Capítulo 6: Amanecer.

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-¡Buaaaa! –Saco la cabeza del agua y trato de respirar.

-¡Sigo viva! –Digo con mucho entusiasmo para luego recordar que no tengo motivo alguno para reírme, pero no consigo dejar de soltar pequeñas carcajadas. Supongo que escapar de esos lobos sin ningún rasguño será lo que me hace tanta gracia. Cierro los ojos y dejo de pensar, el agua esta fría pero lo agradezco, dejo mi cuerpo paralizado, el agua mueve el abrigo de lana y el camisón haciendo que mis piernas sean visibles, mueve mi pelo hacia todas las direcciones posibles sintiéndolo inerte pero a la vez más vivo que nunca. Tengo una libertad que pocas veces en mi vida había sentido. El cielo empieza a aclararse, pero al igual que ayer está cubierto por una nube enorme, decido salir de aquí.

Encuentro la orilla y empiezo a nadar hasta ella. Comienzo a arrastrarme sobre un centenar de piedras con erosiones provocadas por el continuo movimiento del caudal del río. Me arrastro hasta que el agua me llega por la cintura, me pongo en pie y salgo del agua. Comienzo a inspeccionar el terreno, es una pradera, con un río que parte a una enorme elevación, una especie de precipicio que parece no tener fin. Está muy alto y la niebla que empieza a volver aquella zona, no me deja ver desde donde he saltado.

Se ha levantado un poco de aire, aire cálido que agradezco mucho más que el agua. Espero de pie apoyada en una roca hasta que el pelo y la ropa se han secado lo suficiente como para ponerme en marcha. Miro hacia los lados no veo nada más que plantas, muertas, con una sequedad que las hace tener un tono amarillento. Es curioso que teniendo un río cerca esto sea una tierra tan muerta. Empiezo a ver un bosque y me adentro en él. Parece un bosque de cuento, con troncos de color avellana y hojas de distintos colores entre los que destacan un verde profundo y un purpura claro. Esta última especie de árboles da una especie de fruto parecido a una mora pero del tamaño de una pelota de tenis y un color rojo tan intenso como el color de la propia sangre. Parece muy apetecible, así que intento subir a por unos, paso una pierna por encima de la bifurcación del árbol y me impulso para subir la otra, voy haciendo esto un par de veces más hasta que alcanzo a coger esa especie de mora, me cuesta un poco conseguir sacarlas pero al final lo consigo, me meto dos pares de ellas en los bolsillos. Salto al suelo, la caída es peor de lo que imaginaba y termino con la rodilla derecha sangrando. Me pongo en pie, los primeros 2 minutos no pienso en otra cosa pero acabo olvidándolo y sigo en camino. El día se comienza a oscurecer, pero no a anochecer. Oigo una especie de graznido, cada vez se acerca más. Y es en ese momento cuando lo veo, el monstruo, se acerca hacia mí con esa risa burlona que me estremece el cuerpo desde los pies hasta el pelo de las pestañas y la cabeza, se mueve pero no anda, está deslizándose por el aire.

-¿Qué coño? –Me digo a mi misma intentando asimilar lo que está pasando.

Se acerca poco a poco debe de estar como a 30 metros de mí, empieza a brotar una especie de luz de su arqueada espalda de la que empiezan a salir cuervos, muchos cuervos, demasiados cuervos y se dirigen hacia mí, corro y dejo de pensar, solo recuerdo ciertos detalles como a mí tratando de despistarlos girando en árboles,  cayendo con casi todas las raíces y ramas que piso accidentalmente, siendo arañada por las garras de cinco de ellos y picoteada por doce, estoy en una especie de cueva un espacio que se ha formado entre las raíces de un árbol y el suelo, trato de cubrirme lo mejor que puedo con un centenar de hojas que hay dentro. Los cuervos que volaban con sus garras y picos de hierro afilado se disuelven en el aire dejando humo negro. Escucho un sonido pero no me atrevo a salir. Esta ahí es el monstruo está sobrevolando la zona, está… Buscándome. 

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