Primer capítulo: Susanne

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Me recuperé de las cavilaciones y cuitas que parecían empezar a empañarme los ojos. Dejé una taza de té y un par de tostadas en la silla vacía de la mesa para dos, hice la cama y encendí la antigua radio que tenía en una esquina de la sala de estar, sintonizando lo que parecía ser una balada antigua versionada a clarinete. Recorrí la ventana central del pasillo que daba al salir del cuarto de baño para que entrase algo del aire de marzo y finalmente me dirigí al hospital, no sin antes desearle un buen día al recuerdo de Mabel y decirle que se terminase todo el desayuno.

En el hospital me encontré con Susanne y una secretaria que me miraba con zozobra. Ya estaba acostumbrado a esa clase de escenarios. Los empleados del sanatorio habían creado varios relatos y e hipótesis sobre mi historia con Mabel; algunos decían que yo había sido el culpable, la había atacado y desaparecido su cuerpo; otros creían que había conocido al dueño de un importante casino y cuando éste fue acusado de fraude, tuvieron que huir a algún país de Europa; otros cuantos más imaginativos, aseguraban haberla visto en forma de fantasma sollozando por el sanatorio. En el hospital, todos tenían sembrada una idea diferente de quién era Mabel, cada una más retorcida que la anterior. Eran tantos y tan descabellados, que parecía imposible soslayar los rumores. 

  — No creí que realmente fueras a venir— dijo Susanne, dejando resbalar la mirada sobre su reloj de pulsera que marcaba tres líneas pasadas la hora de ingreso que rezaba mi contrato— . ¿Seguro que te sientes bien? 

— ¿Por qué no habría de estarlo? La alarma no sonó en la mañana. Eso es todo— le espeté, mientras dejaba detrás a la recepción y subía las empinadas escaleras hasta mi despacho. No me gustaba invitar a otras personas a respirar el silencio fresco de mi invierno personal. En palabras de mi madre: «El tango se llora solo»— . Descuéntame el retraso del cheque de este mes.


27 de MarzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora