El sonido de un hilo tan frágil como tu alma

El Fular Rojo Con Lunares Amarillos

No quería enamorarme, no estaba preparado. Tampoco lo estaba para afrontar la dura decisión de devolver ese precioso fular. Pero siempre hay una primera vez para todo y ésta había llegado. Me había quedado dormido en lo alto del depósito, abrazado al fular. Bajé y me dirijí hacia su casa.

-Din Don- Resonó el timbre

No se oyó otra cosa aparte del eco incesable del timbre desbaneciendose a medida de que pasaba el tiempo. Timbré otra vez y nada. Estaba a punto de irme cuando una cara más brillante que el sol abrió la puerta. Era ella. Estaba temblando y sudando, las palabras se me quedaban en la punta de la lengua y las tragaba nuevamente, no era capaz de escupirlas, de especular ninguna oración con sentido. Asombrada me especuló:

-¿Tu no eras el chico de la biblioteca?

-Sss...ss...sssss...si- Le dije tartamudeando.

Ella se empezó a reír y yo me incorporé posteriormente. Me relajé. Era como si el amor me sujetase con sus tenazas mi lengua mojada  y no me dejase hablar. 

-Te venía a devolver el fular...te lo dejaste allí.

-¡Ah! Aquí está. Muchas gracias.

Sonreí vagamente y me sonroje. Estaba incomodo pero ella me transmitía seguridad. Le dije que tenía unos ojos bonitos y me sonrió. Me despedí sin saber que decir y ella hizo lo mismo. Cuando hablas a una persona que quieres por primera vez es algo inolvidable. Subí a ver a la anciana...ésta me abrió con gusto. Mientras preparaba nuevamente té me dediqué a buscar por  la casa algo curioso y vi una vieja armónica junto con la foto de su marido. Ella se acercó a mi y me dijo que había sido de él. 

-Cógela, intenta tocarla.

-Pero no sé.

-Yo tampoco sabía comer y me enseñaron, ven cuando puedas y te enseñaré.

-Gracias.

Le conté lo ocurrido y me felicitó...había dado un nuevo paso en el amor, le había ganado una batalla empedernida, atrevida, pero no la guerra; para eso me quedaba un largo camino, o igual no tanto.