Capítulo 18

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Busqué como una loca a Lubi después de una ducha fría. Ni me sequé. Iba envuelta en una toalla, goteando por toda la mansión. Me crucé con varios empleados que parecían ir con la misma prisa que yo. Encontré a Lubi en un cuarto perdido de la planta de arriba.

–¿A dónde vas? –le pregunté, preocupada.

–Me voy. Me... –tiritaba de nervios y terror.

–No, espera. –le dije sujetando su muñeca. –Hay una forma.

–¿Cuál?

Tiré de ella, llevándomela a su santuario, el lugar que más escalofríos me daba. Allí la tiré en la cama de espaldas a mí. Cayó con los brazos sobre la cama y su trasero en pompa. Se lo masajeé. Ella suspiró.

–No creo que sea momento de...

–Esto es lo que ella quiere. –le dije. –Si se lo damos, no tenemos por qué separarnos. ¿Lo entiendes?

Se quedó un momento pensativa. Sin embargo no quería obligarla a nada que no quisiera, aunque yo tampoco tuviera muchas ganas. Y así se fue formando una bruma oscura a nuestro alrededor. Una bruma que parecía nostálgica, abrazándonos con calidez. Me fui dejando llevar por aquella sensación tan cálida, tan acogedora. Introduje mis manos en el pantalón de Lubi tras desatárselo, manoseando sus nalgas para acariciar su apertura anal con mi dedo índice.

Al principio simplemente lo deslicé por aquella zona. Tras un rato, lo penetré con la yema. Ella gemía en voz baja, apretando con fuerza, poniéndose colorada.

A los dos minutos, bajé el pantalón, sustituyendo mi dedo por mi lengua. Y en menos de cuarenta segundos ya estaba devorándola como si fuera un manjar. Me sabía estupendo. Como si fuera un fruto prohibido al que pocos tienen acceso. Escucharla gemir me excitaba. Poco a poco se fue tumbando sobre la cama, al igual que yo, para estar más cómodas. Se agarró a la almohada y apretó al tiempo que sus gemidos aumentaban de volumen.

Al tiempo que ella se ruborizaba, yo acariciaba mi clítoris humedeciéndome. Pero de pronto sentí lo mismo que ella. Mi toalla fue apartada de mí en un soplido y mi culo devorado por la sombra, que había adoptado la imagen de un joven con ojos ámbar, pelo castaño, mandíbula cuadrada y torso entrenado. Lo que destacaba de él era un par de cuernos no muy largos en su cráneo. Me sonrió cuando volví a girarme para seguir comiendo a Lubi mientras él me comía a mí.

Mi amiga acabó girándose para ver a la sombra. En sus ojos pude contemplar miedo y atracción por igual. Yo no supe actuar más que de forma sexual, acercándome ahora a su clítoris, lamiéndoselo. Al poco, penetré sus cavidades mientras ella se masturbaba y la sombra comenzaba a penetrarme. Sentí sus muslos fuertes chocando con mis nalgas. Sus manos rodeando mi cuerpo, aferrándose a mis caderas y arremetiendo conmigo con bravura.

Mientras tanto, yo me esforzaba por que mi lengua le diera todo el placer posible a Lubi, que estaba teniendo un orgasmo. Su cuerpo entero comenzaba a tener espasmos, a estremecerse. Una vez acabó, sonreí, separándome de la calidez de su fruto y mirándola a los ojos. Y yo dejé de sentir placer, pues la sombra se separó de mí para penetrar a Lubi frente a mis ojos.

No me quedé quieta, sino que actué haciendo lo propio con él. Penetré su trasero con mi lengua, a la vez que estrujaba su escroto. Su trasero sabía distinto al de Lubi. Tenía un sabor a fresa, lo cual me instó más a comérselo. Mi mano siguió apretando sus huevos. Sus gemidos eran tales que yo también me corrí, masturbándome. Lubi tuvo un segundo orgasmo. La sombra, ninguno aún. Se tumbó sobre la cama con el pene erecto. Besé su glande mientras mi amiga absorbió sus testículos, metiéndose su bolsa escrotal en la boca por completo.

Masturbé el tronco de su pene, que se estremecía corriéndose dentro de mí, goteando en el rostro de Lubi los restos que mi garganta no tragaba. Al igual que su trasero, su semen sabía distinto. Como a chocolate blanco. Relamí mis labios mirándolo. Nos sonrió:

–Esto sólo acaba de empezar. –dijo, y empezó a dividirse en varios demonios como aquél. Los había con el pelo negro y ojos azules, u ojos verdes y pelo rubio. Todos nos rodearon. Eran siete en total. Entonces nuestros cuerpos sintieron los mayores placeres sexuales.

Ambas estábamos al borde de la cama; cada una en un lado. Nuestros traseros quedaban suspendidos en el aire, donde, cada una con un demonio, sentimos sus bocas al tiempo que otros demonios penetraban nuestras vaginas. Otro de aquéllos se esmeró en nuestros senos, mientras que el último se iba alternando en nuestras bocas. Primero ella, luego yo. La verdad es que gemir con una polla en la boca resultaba más placentero.

Llegó un punto en el que Lubi y yo nos agarramos las manos. Cerramos los ojos, buscando nuestras bocas el falo por sí mismas. Ahora nos llenábamos, ahora nos quedábamos vacías. En un momento dado dejó de hacerlo, y lo que hicimos fue liarnos nosotras. Sentí el esperma del que estaba con mis senos impactar en mi barbilla. Acercó su pene para que se lo limpiase con la lengua. Lo hice encantada.

Comencé a correrme con aquel falo en mi boca. Me corrí gritando en gemidos. Invoqué hasta el mismo Dios, que desaprobaría aquellas acciones. Grité hasta quedarme sin aliento. Caí desplomada al suelo, quedando mi espalda contra la cama. Entonces la sombra eyaculó sobre mí. Al menos aquellos tres demonios que tenía enfrente. Escuché los gemidos de Lubi sintiendo lo mismo que yo, sólo que su orgasmo duró más.

Mi cuerpo entero estaba cubierto de esperma. Reí. Entonces subí a rastras la cama y me desplacé hasta donde mi amiga estaba, besando sus labios, compartiendo el semen que habíamos recibido, acariciando nuestros cuerpos desnudos.

Nos quedamos abrazadas en la cama, mirando al demonio que iba uniendo sus clones en el que había sido al principio. Echó la cabeza hacia atrás, sonriendo. Le dije con el poco hálito que me quedaba:

–¿Te gustaría repetir?

Y comenzó a reír a carcajadas.

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