Capítulo 2: Daniel

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Era la tercera vez que el CD volvía al principio, y no eran precisamente pocas canciones. Llevaba horas conduciendo; el cielo había empezado a adquirir un degradado de tonos azules, del color más claro al más oscuro. A medida que avanzaba hacia ninguna parte, veía pasar carteles de desvíos a ciudades que no conocía, uno detrás de otro,alejándola de su casa, si es que quedaba alguna casa que dejar tras ella. No había nada por lo que volver, no tenía nada. Y por no tener, no tenía ni un destino.

La noche se le echó encima, y decidió salir de la carretera. Se detuvo en un camino estrecho, escondido por árboles. Apagó las luces y el motor. Y cerró por dentro. No había visto a nadie de camino, ni a pie ni en coche, pero toda precaución era poca. Dormir con la sensación de estar en un lugar seguro era algo que ya se le antojaba desconocido. Sin salir del vehículo, se acomodó en el asiento trasero y se puso a buscarla palanca para acceder al maletero. Tenía que haber una forma de echar uno de los respaldos hacia adelante y no tardó en encontrarlo.Tanteó con la mano y juntó todo lo que había. Un bote de aceite para el coche (vacío).Una bolsa de plástico de supermercado (vacía también). Una esterilla para cubrir las lunas(rota).

Y una manta larga.

Sin duda, era su día de suerte. La ola de calor a la que se había visto expuesta quedaba a unos cuantos cientos de kilómetros y la temperatura... estuviera donde estuviese... había bajado por la tarde. Lo había notado lo suficiente como para subir las ventanillas del coche. Y como para agradecer el haber encontrado la manta.

Subió el respaldo después de arrojar en el maletero todo lo innecesario y adoptó una posición fetal, tapando las piernas. Dejó escapar un enorme suspiro, inmersa en el silencio, y cerró los ojos. Hacía unas horas estaba al borde del desmayo en medio de una carretera infinita, y a la noche estaba durmiendo protegida y al fresco en un coche que, aunque viviera tres vidas, no conseguiría pagar. En resumen, había sido un golpe de suerte. Un milagro, no tanto por lo obtenido si no por lo conservado. Seguía con vida, de una pieza. No podía pedir más. Su mente le jugó una mala pasada y le hizo recordar sus risas.

Cerró los ojos con fuerza y por instinto, apretó los muslos. Quiso pensar que hubiesen sido benevolentes y que le habrían disparado en el acto, sin sufrimientos. Hubiese quedado tendida en el suelo, al lado de aquel desconocido con el balazo en la cabeza. Cabía la posibilidad de que fuera el dueño del coche con las ventanas tintadas, y con pesar se preguntó qué habría visto o a qué se habría enfrentado para verse incapaz de continuar. En qué estaría pensando para llegar a un tope a nivel psicológico y decidir terminar de aquella manera en un baño en medio de la nada. Solo, con sus últimos pensamientos, responsables de su último acto.

Echó un vistazo a la mochila. Hubiese preferido encontrar agua, pero dos armas de fuego... incrementaba su esperanza de vida, al menos las posibilidades de poder defenderse.

Prácticamente llevaba oro en la espalda, en un mundo de ricos sin dinero.


Despertó bruscamente en medio de la noche. Soñó que la sujetaban por las muñecas con fuerza. Por más que gritaba, nadie acudía. Por más que forcejeaba,no conseguía soltarse. Estaba sola. Y los gritos se perdían hasta que su voz quedaba ahogada en la nada.

Tuvo que mirar alrededor para saber dónde estaba. En ese momento su respiración acelerada era lo único que llenaba el interior del coche. Decidió bajar una de las ventanas para refrescarse un poco. El aire fresco de octubre mecía los árboles y también calaba dentro de la ropa. Al agudizar el oído podía escuchar grillos en medio del campo. ¿O se lo estaba imaginando? Pensándolo bien, hacía tiempo que no escuchaba el cantar de ningún pájaro, ni había visto a ningún animal. No quiso preguntarse qué habrían sido de ellos. ¿Qué sería del mundo sin los animales, incluso sin los insectos más pequeños? Una vocecilla en su cabeza le contestó que no duraría mucho. Sí, los grillos estaban cantando, les estaba escuchando. Después de todo, la naturaleza seguía su curso y el sol seguía saliendo, en un mundo más silencioso de lo que había visto en mucho tiempo.

NUEZ VACIAWhere stories live. Discover now