre estar de buen humor? ¿Estará igual de sonriente al final del día?
– ¡Que tenga un excelente día, señor! – me desea, entregándome el cambio.
– ¡Gracias, igualmente!

                                ***
Siempre salgo de aquí más relajado y lleno de energía que cuando entré. Este lugar tiene un ambiente mágico, atemporal. Mi ritual continúa con la degustación de mi deliciosa bebida. Aprovecho el viaje en taxi para responder unos cuantos correos y hacer un recuento de las citas del día. Al parecer, hoy será tan intenso como siempre. Así ha sido el ritmo desde que mi padre por fin decidió soltar un poco las riendas. Fue necesario un infarto para convencerlo.
                                
                                 ***

– ¡Liam! ¡Aquí estoy! – me llama Hugo cuando por fin llego al restaurante a la hora de la comida.
– ¡Lo siento, amigo, se me hizo tarde!
– No te preocupes. Ya pedí tu comida.

Hugo Delmotte, abogado especializado en divorcios y preciado colaborador del despacho. Sin duda mi mejor amigo en París. Soltero, con 31 años. Igual que yo. Bueno, no realmente. Él se casó y ahora está divorciado. E irónicamente para un abogado de divorcios, ahora sólo ve a su hija Nora, de 5 años, cada dos fines de semana.

– Entonces, ¿cómo te fue en tu velada romántica con Alice? – me pregunta.
– Peor de lo que piensas.Terminamos. Es demasiado aburrida esa chica.
– ¡Dices lo mismo de todas las mujeres que conoces!

Mi reputación de seductor (o de patán que las abandona después del sexo, según el punto de vista) no es un secreto para nadie. Dicho esto, siempre he sido honesto acerca de mis intenciones. Lo esencial en mi vida es mi carrera. Soy joven, brillante, con muchas responsabilidades. Estoy en mi mejor momento profesional. Así que por ahora, no quiero comprometerme en una relación. No pienso desconcentrarme. Estoy esperando a alguien verdaderamente fuera de serie.

En fin, esa es la versión oficial, la que la mayoría encuentra aceptable y que parece verosímil. Después de todo, un treintañero que quiere disfrutar la vida antes de comprometerse es algo muy banal. La versión real es mucho más obscura. Tan obscura que me esfuerzo en mantenerla escondida en un rincón de mi mente, donde llevo años intentando mantenerla bajo control, a pesar de que siempre logra escaparse cada noche.

– ¿Quieres que te diga algo? – me interroga Hugo, regresándome súbitamente a la realidad. – La mujer perfecta, ya sabes, esa que es tu mejor amiga, tu amante y tu esposa, ¡no existe! ¡Es obvio! ¡Así que puedes seguir buscando a tu chica fuera de serie, pero nunca la encontrarás!

Desde su divorcio, he escuchado ese monólogo sobre las mujeres unas treinta veces. Luego continúa diciendo, divertido al parecer.

– Mierda, Liam, las mujeres… Son unas manipuladoras. Quieren parecer comprensivas, fiesteras, cálidas. Y una vez que te enamoras de una de ellas, ¡PUM! ¡Se acabó la fiesta!
– Deberías cambiar de profesión, te está afectando ver parejas destrozándose todo el día – lo provoco riendo.
– ¡Exacto, hablemos de eso! ¡Uno de cada dos matrimonios en París termina en divorcio! – insiste, remarcando cada palabra golpeando la mesa con la punta del índice.
– ¡Entonces comprenderás que quiera disfrutar al máximo mi soltería! – le comento con una sonrisa. – De hecho, tú también deberías hacer lo mismo!
– Sí, es fácil decirlo… Te recuerdo que yo no tengo tu cuerpo de dios griego…
– No me vengas con eso. Ambos sabemos bien cuál es tu problema – le respondo gentilmente.

Coffee, Sex and Law-Avril Rose Donde viven las historias. Descúbrelo ahora