“La tarde en abril era de lo mejor, estaba en los columpios del jardín trasero, con su rojo metalizado impecable, los rayos de sol bañaban mi cara a través de las hojas de los árboles, el vestido nuevo, de cuadros naranjas y amarillos que mi madre me había comprado hace 3 días, solo servía para reflejar todavía más la luz a mi cara. Tenía hambre así que entre a reclamar a mi madre la merienda. Estaba hablando con alguien de otro alguien que había engañado a otro alguien; insistí e insistí hasta que mi madre un tanto molesta me miró.
-Perdona un momento… ¿Qué quieres? –Me preguntó enfadada.
-Tengo hambre. –Dije tocándome la barriga.
-Espérate un momento cielo, ve a jugar un rato con Mr. Winter. –Me dijo en tono de súplica.
-¡Vale má! –Respondí para volver a salir esta vez con Mr. Winter, mi pequeño y adorable gatito, no entendía porque se llamaba así, tenía un pelaje aleonado, en el que las rayas naranjas salían de su espalda y disminuían hasta acabar por desaparecer en su tripa, ¿qué tiene entonces de invernal? A pesar de que lo teníamos desde hace un par de meses, Mr. Winter y yo éramos grandes amigos, siempre me estaba siguiendo y nunca había intentado escaparse.
Empecé a jugar con él hasta que acabé tirada en el césped por el agotamiento, entonces se quedó hipnotizado con el movimiento de las ramas de los árboles y sin previo aviso comenzó a adentrarse en el bosque.
-¡Mr. Winter!, ¡Mr. Winter! –Empecé a gritarle mientras corría hacia él.
¡Lo había perdido! ¡Que había hecho! ¡Estúpida Samanta! Perdí toda clase de esperanza pero de repente comencé a escuchar un sonido agudo, uno muy familiar, ¡su cascabel! Mr. Winter tenía una correa azul con un cascabel del tamaño de sus ojos, yo misma lo elegí en la tienda, hasta tallamos sus iniciales. Volví a ponerme en marcha, cuanto más me adentraba en el bosque más cercano se hacía ese sonido tan peculiar.
El sonido terminó, por suerte no estaría muy lejos de donde el cascabel dio su último choque, gire en un árbol, bordee otro pero no encontré a mi gato, sino a un hombre, no, no era un hombre, no tenía rostro, tenía pelo largo y enmarañado, llevaba unas ropas raídas que algún día pudo haber sido un traje. Parecía que se asfixiaba que intentaba respirar, o intentaba decir algo pero era algo difícil sin boca o nariz, me quedé paralizada, temblando, no sabía qué hacer, podía quedarme ahí y esperar a que se fuera o salir corriendo y conseguir que me siguiese. Mi cuerpo no se movía y a la vez no paraba de moverse. Dejó de observar su alrededor, se puso erguido y giro la cara hasta mí, no tenía ojos, no tenía parpados, no me podía ver pero aun así sé que me veía, comenzó a dar un paso hacia mí luego otro, yo también trate de retroceder pero solo conseguí tropezar con un tronco. Entonces aceleró el paso y note unas palabras una especie de susurro, pero no era suyo, él no hablaba. Estaba metiendo el mensaje en mi mente, la cabeza me ardía pero sus palabras eran frías como el propio hielo.
Me levante y corrí lo más deprisa que pude, puse mis pequeños sentidos de orientación en localizar mi casa, estaba gritando, estaba llorando, no sabía en qué dirección iba o si ese monstruo todavía me perseguía, solo corría. Entonces alguien me detuvo, era mi padre. Me intentó tranquilizar pero estaba demasiado alterada.
-¡¿Qué te ha pasado?! –Gritó y lo volvió a repetir un par de veces más para que le pudiera escuchar.
Yo empecé a decir palabras sueltas mientras las lágrimas no paraban de correr por mi pálido rostro:
-Winter… Bosque… Cascabel… Hombre… Rostro… Susurrándome.
Mi padre me dijo que mejor fuéramos a casa. Puso el cerrojo a la puerta trasera, a continuación a la delantera, me dejó en el salón, encendió la tele, supongo que para tranquilizarme y llamó por teléfono, mi madre estaba a su lado, intentando que mi padre la contase algo, estaba muy histérica. Quince minutos después varios policías se presentaron en mi casa, me hicieron varias preguntas, entre ellas que si podía recordar su cara (tiene gracia, ¿no?). Más tarde registraron los alrededores de la casa, para después de un par de horas marcharse. Mis padres me dijeron que probablemente estaría preocupada por mi gato que imaginé que un hombre lo secuestraba. Mi madre me ordenó que me cepillara los dientes y me fuera a dormir antes de tiempo.
1… 2… 674… Conté todas las ovejas que pude pero no me sacaban de la cabeza a aquel ser sin rostro, ese monstruo que me habría atormentado desde esa, muchas más veces. Salí de mi cuarto para intentar convencer a mis padres para dormir con ellos. Fue una sorpresa encontrarlos tan tarde en el salón, frente a la chimenea que no solían usar. Estaban discutiendo a susurros.
-No puede enterarse, le partiría el corazón. –Murmuraba mi padre.
-Sufrirá más si no sabe que le ha pasado. –Rechisto mi madre.
-¿Cómo crees que aceptaría saber que su adorable gatito ha sido asesinado? –Protestó mi padre un poco más alto pero lo suficiente como para no despertar ni a un alma. Mis ojos y mi boca se abrieron asombrados.
-¿Un ataque de un animal? Es la cosa más normal del mundo –Intentó tranquilizarle.
-Tu y yo sabemos que esto no ha sido obra un animal. –Se giró y cogió algo de la mesa y le mostró un pedazo de tira azul cielo medio desgarrada con salpicaduras rojas, incluso goteantes, de la que colgaba un cascabel, sabía perfectamente lo que era tenía 6 años, y no era ninguna niñata estúpida, me puse triste pero me guarde las lágrimas para seguir escuchando.
-Sabes perfectamente que esto no ha sido obra de un animal, no han encontrado restos, y lo más preocupante es que sea lo que sea la cosa que lo haya hecho aún sigue ahí fuera. –Dijo mirando la chimenea, para más tarde arrojar el collar en esta.- Samantha nunca debe descubrirlo.
Pobre de mi padre si supiera que detrás de la puerta, observándolos y muriéndose de miedo, estaba su pequeña hija. Los llantos de mi hermano David llamaron la atención de mis padres que fueron rápido en su búsqueda. Me acerque un poco para observar los restos que aún ardían en la chimenea, la cinta se había quemado en su mayoría pero el hierro del cascabel tomando colores rojizos cada vez más oxidados aún conservaba la letra W.”
Desde ese día no he tenido más miedo, más pesadillas, solo esa. Aquella visión de aquel monstruo que se llevaba a mi gato y que volvía a aparecer solo para llevarme a mí. Muchas veces lo veía por el bosque, entonces volvía a casa llorando y gritando hasta que un día, mis padres me llevaron a un psicólogo, este les dijo que probablemente “el monstruo” como yo lo llamaba no era nada más que una especie de enemigo imaginario, es decir lo mismo pero a la vez todo lo contrario que un amigo imaginario que me había creado solo para intentar llamar su atención. ¡Estúpido psicólogo! Cuando cumplí los 12 años el psicólogo me recetó unas pastillas, os hago un resumen, me tachaba de “loca” por tener enemigos imaginarios a una edad tan madura. En teoría deje de ver al “monstruo” a partir de los 14 o eso les hice creer a mis padres que dejaron de ponerme las pastillas escondidas en cualquier trozo de comida.
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¿A que tienes miedo?
HorrorSamantha es una adolescente sin muchas aspiraciones en la vida, que no teme a casi nada, solo tiene una única pesadilla, la cual le lleva atormentando toda la vida. Y que pasaría si despertase en un lugar desconocido, un lugar donde no puede pedir a...