-Capítulo dos.-

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Capitulo dos.

Titulo: Kubo y sus amigos.

17/08/18.

Editado: °<°b

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Una mañana, poco antes del mediodía, Leonardo se hallaba abstraído en la lectura de un curioso manuscrito que le dejó su maestro Hector Rivera el verano anterior, cuando, como de costumbre, había venido de una ciudad distante a pasar unos días con su dicípulo. Hector acudía todos los veranos a la casa de Leonardo, y los días que pasaban juntos eran muy felices para ambos. Hector era viejo y gozaba en ése y otros países de una fama de sabio que le atraía el respeto de los principes y la admiración de todo el mundo. Leonardo era su discípulo, y como poseía una casa junto al mar, allí donde el clima era benigno, Hector venía todos los años a visitarle. Traía viejos manuscritos, los comentaba con Leonardo, y de esta manera se iban los días sin hacerse sentir.

--------El verano pasado.------------

Una tarde cualquiera, repentinamente, Hecor dijó:

Empieza el otoño, Leo, y esto indica que debo partir.

Leonardo le encaminaba hasta el otro lado de los montes, y después regresaba a sus estudios, sus meditaciones, su vida quieta y apartada. Hector le había dicho muchas veces:

A pesar de tu juventud, has aprendido muchas cosas que desearían conocer los sabios de grandes y blancas barbas. Ha llegado el momento de irte conmigo. Yo estoy viejo; moriré pronto tal vez, y quiero que tú continúes mi enseñanzas.

Pero San Juan movía la cabeza y se negaba humildemente.

No sé nada-comentaba, tranquilo- Más tarde te seguiré.

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Y he aquí ahora estaba leyendo uno de los manuscritos de Hector, junto a una ventana. Dentro de poco llegaría el verano, y el viejo maestro aparecería por los montes, trepado en su burrito manso, al viento las grandes barbas, camino de la casa de Leonardo. Entonces Hector podría explicar muchas cosas que Leonardo no entendía.

Sumido en su lectura, Leonardo parecía tan alejado de todo como si fuese el último hombre que quedara sobre la tierra, un hombre ya desposeído de pasiones, salvo aquella del saber y de profundizar en lo sabido.

La casa estaba en absoluto silencio. Junto a la puerta dormía el minino, tendido al sol. La criada de Leonardo preparaba la comida, sin hacer ruido. Un pájaro volaba ante la ventana. Y el mar estaba quieto.

Fue un momento como aquél, tan tranquilo y amable, el que eligió el destino para cambiar la vida de Leonardo. De pronto resonaron unas risas alegres, hubo un inesperado bullicio de voces juveniles, y el gatito comenzó a maullar con insistencia. Leonardo, perdido en su lectura, tardó en oír estos ruidos inesperados. Pero eran tan repetidos, tan tenaces, que los percibió por fin, lleno de asombro.

Dejó descansar el manuscrito sobre sus rodillas (pues estaba sentado) y prestó atención. Las voces y las risas eran, sin duda, de chicos jóvenes. Sonaban muy cerca, como si estuvieran frente a la casa.

"Es extraño-pensó Leonardo- nunca viene nadie por estos lados."

Y se quedó inmóvil unos minutos, escuchando reir. Hacia mucho tiempo que no oía reír tan gozosamente. ¡Y con qué regocijo parecía maullar el gato!

Leonardo se levanto, dejó sobre una mesa el manuscrito y se asomó a la ventana. Frente a la casa no había nadie. Un poco más lejos, entre las rocas había, unos muchachos reían y charlaban. A veces llegaba hasta muy cerca de ellos una ola, y esto los obligaba a huir, dando agudos gritos. El gato corria con ellos "¿En que momento salió?", maullaba. Leonardo reconoció a su gatito y se asombró de verlo participar de la alegría de esos muchachos. Hasta ahora había sido un buen compañero de sus excursiones por las montañas, y nada más. Era un gato casi siempre silencioso, sin amigos, como su amo. Y repentinamente se ponía a jugar con unos desconocidos, le maullaba a las olas, y saltaba en la arena, como un chiquillo travieso.

El primer impulso de Leonardo fue el de llamar a su gato, pero se contuvo. Acodado en la ventana, se quedó conteplando a los desconocidos. Eran casi de la misma altura. Uno de ellos, el mas bajo, se había colocado en la cabeza una flor, vestía con elegancia, sus movimientos eran ágiles y bellos y su risa ponía de repente en la vida de Leonardo una música desacostumbrada, amable y tentadora.

Aquel muchacho que llevaba una flor, se detuvo en lo alto de una roca y miró hacia la ventana en que estaba Leonardo. Fue una mirada en la que la curiosidad se unía al rejocijo. Leonardo pudo a duras penas resistirla. Sintió como si le apretaran el corazón, pero sin dañarlo. El muchacho se inclinó a hablar con sus compañeros, y todos miraron un instante hacia la ventana. Leonardo no supo qué se dijieron. Solamente los oyó reír poco después.

Ya sacó la cabeza de su madriguera-fue lo que dijo el muchacho de la flor.-

Y es una linda cabeza-comentó un azabeche, con ironia.-

¡Tks!...tonterias-dijo el tercer muchacho.-

Jajaja tranquilo De la Cruz, Hiro es todo tuyo-declaró con gracia, el de la flor.-

Leonardo no oyó nada. De haber oído una sola palabra, ya no estaría en la ventana. Una fuerza invencible lo retenía allí mirando. ¡Que hermoso era ese joven! ¡Que luminosa alegría!

En ese momento, Leonardo oyó una voz a su espalda.

Ya eh servido la leche, el pan y la miel-dijo la anciana que cuidaba de Leonardo.-

Voy enseguida-respondió el muchacho.-

Y continuó mirando por la ventana, deseoso de vivír súbitamente una vida distinta, de ser feliz, de charlar y reír entre aqullas rocas, burlándose de las embestidas absurdas del mar.

¡Que juventud!-dijo la anciana, que no se habia apartado de su niño- ¡Encantadores muchachos! No siempre se ve algo parecido por estos rincones.

Leonardo se volvió hacia la vieja y sonrió vagamente. Posó la mirada en el manuscrito, oyó reír a los muchachos, y se dirigió con lentitud hacia el baso de leche que le aguardaba en otro cuarto.

La viejita siguió sin hacer ruido. Como casi nunca hablaba con el joven, ahora sentía el deseo de soltar la legua.

Es kubo-murmuró-el sobrino de Don Raiden.

¿Cual de ellos?-preguntó Leonardo.-

El que tenía una flor en el cabello
-contesto, simple.-

¿Y cómo lo sabes?-el tono de su voz era curioso.-

Eso no lo ignoran ni siquiera los peces, aunque nadie se dé el trabajo de contárselo-respondió la viejita, riendose con fuerza.-

¿Y quien es Don Raiden?-pregunto otra vez, Leonardo.-

También eso lo sabe todo el mundo. Don Raiden es el marcader más rico de la comarca. Cuando alguien mira el mar y ve que muchos barcos van y vienen, no se engañan si se dice: Todo eso es de Don Raiden-contestó con calma.-

No lo sabía-murmuró Leonardo, y comió silencioso su pan y su miel.-

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Nuestra Leyenda.°||Kuaban.||°Donde viven las historias. Descúbrelo ahora