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En una noche lúgubre, un astro omnipresente se alza ante los oscuros paramos de la soledad, su esencia baña con fulgor las fronteras de un mundo ensombresido por sus decisiones, pero no es la Luna quien hace acto de presencia, ni tampoco el Sol, es una mujer, tan blanca como las grandes montañas gélidas de antaño, profundos luceros donde incluso los propios agujeros negros quedan anonadados por su omnipotencia. Diferentes civilizaciones la llamaron a su manera, pero este día, yo le llamo Itzel.
Desde mi ventana puedo observar aquel majestuoso paisaje, los deseos que siento por estar con aquella mujer son tan grandes que comienzo a elevarme, mis pies dejan de tocar el suelo, me acercó cada vez más aquélla magnificencia, las ciudades comienzan a verse pequeñas e insignificantes, los países y continentes parecen islas secas y moribundas, puedo ver que mi mundo no es más que un pedazo de roca y agua en comparación a las grandes obras arquitectónicas del universo, mi cuerpo asciende hacia los confines del mundo, hay estás amada mía, a millones de kilómetros de mí, y a pesar de eso puedo sentir tu calor acariciando mi ser, comienzo a golpear con mis pies la materia oscura que nos rodea, camino sin oposición, cada paso que doy, es un paso más que me acerca a ti...pero el camino que hoy recorro con pasión, no será nada fácil.
A unos kilómetros de mi, comienzan a surgir dioses y leyendas, primero decenas, luego cientos de millones, se alzan con un propósito, conquistar tu corazón, aún así sin importar que se me encarede, peleare por ti amada mía.

La lucha inicia, en los albores del espacio frío y solitario, es el escenario de una masacre cósmica, desde lo alto llueven dioses muertos, impactando en las tierras infertiles de un mundo olvidado, gritos y lametos son las notas que surcan los extensos paramos del infinito. En la oscuridad yacen cadáveres de dioses infinitos, condenamos al olvido al igual que las razas que los vieron nacer, la sangre baña mi cuerpo, derramandose en pequeños ríos surcando mi piel, sigo mi camino, mis pasos son más lentos que antes, pero siguen con la misma firmeza y dedicación, pero aún así esto no ha acabado.

La existencia se rompe en un centenar de pedazos, se abre, creando miles de gargantas profundas y retorcidas, un evento que trasciende a todas las realidades, las propias entidades cósmicas y celestiales llegaron, seres más antigüos que el propio tiempo, los cimientos del multiverso tiemblan, creadores, devastadores, señores del todo, gigantescas criaturas de más de un kilómetro de altura, cubiertos de armaduras divinas, incluso más pesadas que una estrella de neutrones, verdaderos moustros cósmicos, aún así, no me rendire, incluso si todo el multiverso se alza, peleare hasta mi último aliento, ¡sin retirarse ni rendirse jamás!
Golpes, temblores, rayos y truenos se desatan, nuestro poder se libera convirtiendose en luz cegadora de mundos. Aquélla mortandad apenas había comenzado, cuando ya se podía apresiar los miembros desmembrados de algunas de estas entidades cósmicas surcando aquel espacio oscuro y vacío, brazos, cabezas y cuerpos de los que alguna vez fueron los reyes del multiverso, ahora solo son recuerdos insipidos de un pasado decadente.
   La diferencia de tamaños entre aquellas deidades y el mortal, era gigantesca, era la viva representación de la raza humana encarandose a la naturaleza del firmamento, cada intercambio de golpes destruía mundos incluso a millones de años luz de distancia, los gritos de aquellos celestiales fracturaba la realidad, nuestra omnipotencia desgarraba la eterndad, en este punto la mente y la materia se distorcionan, generando un caos que se propaga por toda la existencia, era una guerra sin presedentes, como una visión borrosa y quebrada, la misma batalla tomo lugar en cada universo y realidad imposibles de contar, arrasamos, destruimos, el propio fuego de las grandes estrellas se extinguió, los agujeros negros se devoraron así mismos, la eternidad cruje y se quiebra, la extinción de todo el multiverso por fin habia llegado.

En el último oscaso del infinito, en el último aliento de la eternidad, un hombre cayo ante muchos, uno que peleo y vivió por amor, las estrellas brillaron una última vez, los cielos se despedazaron, la cosmología del todo fue corrompida, hubo explosiones y tempestades...y despues...silencio.
En un lugar frío y distante, donde no quedan más que cenizas y polvo, un verdadero cementerio universal, una luz perdura, sigue igual de hermosa y pura aún después de todo este genocidio, una luz que todo lo abarca, sus caricias llenan de calor mi cuerpo, las heridas que una vez tuve, se desvanecieron, su sola presencia cura todo lo que una vez viví.

- Peleaste hasta el final, pero, ¿porqué? - me preguntaste llena de preocupación.
- Eres el amor de mi vida, aún cuando estas lejos de mi, lo que siento por ti no cambia en absoluto, te lo dije una vez, tal vez aún lo recuerdes...juntos por siempre y para siempre, te amo con la misma pasión y deseo de la primera vez que te vi - dije con voz entrecortada por el cansancio.

Las lágrimas no se hicieron esperar, te bese como nunca lo había hecho, tus lágrimas cayeron en el abismo sin fondo al que alguna vez llamamos universo, fueron tan bellas que fecundaron ese espacio moribundo, nuestro amor fue tan poderoso que comenzó a recrearse toda la realidad, los mundo volvieron a nacer, la lujuria que emanaba de nuestros cuerpos fue tan vasta que forjó de nuevo las grandes estrellas, su fuego bañaba los planetas como antes, en esos gloriosos días de antaño.

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