Capitulo 1: Despídete

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“Le gusta al frío monstruo entrar en calor al sol de las conciencias limpias.” 

-Friedrich Nietzsche

Abro la puerta de mi casa y me dirijo a mi habitación, pero unos ruidos me distraen, son gritos, acelero un poco el paso, llego al salón prácticamente corriendo temiéndome lo peor, es mi hermano David que ¿cómo no?, está volviéndome loca día tras día con películas de terror, bueno películas, el terror desapareció hace años. Veo a una chica corriendo asustada por unos pasillos en los que no hay nadie, pobrecilla todos sabremos su inminente final, entonces miro a mi hermano, le toco el hombro pero no aparta la vista de la pantalla.

-No me digas que estás viendo otra vez esa película.

-No, es otra.

-Parece la misma.

-Todas son distintas.

-Te equivocas, todas las películas de miedo son iguales, un asesino en serie que persigue a la rubia tonta que pregunta que si hay alguien en la casa en lugar de llamar a la policía…

-Esta es distinta Samantha. –me interrumpe.

Estoy a punto de gritarle, odio que me interrumpan cuando hablo, lo odio, y sobre todo que me llamen por mi nombre completo, ¡Sam!, ¡me llamo Sam!, pero mi madre volvería a dejarme sin móvil una semana así que solo le vuelvo a preguntar aunque un poco malhumorada:

-¿Por qué? –Pregunto sin ganas aunque con cierto interés.

-Esta si da miedo y parece tan real. –Dice con tono hipnótico mientras no aparta la vista de la pantalla de la televisión.

-No lo da, esas cosas nunca ocurren. –Le termino por echar en cara y me voy a mi habitación. En realidad estoy cabreada porque David se pasa toda el día viendo películas de miedo, no entiendo cómo puede haber gente tan imbécil, viendo películas sobre un asesino en serie, zombies que comen carne y tripas de todo el mundo, o mi parte favorita: vampiros y hombres lobo, ¿no se supone que son criaturas enamoradizas a las que les rompieron su inmortal corazón hace años? O al menos eso dice la literatura actual.

Suelto la mochila marrón canela y gastada aún “nueva” según mi madre, sobre la silla, sobre la que también dejo mi chaqueta de cuero negra, para abalanzarme sobre la cama, la misma dura cama que ha soportado mi peso durante todos estos años, saco mi móvil, me pongo los cascos y elijo una canción al azar, la cual no soy capaz de situar y cierro los ojos. Para cuando me doy cuenta me he dormido y han pasado como 5 horas, no he comido nada, y no he hecho aún los deberes, los que tampoco tenía intención de hacer (oops!). Veo que empieza a anochecer, así que enciendo el flexo de color rosa que mi tía me regalo cuando era pequeña, odio este color, cuando era pequeña tenía las paredes de mi habitación todas de color rosa, y cuando cumplí los 13 años las cubrí de un gris perla que se ha empezado a saturar con el paso de los años; empiezo a leer un par de páginas del libro que me dejo Lara; la chica más rara que conozco y que resulta ser mi mejor amiga, es de misterio, trata de un detective con raíces rusas que tiene que resolver un asesinato antes de que el avión aterrice, o algo así comienzo a leer con más entusiasmo a medida que paso las páginas, pero…     Mi madre me llama para cenar con su típico nombramiento, cual general en el ejército, como literalmente me muero de hambre empiezo a correr, a cada paso que doy mis tripas reclaman con más fuerza alimento. Mi padre a traído pizza de camino a casa, al verlo, mis tripas rugen con más intensidad. Antes de sentarme me lanzó a por el primer trozo y me lo llevo a la boca. Mi madre ve que tengo hambre pero no duda en preguntarlo para asegurarse:

-¿Tanta hambre tienes?

-¡Más despacio! Te vas a atragantar. –Remata mi padre con tono humorístico.

-Sí tengo hambre ¿vale? No he comido nada desde esta mañana.

-¿Y por qué no te has comido uno de los sándwiches de huevo que te he dejado? –Vuelve a atacar mi madre.

-Porque… -Empiezo a contestar lentamente y mirando hacia abajo.- Me he quedado dormida al llegar –Termino por decir.

-Eres tonta. –Suelta mi madre, a lo que David se ríe, mi madre lo fulmina con su mirada “asesina” (esa que tienen todas las madres) para poder seguir hablando. – ¿Y por qué no has comido antes de dormirte? A ver si me vas a dar un disgusto y vas a ser anoréxica.

-Claro mamá, soy la anoréxica que no hace nada más que tragar comida basura y a todas las horas… -Hablo con tono sarcástico para recalcarlo todavía más.

-Bueno no olvides tirar a la basura. –Mi madre sabe perfectamente que hoy le tocaba a mi hermano, supongo que es su venganza por halarle así. Pero no me da tiempo a reclamar mi derecho a no salir a la fría calle, porque mi madre se va al salón después de decirlo.

Termino de cenar, me meto al baño y me doy una ducha, en estas noches tan heladas no viene nada más bien que ducharse con agua ardiendo durante una media hora, el agua cae por todo mi cuerpo y me olvido de todo, no hay ningún pensamiento, solo el agua y yo. Me pongo un camisón, el más nuevo que tengo, uno de tirantes con rayas blancas y grises, me dirijo a mi habitación cuando de repente:

-No olvides tirar la basura. –Sí, lo había olvidado, o al menos eso pretendía

-Sí, mi sargento. –Digo esperando una risa o algo y me imaginó a grillos rozando sus patitas en honor a la pena que he dado por decir una tontería y no conseguir nada.

Voy a mi habitación y me pongo un abrigo de lana amarillo que me llega hasta las rodillas y unas botas que no me ponía desde el año pasado (para algo me las compré ¿no?) ato y saco la bolsa de la basura que pesa más de lo que creía. Abro la puerta de la cocina y salgo por las escaleras traseras. La nieve baña cada rincón del patio y el césped no es visible hasta que mis pasos hacen que la mayoría de esta desaparezca. Abro el cubo de basura y dejo la bolsa tan preciada que me está haciendo pasar tanto frío.

 Entonces ahí lo veo, otra vez el mismo ser, veo a esa criatura a lo lejos con el traje desgarrado, y los pelos enmarañados, en cuanto lo veo le empiezo a hablar medio gritando.

-Tú otra vez, ¿qué quieres de mí? –Pero cuando ve que me dirijo a él empieza a moverse lentamente hacia atrás hasta que las sombras del bosque terminan por esconderle.

Voy corriendo a mi casa, esta vez entro por la puerta delantera. Miro una vez más al bosque para volver a ver árboles en mitad de la noche. Finalmente entro en mi casa me dirijo a mi habitación me meto en las sábanas y trato de olvidarlo calmándome a mí misma.

-No, por favor otra vez no. –Me repito una y otra vez hasta que consigo dormirme.

¿A que tienes miedo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora