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Liam

Un sentimiento extraño me invade cuando entro al Temple Coffee para buscar mi acostumbrada bebida matutina. ¿Tendrá algo que ver con la actitud anormalmente fría de la mesera cuando vine con mis amigos y esas dos mujeres ayer? Hay que decir que yo era el único en sus cinco sentidos y los comentarios estúpidos estallaron. Es la última vez que vengo aquí con amigos de borrachera. Sobre todo si están acompañados por dos cazafortunas descerebradas. Y pensar que una de ellas hasta se tomó la libertad de sentarse en mis rodillas. Ya estoy muy viejo para esas idioteces.

Nunca debí haberlos traído aquí. Es un lugar que no quiero compartir con nadie.

Cuando veo a Zoé, el efecto es inmediato. De pronto me siento bien.

Sin duda es debido al hecho que ella es una de las pocas cosas estables en mi vida de locos. Un ritual reconfortante. Una visión que me tranquiliza.

La observo mientras le sirve a los clientes formados frente a mí. Esta mañana reina una tensión palpable que no logro explicar.

El otro mesero, Victor, le habla discretamente de vez en cuando, con el ceño fruncido y pareciendo enojado. Creo que entiendo lo que sucede: la linda mesera está aguantando los reproches de su jefe. Este último no tarda en dejar el lugar, visiblemente enojado.

Mucho mejor, prefiero ser atendido por Zoé.

–Buenos días, Señor. ¿Lo de siempre?– me pregunta sin siquiera mirarme.
– Sí, gracias.

Normalmente no es tan esquiva… Intento captar sus ojos, tan brillantes siempre. Pero no hay nada que hacer, su mente está en otra parte.

Apenas algunos minutos más tarde, ella sostiene con una mano mi vaso de cartón con la marca «Le Temple Coffee» mientras intenta ponerle la tapa. Sumergida en sus pensamientos, tal vez perturbada por los recientes reproches de Victor, comienza a desesperarse e intenta una famosa técnica: la conocida como «de un golpe seco».

El vaso se dobla bajo el efecto de su gesto insensato. Y entonces tiene el igualmente famoso reflejo de «mandar todo al diablo».

La escena parece desarrollarse en cámara lenta. Todos los clientes ven junto conmigo el líquido caliente volar por los aires. Pero a diferencia de ellos, yo estoy en primera fila. Algunas gotas del café que sale expulsado queman mi rostro y se deslizan insidiosamente hasta mi nuca, provocando una contracción instantánea en mi columna vertebral. La mayor parte de la bebida se derrama sobre mi camisa blanca inmaculada, haciendo que esta se pegue a mi piel. Me quedo boquiabierto, sin saber qué hacer e incapaz de hacer el menor movimiento, bajo las miradas atónitas de los espectadores. El café ha formado un impresionante charco negro a mis pies. Tal vez no debí haber elegido el tamaño extra grande esta mañana. El aroma del café derramado invade mi olfato.

– ¡Oh mierda! – exclama ella, cubriéndose la boca con una mano y la mirada llena de terror. – ¡Lo siento!

La veo rodear precipitadamente su mostrador para venir a constatar más de cerca la magnitud de los daños causados a mi ropa.

El tiempo parece detenerse. Observo a las personas a mi alrededor, sin poder moverme todavía. Sin duda, están esperando mi reacción.

Zoé está blanca como un fantasma. No deja de lanzar miradas aterradas hacia la puerta de entrada, sin duda temiendo el regreso de Victor. Afortunadamente para ella, este no vio su espectáculo de torpeza.

Hago un rápido balance de la situación y me encuentro dividido entre las ganas de gritar (¡Mi traje es un Dior, maldita sea!) y las ganas de reír frente a lo cómico de la situación y las caras que hace. Finalmente, es una tercera reacción la que me viene naturalmente: me quedo tranquilo, preguntándome si todo esto realmente está pasándome.

Coffee, Sex and Law-Avril Rose Donde viven las historias. Descúbrelo ahora