EL CONDENADO

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(Contada por Corina Ortega, migrante de Llallagua).

"El esposo de María, un hombre de vida disipada, había muerto, dejándola a ella y a sus hijos en la miseria. Ella lloraba y no iba a visitar la tumba que estaba lejos del campamento. Un día, los vecinos le dijeron que alguien parecido a su esposo, pero con la cabeza inclinada y la voz ronca, la buscaba. Ella se asustó y pidió consejo. Le dijeron que seguro él se había condenado. Por si acaso, le recomendaron que lleve siempre un espejo, un jabón y una sajraña (peine vegetal). Cierto día, cuando ella caminaba sola, sintió que la llamaban. Se dio vuelta y vio una figura que parecía su esposo. Comenzó a correr y él la seguía. Entonces arrojó el espejo y el condenado se perdió en un mar helado y ella escapó. Otro día, el jabón, que se convirtió en un pantano, la salvó. La tercera vez, la sajraña se volvió un bosque de espinas. El pobrecito condenado, hecho un desastre, persistió. Así que María acudió al cura y éste le aconsejó que se rodee de niños, pues a ellos no se acerca un condenado, son angelitos. Así lo hizo ella. Pero, el hombre la buscó y de lejos le habló lastimeramente: "No te voy a hacer daño, ven". Ella, muerta de miedo, aceptó y siguió al condenado hasta un rincón del patio. Él le señaló un punto donde ella comenzó a cavar. Encontró un cofre con dinero y joyas. Sólo entonces el esposo cayó y se volvió polvo.

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