Después del vigésimo tercer domingo, Gerard decidió dejar de contar.
El año tiene cincuenta y dos semanas. Veintitrés de ellas ya habían pasado. Veintitrés domingos en casa de sus abuelos.
Jake llevó el bowl con guacamole y tostadas a la sala. Gerard comenzó a comer tan rápido como su hermano dejó la comida sobre la mesa de centro. Su tía Angelica y su tío Juan le miraban de mala manera, sus abuelos dormitaban en el sofá principal. Él mismo se sentía terrible, comiendo como un cerdo, rompiendo la dieta que tanto les había costado a sus padres por veinteavo domingo consecutivo.
–Tranquilo, Gerard, las tostadas no van a ir a ningún lado –su tío Juan comentó con una cerveza en su mano, al tiempo que reía de forma incómoda.
Gerard lo miró, mascando un poco más lento. Tragó, sintiendo que sus pulmones se vaciaban de aire, y se dejó hundir contra el respaldo del sofá. Su estomago se revolvió, mientras intentaba que su pecho siguiera subiendo y bajando, presionando sus costillas.
Jake se giró hacia su tío, mirándole directamente a los ojos.
–Come, Gee –dijo, dirigiéndose a Gerard, sin apartar la vista del tío Juan–. Lo hice para ti, no para ellos.
Gerard se removió incómodo. Era el vigésimo tercer domingo que esto ocurría; que las relaciones familiares de su hermano menor se iban al caño por culpa suya.
Sus tíos y tías no dijeron nada. Eso lo sorprendió, usualmente, su tía Angelica siempre tenía algo qué decir acerca del comportamiento impertinente de Jake y el problema de sobrepeso de Gerard. Era casi un pasatiempo para ella; meterse en asuntos que no le concernían.
Jake observó a Gerard, Gerard bajó la mirada, Jake suspiró.
–Gee –musitó.
La barbilla de Gerard se partió. Se sentía tan patético. Quería llorar, pero ahí estaba su familia, así que no podía y eso lo hacía enojar, pero eso no tenía sentido, el enojarse con su familia por estar ahí. Se sentía como un niño tonto y berrinchudo que, a sus diecisiete años, aun quería que todo fuera como él quería. Era un malcriado. Y ser un malcriado lo hacía querer llorar, pero ahí estaba su familia, así que no podía y eso lo hacía enojar, pero eso no tenía sentido, el enojarse con su familia por estar ahí...
El ciclo dio un par de vueltas extras, como una soga que, a la vuelta y vuelta, iba apretando su cuello hasta hacerlo jadear.
Gerard era un malcriado, un niño mimado y tonto que no sabía hacer nada por sí mismo. Hasta su hermano de catorce años tenía que estarlo cuidando. Porque Gerard era un estúpido. Eso era.
Un estúpido, un estúpido, un estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpido, estúpi–
–¡Llegamos! –una voz cantarina atravesó la puerta, sus tacones bailaron por el recibidor hasta llegar a la sala. Gerard abrió los ojos, no se había percatado de cuándo los había cerrado– ¡Hola, amores! –su madre sonrió efusiva, al tiempo que se inclinaba para plantar una serie de besos tronados en las mejillas de todos los presentes.
La madre de Gerard, Cala, era hermosa, su cabello negro se agitaba hacia el frente, mientras saludaba. El vestido de lunares que llevaba puesto lucía adorable en ella. Ella por sí sola era una persona realmente adorable.
–Trajimos las botanas –su padre entró después, sonriendo afable. Él también era apuesto, como una especie de versión más vieja de Jake; alto y fornido, de cabello rubio y mandíbula fuerte.
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COULD BE ME, COULD BE YOU || KEEP TRYING
RandomCuando como esto nos sucede, es complicado aceptarlo. Es como si las palaras no alcanzaran y nos llena un sentimiento de desesperanza. Los sentimientos que detona un abuso o una violación son, por decir lo menos, complicados. Este escrito tiene como...