V. ¿El precio del conocimiento? Sólo un ojo y flagelación

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Al llegar a la jefatura salté de la patrulla antes que Judy pudiera frenar por completo, dando varios pasos desequilibrados a un lado. Escuché su queja, pero no le presté atención, necesitaba distraerme de la furia que estaba consumiéndome, como un pequeño monstruo que fuera a poseerme. Entré a la central de la policía como un demonio, casi sin ver por dónde caminaba, lo único que me importaba era llegar a Informes, tomar una computadora y empezar a buscar coincidencias de casos anteriores que tuviera que ver con los símbolos.

Traspasé el umbral de Informes y busqué con la mirada a Nirr; no estaba. Cierto, su turno ya había terminado. Fui hasta su escritorio y me senté, tecleé en la base de datos de la policía algún caso que tuviera símbolos extraños, como letras o algo parecido. Me aparecieron más de trescientos resultados.

—A ver...

Tomé un lapicero del escritorio de Nirr y, tratando con todas mis fuerzas ignorar el frío mortal que pululaba en Informes, empecé a dar golpecitos en el escritorio. ¡Tap!, ¡tap!, ¡tap! Trescientos resultados eran algo exuberante, demasiado para poder investigarlos antes de que el animal matara a otra víctima; no diría otro inocente porque siendo sincero, Natalie no era un florecita, y mi sentido zorruno me decía que tampoco lo eran aquellos lobos.

Desplegué las opciones de búsqueda del sistema, y desmarqué «grafitis» y «marcas de bandas», dejando sólo las que estaban sin identificar. Abrí otra pestaña y repetí la búsqueda, sólo que en lugar de colocar «crímenes» y «símbolos», coloqué el nombre de Natalie Jane. El historial, por llamarlo de algún modo, de la loba era peculiar: poseía dos arrestos en su adolescencia por desorden público y exhibicionismo. Graduada en geología y especializada en joyería, fundó una pequeña tienda de joyas y piedras preciosas, donde se vendía cualquier accesorio al que se le pudiera colocar una piedra brillante. En su registro aparecían una hermana ya fallecida y sus tres hijos, Jork, Aleh y Patrick, con respectivas fotografías.

Por un breve lapso no reconocí al animal que estaba en la foto de Jork, porque se veía completamente distinto al que yo había conocido, por lo que supuse que debía de ser una foto de su universidad. La hija, Aleh, era la copia exacta de la madre: pelaje blanco nieve, ojos tan azules que parecían de cristal y que expresaban una frialdad casi de ultratumba, de un animal que no conoce la piedad. El ultimo, Patrick, tenía un porte tan... ¿cómo decirlo?, ¿atractivo?, no, más bien seguro, autosuficiente, cautivador; un ganador en toda regla. A diferencia de la madre y la hermana, Patrick tenía el pelaje amarillo oscuro y unos ojos verde intenso.

Más abajo del expediente de Natalie Jane aparecía que (y supongo que por eso es que estaba tan detallado) trabajó con la empresa de reubicación de familias que Leonzález tenía antes de lanzarse a alcalde. Le di clic al enlace que aparecía sobre el trabajo entre ambos, pero éste me redireccionó a una carpeta vacía. Frustrado por no conseguir nada, intente buscar más cosas, pero no había más información.

Maldita sea, ¿cuál era el halo de misterio en aquella loba? ¿Por qué todo lo referente a ella era de tan difícil acceso?

—Toma —escuché una voz a mi lado. Estaba tan inmerso en lo que había leído que no me había dado cuenta que Zanahorias estaba detrás de mí; di un respingo leve. La vi colocar un vaso de papel en el escritorio—, para que no te congeles.

—Gracias, Pelusa. —Quería decirle «cielo» o «corazón», o alguna cosa cursi, porque ella estaba al tanto de mí, pero como estábamos en Informes, rodeados de animales que no tenían mejor cosa que hacer que estar pendiente de transcribir y, como quien no quiere la cosa, cualquier chisme jugoso que flotara en el aire, me callé.

Tomé el vaso, tenía café caliente y casi sin azúcar, tan fuerte que bien podía levantar muertos a lo Thriller.

—No he encontrado nada sobre la Madre Teresa —le hice saber a Judy—. Nada relevante. Aparecen sus estudios, una hermana muerta, sus hijos, que trabajó con Leonzález y ya.

OthalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora