Capítulo 23

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-Bueno, más o menos –me imagino que mi sonrisa debía de ser bastante desvaída-. En realidad, no del todo. Además, no deberíamos alegrarnos por eso –añadí.

-No, supongo que no deberíamos. Y están los demás, por supuesto.

-Sí, están los demás... Están los demás, es cierto –corroboré yo.

-Sin embargo, aunque los demás estén ahí –repuso, mientras seguía plantado frente a mí con las manos en los bolsillos-, en realidad no cuentan mucho, ¿verdad?

Intenté replicarle lo mejor que pude, pero me sentía desfallecer.

-Depende de lo que quieras decir con "mucho".

-Sí –dijo con su característica flexibilidad-, ¡todo depende!

Tras decir esto, sin embargo, miró de nuevo la ventana y se dirigió hacia ella con su paso incierto y meditativo. Se quedó un rato allí, con la frente pegada al cristal, absorto en la contemplación de aquellos estúpidos arbustos que yo conocía tan bien y del sombrío paisaje de noviembre. Yo contaba siempre con la coartada de mi labor, que en esta ocasión me sirvió de salvoconducto hasta el sofá. Intenté calmarme concentrándome en ella, como solía hacer en aquellos momentos de suplicio que ya he descrito, cuando yo sabía que los niños se encontraban inmersos en algo que a mí me estaba vedado y, al igual que entonces, obedecí a la costumbre de prepararme para lo peor. Pero de repente, mientras trataba de interpretar el azorado silencio del niño, me invadió una extraña impresión: la impresión de que esta vez había ciertas cosas que no me estaban vedadas. Esta intuición se había intensificado tanto al cabo de unos pocos minutos, que se transformó en una certeza directa de que era el niño quien en esta ocasión permanecía marginado. Los paneles y el marco de la amplia ventana representaban para él una especie de fracaso. Sentí, en cualquier caso, que esta vez se había quedado fuera (o dentro). Seguía siendo encantador, como siempre, pero no estaba cómodo; me di cuenta de ello con un estremecimiento de esperanza. ¿Acaso no estaba mirando por aquella ventana embrujada para intentar ver algo que no conseguía ver? ¿Y no era la primera vez que esto le ocurría desde el comienzo de todo el asunto? Sí, era la primera vez, la primera de todas; y creí ver en ello un magnífico augurio. Su fracaso lo había llenado de ansiedad, aunque trataba de dominarse. Había estado impaciente todo el día, incluso mientras, sentado a la mesa, desplegaba sus más exquisitos modales, y había tenido que recurrir a su increíble talento para maquillar su estado de ánimo. Pero cuando finalmente se volvió a mirarme, me pareció que todas sus fuerzas habían sucumbido.

-¡Bueno, creo que me alegro de que Bly sí me siente bien a mí!

-Seguramente lo habrás visto mejor que nunca en estas últimas veinticuatro horas. Espero –añadí valientemente- que te hayas divertido.

-Oh, sí. He ido más lejos que nunca; he recorrido millas y millas por todos los alrededores. Nunca me había sentido tan libre.

Realmente, tenía unas maneras muy peculiares, y yo apenas lograba ponerme a su altura.

-Y bien, ¿te gusta?

Me miró sonriendo, hasta que finalmente expresó su pensamiento en palabras.

-¿Y a ti?

Esas tres palabras contenían más significado del que jamás he visto reunido en una frase tan breve. Sin embargo, antes de que me diera tiempo a reaccionar, Miles continuó, como si pensara que debía suavizar la impertinencia que había cometido.

-Me parece encantador que te lo tomes de esta manera, porque, ahora que nos hemos quedado solos, me parece que tú estás más sola que yo. ¡Solo espero –añadió- que no te importe demasiado!

Otra vuelta de tuercaWhere stories live. Discover now