Epílogo.

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2 años después.

La vida en el bello Priorat seguía siendo apacible y pacífica. Los campos sembrados con flores de manzanilla exhalaban su aliento dulcemente durante la aurora, y los miles de viñedos estaban totalmente llenos de enormes uvas; el tiempo de la cosecha estaba llegando, y los trabajadores despertaban con el alba para empezar la recolección y transportar sus cargamentos a la enorme fábrica, llamada Gusto Di Vino, propiedad del consorcio Kaulitz&Trümper, que hacía un año y medio, trabajaba sin pausas, creando aquel elixir rojizo tan codiciado por el mercado. Los frutos de Priorat, que sobrevivían firmemente a la dureza de la tierra y a un clima más bien extremoso, habían resultado ser dulces y de un extraño sabor cítrico y exótico, y cada día, había más demanda de sus productos.

Una fresca mañana del mes de noviembre bañaba de sol cada rincón del lugar, incluyendo la casa con el número trece, de la vereda del rosal silvestre. Aquella pequeña casa que había visto pasar interminables fiestas, comidas y veladas en sus suaves sofás color turquesa, y en la intimidad de su comedor de cristal, que aun era adornado con frescas y esponjosas rosas amarillas.

El lugar estaba exactamente igual que cuando Tom lo había comprado hacía dos años, la única diferencia era un pequeño establo levantado al costado del jardín, en donde los dos caballos que ahí moraban, tomaban un desayuno de granos y vegetales que los mantendría calientes. El encargado de los caballos, y la encargada de la casa, eran parientes directos de la nana de Bill.

En la pequeña casa, la chimenea dejaba escapar volutas de vapor por el tiro hecho de ladrillos rojos, y de la cocina escapaba el delicioso aroma del café recién hecho y de panqués calientes, hechos con especias y azúcar hilado. El ambiente era de calma absoluta.

El apuesto dueño de la mitad de las acciones de la fábrica, Tom Trümper, se encontraba de pie sobre las claras duelas de la cocina, y mientras daba leves sorbos de su taza de café y miraba al jardín por los enormes ventanales, pensaba en lo agradable que era su vida en aquel pequeño pueblo. Nunca se lo podría haber imaginado, ni él, ni sus padres, ni sus amigos quienes se habían burlado dándose codazos entre ellos, para después reconocer que Tom había logrado formar una gran vida en la que ahora vivía en una felicidad permanente y absoluta, y todo se debía a aquel increíble joven de rubios cabellos y mirada de miel, que ahora dormía en la habitación principal de la casa.

Tom lo amaba locamente, y no se imaginaba un futuro sin él.

Habían tenido algunas dificultades en el ajuste de las cosas, como era normal en todas las relaciones, sobre todo cuando ambos jóvenes informaron a sus familias sobre el amor que se profesaban y sus intenciones de vivir juntos.

Ambos padres, tanto de Bill como de Tom no se sintieron tan sorprendidos, puesto que sabían algo sobre las inclinaciones de cada uno, pero aceptaron su decisión sin casi problemas. A la madre de Tom le había costado un poco de más trabajo, sobre todo por hacerse la idea de que jamás tendría nietos, pero la impresión se le había pasado en cuanto vio al pequeño Zac por primera vez.

 A la madre de Tom le había costado un poco de más trabajo, sobre todo por hacerse la idea de que jamás tendría nietos, pero la impresión se le había pasado en cuanto vio al pequeño Zac por primera vez

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