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Después de una mañana de duro trabajo, la tarde cayó sobre Detroit y Lily regresó a su casa sola en autobús. No tenía intención de comprar un coche y tampoco tenía los fondos suficientes para hacerlo. Pero no le importaba mucho.

Miró hacia la parte de atrás, dónde se encpntraban los androides. Parecían aparcados, apartados de los humanos como si tuviesen una enfermedad o fuesen un simple objeto. Le recordaba a cuando un siglo antes se lo hacían a las personas de piel negra.

Un escalofrío le recorrió la espalda. No estaba a favor de los divergentes violentos, aquellos contra los que luchaba ella junto con Hank y Connor. Pero tampoco le parecía justo tratar a los androides como apestados de la sociedad. Eran un gran avance en la tecnología y la forma de vida humana.

-Parada número 7.

Lily avanzó hasta la puerta y abandonó el transporte. Miró a su derecha y vio a una mujer de mediana edad o algo más joven maltratando a su androide en una casa cercana pues este no había comprado un paquete de pañuelos de color rosa para su hija. El androide no decía ni hacía nada. Aguantaba estoico ha que su dueña parase y pudiesen seguir tan tranquilos. Lily notó como la sangre le hervía. Tenía que hacer algo.

-Eh. ¡Eh! Tú. Sí, la que pega al androide.

La mujer se señaló al pecho con cara de ofendida.

-¿Qué te pasa?

-Deje al androide en paz.

-¿No puedo tratar a mi jueguete como quiera? No ha hecho lo que le pedí.

-Puede tratar le como quiera. Pero no de forma violenta.

-¿Defiendes a un trozo de plático?-dijo ofendida.

Lily se acercó a ella.

-Sí.

-¿Tú no eres la que trabaja con el androide ese de CyberLife? ¿La nueva?

-Eso es confidencial.

-Eso es que sí.

Lily se maldijo por su estupidez. Pero no iba a permitir que esa mujer siguiese tratando así a su androide.

-Váyase y no haré nada.

La mujer soltó una palabrota y agarró con fuerza a su androide del brazo. Ambos se metieron en la casa y Lily no volvió a saber nada más de ellos.

Lily, orgullosa de su intervención, hizo lo mismo. No se acostumbraba a vivir sola en una casa que se le hacía tan grande sin nadie. Siempre había vivido con sus padres y sus dos hermanos pequeños. Aunque también era una casa unifamiliar, estaba siempre llena de vida. Además, tenían animales y un gran huerto.

Lily suspiró al recordar esos momentos en su pueblo natal y se metió en su habitación. Se daría una ducha y tras cenar algo ligero, se iría a la cama para estar lista para el día siguiente.

Eligió un pantalón de pijama negro y una camiseta de manga corta blanca y entró en el baño. Se desnudó poco a poco y abrió el grifo. Cuando el agua estuvo lo suficientemente caliente, Lily se metió debajó de la alcachofa. Se pasó la esponja con jabón de lavanda por el cuerpo y el pelo.

Estaba disfrutando de su pequeño momento de paz cuando el timbre de su casa sonó. ¿Quién podría ser a las diez de la noche cuando ella ni siquiera tenía amigos allí pues acababa de llegar?

Salió de la ducha y, tras secarse el cuerpo y lo que pudo el pelo, se vistió y abandonó el aseo. En ese momento volvieron a llamar al timbre y Lily se apresuró a llegar a la puerta. Bajó corriendo las escaleras descalza y, en el momento en el que iba a abrir la puerta, decidió no hacerlo y preguntar primero quién era.

El androide enviado por CyberLife | ConnorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora