Mete la llave en la cerradura con miedo. La gira insegura y entra en aquel piso cutre. Un hombre le lanza una mirada firme desde el otro lado de la puerta, su querido novio.
‒¿Dónde estabas?
‒Salí a hacer unos recados, ¿por?
‒Ya... y, ¿fuiste sola?
‒Sí, completamente sola.
‒Te he dicho que me avises cuando salgas.
‒No estabas.
‒¿Sabes? Estoy harto de ti y de tus excusas, Alicia -se acerca a ella y le agarra bruscamente del brazo para meterla en casa.
‒Suéltame, me haces daño.
‒Te mereces más dolor -la suelta.
Alicia recorre el pasillo rápidamente y se mete en su habitación. Cierra la puerta y se acerca al escritorio. Observa la foto en la que solamente se pueden apreciar dos personas, ella y su madre, mientras que el resto de la imagen está quemada. En ella aparecía su padre, el ser al que más despreciaba. Su madre es una mujer muy noble que quiere mucho a su marido, a pesar de que éste no se lo mereciese.
Óscar va a la habitación y ve que Alicia ya está dormida, o eso cree él. Se quita la ropa y va hacia el otro lado de la cama. Se acuesta y la abraza por la cintura. Empiezan a caer lágrimas por las cálidas mejillas de Alicia mientras recuerda cada violación que sufrió cada noche que su padre llegaba borracho a casa.
Conforme empezaron a entrar los rayos del sol por la ventana, se levanta de la cama y se viste. Sale de casa y se dirige al metro. Cuando llega al centro de la ciudad se va a su bar de copas habitual. Se sienta en la barra y pide una cerveza. Necesita estar fuera de esa casa el mayor tiempo posible para no estar cerca de Óscar; ya aguanta demasiados golpes. Una mujer se sienta en la silla de al lado y le sonríe.
‒Qué pronto has venido hoy.
‒Ya sabes, cuanto menos esté en esa casa mejor.
‒No sé cómo sigues aguantando.
‒Tengo que hacerlo, Mónica.
‒Te estás arruinando la vida. Déjale las cosas claras, no puede tratarte como si fueses basura.
‒Deja ya el tema.
‒Como quieras, pero sabes que deberías de hacerlo.
Alicia sigue bebiéndose su cerveza sin decir nada.
Mira la hora, las 11:13. Se despide de Mónica y se va al parque que hay a cuatro manzanas del bar. Coge su móvil, se pone los auriculares y selecciona una de sus canciones favoritas. Se queda mirando a los niños que juegan en el parque. Dos niñas de unos seis años juegan a las casitas en el rincón de debajo del tobogán. Cuatro niños de entre ocho y diez años juegan a fútbol, mientras se gritan "¡aquí!", "¡aquí!", y se pasan el balón. Tres niños y niñas se ponen perdidos con la arena mientras intentan hacer hoyos, compiten para hacer el más hondo. El último niño se balancea solo en el balancín, o lo intenta. «Ser niño es ser feliz, no conoces cómo es el mundo en realidad y todo está lleno de fantasía y metas con tiempo limitado. Las niñas de las casitas se crean su propio futuro, teniendo casas sin preocupación de pagar la luz ni el agua, ven el futuro sin problemas. Los niños futbolistas son felices persiguiendo un balón y metiéndolo en la portería del equipo contrario. Los niños excavadores solo quieren ganar con el tamaño de su hoyo para ganar al resto. El niño del balancín sigue intentando moverse del sitio, y parece que lo está consiguiendo», piensa mientras los observa. Sigue mirando las acciones de los diferentes grupos, dirige la mirada al balancín y ve que no está el niño. Ninguno de los padres de alrededor se ha ido, así que eso quiere decir que el niño se ha ido solo. Se quita los auriculares y empieza a dar vueltas alrededor del parque para buscarlo. Ve que uno de los padres se levanta rápidamente y empieza a gritar, "¡Raúl!", "¡Raúl!". Va hacia el chico.