Cosas de hermanos 2

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Marina
Me escondo rápidamente entre las ramas de un árbol. Esto de jugar al escondite con todos los niños del pueblo es una pasada. Nada más llegar arriba me encuentro con Oliver a mi derecha. Le digo mediante señas que no haga ruido, y que él revise por la derecha y yo por la izquierda para ver si vemos a Raúl y Samuel (nuestros primos) que ligan la partida. Pasan unos minutos hasta que los logramos divisar. Andan por la carretera, los dos alerta. Me escondo un poco más en el árbol, pero crack, una pequeña rama a mi derecha se rompe. Raúl se gira. Me quedo quieta en el sitio. Bien Marina, eres una genia... maldigo para mis adentros. Oigo como los dos chicos discuten.
- Tío no le des más vueltas, seguro que ahí no hay nadie.- se queja el pelirrojo. 
Raúl bufa, pero no se da por vencido.
- Marina, Oliver e Isaac pueden llegar hasta ahí perfectamente.- dice
Samuel va ha volver a replicar, pero Raúl es más rápido. Cierra los ojos y al instante se produce un fuerte viento al lado del árbol. Las ramas se mueven descontroladamente y siento que Oliver y yo nos vamos a caer. Cojo a mi hermanito y vuelo lo más rápido que puedo.
- Marina y Oliver.- oigo decir a Samuel dese abajo.
Me quedo quieta. Pues nada, nos han pillado. Bajo y me apoyo en el suelo.
- Ay Marinita, que lo del árbol ya no funciona.- ríe Raúl.
- ¿Tú habrías encontrado algún lugar mejor?- pregunto.
- Pues claro, yo SIEMPRE encuentro los mejores lugares para esconderse.- bromea él y luego se ríe.
Suelto una carcajada.
- Venga Marina, al banco.- nos echa Samuel
- Ya voy, ya voy. Adiós.- le digo, y salgo volando hacia el banco.

Emma
Contengo la respiración. Oigo como Samuel y Raúl siguen andando una vez Marina y Oliver se han ido. Les sigo con sigilo. Según oigo, ahora quieren ir a por Isaac, pero que les va a costar un riñón hacerlo.
- Bueno, más nos costaría encontrar a Emma.- dice Raúl.
Samuel asiente. Tengo que contenerme para no soltar una carcajada. Si ellos supieran... Entonces, se me ocurre algo. Acelero un poco y llego hasta la pequeña ermita del pueblo. Lleno una bolsa de patatas fritas que me comí esa tarde con agua de la fuente. Y espero. A los pocos segundos les oigo subir por la cuesta. Espero un poco más a que estén pasando al lado mía. Con cuidado, meto la mano en la bolsa y me mojo las manos. Me acerco a Samuel y le empiezo a salpicar.
- Va ha llover.- empieza él
- ¿Qué?- pregunta Raúl
- Qué va ha llover. He sentido gotas en la cabeza.- insiste él
- ¿Como va ha llover en agosto así de repente? No seas estúpi...
Pero Raúl no termina. Le tiro el agua de la bolsa en la cabeza. Samuel, con sus reflejos de gato, se aparta a tiempo, pero el pobre Raúl se cala entero. Ahora sí, empiezo a reír. Y a correr, porque estos no van a tardar mucho en pillarme.

Isaac
Me teletransporto al parque. Ahí hay un escondite estupendo dónde nadie puede encontrarte. Pero no estaré ahí durante toda la partida, claro. Es que si no, no tiene gracia. Me iré teletransportando de un lado a otro según como vea el tema. Me meto en los tubos de construcción abandonados que se encuentran al lado de los columpios, y me quedo ahí. Un minuto. Dos. Tres. Me empiezo a aburrir. Hora de irse. Me asomo un poco y puedo ver que Samuel y Raúl están en la plaza. Tengo una idea. Ahora sí, hora de irse. Cierro un poco los ojos y aparezco en el ayuntamiento. Unos metros más adelante se encuentran Raúl y Samuel saliendo de la plaza. Sonrío. Cierro los ojos otra vez y me veo subido al tejado del ayuntamiento. Cojo carrerilla y salto al tejado de al lado. Y al otro. Y al siguiente. Me siento el Gato con botas por un momento. Cuando ya estoy en el último tejado de la fila de casas, vuelvo a coger carrerilla y salto por última vez. Cierro los ojos antes de llegar al suelo y aparezco otra vez en los tubos de construcción.
- Demasiada... Adrenalina... Por hoy.- digo y suelto una pequeña carcajada.
Nunca me canso de esto.

Hugo
Estoy escondido en un callejón sin salida, detrás de unos cubos de basura. Le echo una mirada rápida al callejón. No hay nada más que guarrería. Bolsas de basura, sillas viejas, el maniquí roto de la tienda de disfraces... Entonces, se me enciende la bombilla. Cojo el maniquí como puedo y lo dejo apollado en la pared. Me vuelvo a esconder y... ¡Que empiece la diversión! Justo cuando oigo las voces de mis primos acercándose, muevo el maniquí telequinéticmente. Lo dejo de pie en medio de la acera. Dese dónde estoy, hago que el maniquí salude y empiece a andar mecánicamente hacia dónde supuse que estaban ellos. A los pocos segundos unos gritos de terror invaden la calle. Suelto una carcajada.

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