Capítulo 4

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Mis ojos se habían quedado pegados al televisor. No podía creerme la noticia que estaba siendo transmitida. Era algo impensable. Zi Tao no podía haber sido capturado por el cuerpo especial de policía que coordinaba ChanYeol.

Mi mente vagaba por el día en el que había decidido alejarme de él. No dejaba de pensar en cómo sus ojos me expresaron todo el temor que sentía a una vida sin mí. Pero, sin pensarlo, lo dejé atrás. Y, ahora, tenía las consecuencias de mis decisiones. Porque imaginarlo preso en una celda, siendo torturado por los hombres de ChanYeol, en especial, por JongIn, me había hecho darme cuenta de que aún lo amaba y que prefería una vida mísera a su lado que tenerlo lejos y desprotegido.

Me dirigía a mi habitación. Ya en ella, rebusqué en el armario hasta encontrar una caja llena de polvo que dejé sobre la cama. Cogí un pantalón negro bastante elástico y una camiseta ajustada del mismo color. Por fin, abrí la caja. Sonreí nada más ver el mensaje que había cosido a la espalda de aquella hermosa chaqueta de cuero negra. "Daddy's property", todo escrito en rojo para que resaltara. Mi rostro se hizo más retorcido cuando cogí mi antigua arma, también guardada en esa caja. Hice peripecias con mi bate para ver si mis habilidades seguían intactas, descubriendo con gran regocijo que así era.

Metí ambas cosas, dinero y mis documentos de identificación falsos en una bolsa de viaje. Poco tardé en llegar con mi coche al aeropuerto. Allí tuve que esperar un buen rato para que saliera el vuelo Canadá-Corea, tanto que di un brinco de felicidad cuando por los altavoces anunciaron que pronto saldría. Aunque tanta felicidad se convirtió en nervios cuando ocupé mi asiento. ¿Aceptaría Zi Tao mi ayuda? ¿Tendría a alguien más? ¿Me seguiría amando? Saqué la foto que llevaba en mi cartera. En ella, Zi Tao y yo aparecíamos tumbados, con los ojos cerrados, frente contra frente y con dos sonrisas que delataban nuestros sentimientos.

- Nunca debí haberte dejado.

-OOOO-

Me había dado cuenta durante el vuelo de que siendo un chico débil no conseguiría sacar a mi hombre de prisión, así que llamé al yo que nunca había dejado ser, ese ser loco que amaba tanto a Zi Tao, para conseguir mi propósito. Con mi tarjeta de crédito, había usado parte de mis ahorros en comprar un ordenador con el que poder averiguar cosas sobre la vida de JongIn. Sorprendentemente, el susodicho estaba casado con una tal Soo Jung y tenía una hija de cinco años. Solo necesité darle a unas cuantas teclas para descubrir el colegio donde estudiaba la pequeña.

Unos días de espionaje fueron suficientes para saber su rutina y, como era obvio, decidí ir a por el miembro más débil, la niña. Bastó con ir a la hora del descanso y acercarme a la verja vestido de arlequín para captar su atención.

Me gané bastante rápido la simpatía de las profesoras, mintiéndoles sobre que era un chico que me encargaba de poner siempre una sonrisa en la cara de los niños, ya que esa era mi gran pasión. Me dejaron entrar y quedarme al cuidado de cada uno de los bichos paticortos que allí había. Me repugnaba la idea de tener que pasar tiempo con ellos, así que me apresuré a hacerles algunos trucos para cautivarlos y, después, les pedí que cerraran los ojos para jugar al escondite todos juntos. Con sumo cuidado, di unos golpecitos en los hombros de la hija de JongIn. Ella me sonrió al abrirlos, a la vez que yo le indicaba con un dedo en mi boca que guardara silencio.

La niña saltó a mis brazos confiadamente y de allí escapé por la misma puerta del colegio, que las profesoras habían dejado medio abierta para que saliera cuando me fuera preciso. Suspiré cuando llegué a la furgoneta que había alquilado, dejando a la pequeña tumbada en la parte trasera.

- Pequeña, toma esto – saqué un bote con zumo de mi bolsa, que la pequeña aceptó encantada. Nada más bebérselo, cayó dormida por las hierbas que había mezclado con el jugo -. No me lo tengas en cuenta. Odio a tu papá, a ti no. Bueno, a ti solo un poco. Es que eres una niña y... uhg.

Tan pronto como me cambié de ropa, arranqué el coche camino a uno de los refugios de Zi Tao. Nada, ni nadie, podría hacer que mi plan fracasara. Ni siquiera el dispositivo que llevaba la furgoneta adherido para saber su localización. Esta vez, había sido más listo que nadie, incluso, que Kim JongIn. 

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