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El corazón de Yoongi había dolido varias veces en su vida. Una de ellas fue cuando no había visto a Jimin por varios días, para luego haberse enterado de que se había levantado sintiéndose enfermo. A pesar de que él tuviera sus poderes, quería estar presente y ayudarlo, quería estar ahí para él a cada momento, pero sólo pudo lloriquear en silencio en su habitación. Otra, había sido cuando se había enterado de lo que hacía su familia. También cuando él empezó a hacerlo sin haberlo querido, y cuando intentó dejarlo para estar mejor, pues sus padres no estaban de acuerdo con él. Sin embargo, ninguna de esas situaciones habían dolido tanto para él como haber visto a los ojos a Jimin mientras este escuchaba la verdad, como haberlo visto huir entre los árboles. A pesar de haberlo seguido, el menor era mucho más rápido, y pudo ser perdido de vista con mucha facilidad.

Ya habían pasado tres horas. Yoongi estaba en una parte del pueblo que desconocía, y también desconocía el paradero del chico a quien tanto amaba. Quería encontrarlo, y en esas circunstancias parecía muy difícil, más aún cuando no podía preguntarle a la gente sobre él. Nadie nunca lo había visto. Era él la única persona que lo había hecho.

Cansado tras haber caminado tanto, se dejó caer en el suelo. Despeinó con furia sus cabellos y miró a su alrededor. No podía parar por mucho tiempo. Incluso en ese lugar pudo ver su propia foto, la cual lo mostraba como un ladrón. Si alguien lo encontraba, lo atraparían. Y peor aún: no podría encontrar a Jimin y darle la explicación que merecía, como también su regalo. Tras haber soltado un largo suspiro, pensó en él, en su sonrisa, en sus preciosos ojitos, su dulce voz y sus cabellos dorados.

Su dulce voz... y sus cabellos dorados.

Yoongi se paró de un salto y aclaró su garganta. Empezó a caminar bien cerca de las casas mientras entonaba la canción de Jimin. No le importaba repetirla mil veces si de esa forma llegaba a encontrarlo. Pasó cerca de las ventanas, de las puertas, escuchó quejas de gente que quería dormir, y ronquidos de quienes, a pesar del ruido, no podían despertar. Había pasado ya un buen rato, y ya se estaba dando por vencido. Sin embargo, en la trigésima segunda vez que entonó el estribillo, pudo ver algo. De la ventana de una de las casas, una muy, muy débil luz podía verse. Dejó de cantar, y esta se apagó. Sabía que estaba ahí.

Yoongi corrió hacia dicha casa, y trepó por encima de la cerca que la rodeaba para dirigirse a la ventana que parecía ser la correcta. Volvió a cantar, y ahora la luz se veía con más claridad, brillaba con más fuerza.






¿Qué pasa? —se escuchó desde adentro.






Yoongi golpeó el vidrio un par de veces, y vio una silueta del otro lado estremeciéndose tras el repentino ruido.






—Soy yo, Jiminnie. Por favor, abre.

¿Yoongi?

—Vamos, tengo que hablar contigo.

N--no quiero verte.

—Lo sé, pero tengo que explicártelo.

No tienes nada que explicar ¿Y cómo me encontraste?

—Canté tu canción —explicó—, y seguí la luz de tu pelo.






Se escucharon un par de ruidos provenientes del interior del cuarto, y poco después se abrieron las cortinas. Jimin estaba del otro lado, cabizbajo. Se había puesto uno de sus gorros. Procedió a abrir un poco la ventana y sacó la cabeza, lo suficiente como para que Yoongi pudiera verlo.






—No sé por qué me viniste a buscar. Es inútil. Ya lo que hiciste no puede deshacerse.

—¿Y qué es lo que hice, Jimin? Jamás te hice daño, y jamás lo haría. Eso lo sabes.






The light on you [Yoonmin] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora