◾Lo que soy◾

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Advertencia: Puede haber lágrimas, ¡Quedan avisados!

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Hacía frío, mucho.

Las épocas invernales nunca habían sido tan frías. El señor Julien lo atribuyó a un buen presagio. Pensó que se debía al pequeño bebé que dormía en una cuna hecha de hojalata.

—Mi bebé —susurró, al tiempo que miraba con ternura al pequeño niño albino.

Sus mejillas estaban sonrosadas y el color contrastaba perfectamente con el tono de su piel. Era como una rosa brotando entre la nieve, en cada una de sus mejillas. El pequeño se parecía más a su abuelo que a su padre, oh y tambien a su madre: tenía los mismos ojos azul glacial y el mismo cabello rubio platinado, al igual que... escondía algo, un poder. El poder del hielo. El señor Julien lo sabía, lo sentía, e iba a entrenar a su pequeño bebé Zane justo como su madre hubiese querido.

Los meses pasaron como un soplo, y con ellos, se completaron años. El señor Julien descubrió que la paternidad no era una tarea sencilla, por suerte, Zane había demostrado ser un niño independiente y maduro para su edad. Con tan sólo siete años de edad, su hijo había demostrado un intelecto superior a los niños de su edad, construyendo maquinaria complicada. Le gustaban los robots, mucho. Era lo que más amaba ensamblar. Y también, le gustaban las aves.

En su hogar no habían muchas por el frío, por eso amaba acompañar a su padre a las aldeas cercanas, cuando iban a comprar víveres. El señor Julien dejaba a Zane en una plaza, con la intención de que su hijo jugara con otros niños, mientras él aprovechaba para comprar comida, entre otras cosas. Cuando volvía de sus compras, encontraba a su hijo con mucha compañía, pero no humana. Eran aves. Aves de todas especies, incluso las que no podrían estar juntas debido a su naturaleza. Y Zane las acariciaba entre las plumas y les hablaba, y cantaba... Era uno de sus talentos ocultos. Su voz era única, capaz de callar el ruido a su alrededor.

Y Zane también amaba bromear.

No importaba la edad de la persona con quien hablara, siempre conseguía obtener una carcajada de sus oyentes. Su sentido del humor era una joya, y le hacia desear al señor Julien que todos los humanos tuviesen un "interruptor" que encendiera ésa chispa que Zane poseía por naturaleza.

El señor Julien amaba a su hijo, tanto como un ave puede amar la libertad, o un marinero el océano, incluso más.

Constantemente se preguntaba qué sería de él, un solitario hombre viudo, viviendo solo, inventando solo... sobreviviendo solo. La idea era impensable, inhumana, y dejaba de existir en cuanto escuchaba la melodiosa risa de su hijo, quién siempre iba a estar, y nunca lo iba a dejar. Nunca.

Una tarde de diciembre, en el cumpleaños número quince de Zane, el señor Julien y él se encontraban preparando una cena, dispuestos para celebrar. El padre del muchacho tenia una sorpresa especial para él. Había estado toda una semana diseñando los planos de un halcón robótico. Tenía planeado obsequiárselos a Zane y que de ése modo juntos pudieran construirlo.

El muchacho rubio preparaba un estofado, ajeno a la emoción de su padre. Zane era tan bueno en la cocina como lo había sido una vez su madre. Él no pudo conocerla. Su padre le hablaba mucho de ella y le decía que era exactamente igual, y en qué aspectos eran idénticos. El señor Julien numeraba una cualidad tras otra, rápido y con emoción... y de pronto, dejaba de hablar y apretaba los labios, como si hubiese estado a punto de dejar un secreto escapar de su boca.

Y lo estaba.

Zane no tenia idea de que era nieto del maestro original del hielo, su padre no se lo diría, no podía. Tenía miedo. Temía perder a su hijo de la misma forma en la que había perdido a su esposa, sin embargo, hay algunas cosas que no podemos evitar.

Lo que soy [Ninjago] ||Oneshot||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora