Capítulo Segundo

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Después de conducir de regreso hacia el pequeño poblado, con la mente llena de pensamientos atribulados, Tom decidió quedarse a pasar la noche en aquel lugar, ya que no tenía ningún deseo de conducir más de tres horas en plena noche hasta llegar a su casa. Además le parecía peligroso.

—A ver si hay algún buen lugar aquí— se dijo a sí mismo al momento de buscar en el teléfono móvil algún tipo de alojamiento y lo encontró justo en el centro, frente a la iglesia.

Diez minutos después se registró en la recepción de una hermosa casona vieja convertida en hotel & suites, dejó el auto en el estacionamiento y como se sentía sediento y con calor, decidió entrar en un chiringuito con sillas de madera clara y alegres sombrillas color verde limón, que estaba fuera del hotel. Se sentó en la terraza, junto al barandal de herrería negra, con vista a la calle y estaba indeciso entre pedir una cerveza helada o una botella de tinto de su propia marca, cuando un ruido lo distrajo.

En el aparcamiento, un enorme Jeep Wrangler color negro reluciente entró a toda velocidad, levantando una nube de tierra.

Tom entrecerró los ojos para evitar que el polvo lo hiciera lagrimear y vio, para su enorme asombro, a Bill bajando de un salto, luego de acomodar el Jeep al lado del resplandeciente BMW

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Tom entrecerró los ojos para evitar que el polvo lo hiciera lagrimear y vio, para su enorme asombro, a Bill bajando de un salto, luego de acomodar el Jeep al lado del resplandeciente BMW.

Al verlo, Tom gimió para sus adentros. Ahora Bill llevaba su sedoso cabello rubio recogido en una coleta baja y algunos mechones dorados y rebeldes habían escapado de la coleta para enmarcar su rostro asombrosamente bello. Vestía una camiseta negra sin mangas que se pegaba a su torso y dejaba al descubierto sus trabajados bíceps y las mismas botas de montar resonaban con su caminar en la piedra aún caliente del suelo.

Tom lo vio saludar efusivamente a varias personas locales, y no esperaba que aquel rubio fuera a dirigirse en línea recta hacia él, pero se equivocó y Bill se acercó hasta quedar cerca de Tom, quien tenía la boca hasta el suelo.

—Hola Tom —saludó algo avergonzado, y Tom sacudió la cabeza para reordenar sus ideas. Ese Bill que le saludaba no se parecía en nada al Bill furioso que había dejado hacia una hora en su casa.

—Hola Bill — contestó, sonriendo de lado, y Bill no respondió inmediatamente.

—He venido a buscarte para... compensarte por mi descortesía —le dijo, después de una evidente lucha interna para encontrar las palabras correctas, y Tom puso cara de póker.

—Oh vamos, ¿Cuál descortesía?— se levantó y le ofreció la silla que estaba frente a él en una muda y elegante invitación. Bill se sentó, aun sintiéndose impactado por esa galantería de Tom, como si fuera un personaje literario sacado de una novela de los años veinte.

—No deseo que pienses que soy grosero o engreído, ni nada por el estilo —musitó el rubio.

—No pienso nada de eso — murmuró, sonriendo al pasarle la carta.

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