Aiden O'Connor

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Luces, cámara, acción.

Di un paso al frente con el gesto serio, mirando alrededor disimuladamente mientras pensaba en lo ridículo que se veía Marcus Fishweather tirado en ese sillón multicolor como si fuera su trono. Este era mi mayor papel, el fingir que no estaba asustado cuando en realidad me aterrorizaba la sola idea de que el resto supiera de que no tenía miembro, lo malo de esto...es que yo era director.

- O'Connor, la pulcra promesa del cine y futura estrella de Hollywood, capaz de hacer temblar al mismísimo Steven Spielberg, ¿pero quién eres en realidad? Dudo que te reduzcas a ser lo que leí en los reportes de los maestros.

Aclaré mi garganta y tan solo atiné a suspirar profundamente.

- Soy Aiden, un chico transexual, tengo 23 años y más atención de la que me gustaría recibir aunque no niego regocijarme en secreto de tener a todos en ascuas cuando los maestros anuncian el estreno de mis cortos. Soy un alma revolucionaria, libre e innovadora; soy un amante de la admiración.

Marcus pareció maravillado y depositó en mi mano derecha una pulsera de cuero negra, con un dije de arcoiris en esta, y la chica que nos había recibido me entregó una bandera a rayas horizontales; celeste, blanco y rosa. La bandera transexual.

*Flashback*

Mi relación de amor-odio con el talento que poseía no hizo más que acrecentarse cuando aprobaron mi idea de un corto histórico sobre la esclavitud en mi natal Nueva Orleans, a modo de reemplazo de la tarea de investigar sobre mi patrimonio familiar (no es que guste de hablar de mi vida privada). Pero ese no era el problema en lo absoluto, el problema residía en que ellos escogerían a mi elenco, basándose en principios de racismo infundado en la niñez y caracteres estereotipados de "esclavos y amos", amén por los chicos de actuación.

Fue esa tarde que estaba de camino al teatro del campus que encontré a Sylvia, de la facultad de Ingeniería Ambiental pasando unos volantes como si se trataran de LSD, cabe decir que yo jamás había cruzado palabra con esa chica, pero cuando pasé a su lado me extendió uno de ellos; tan solo lo doblé y guardé en mi carpeta, con los libretos ya listos en ella. Tomé mi lugar dentro del teatro y tal como lo temí, inició el desfile de los afroamericanos que estudiaban actuación; malditos viejos hijos de puta.

Entre esa masa de gente pude distinguir a alguien que llamó especialmente mi atención, y ésta caminó al centro del escenario, acomodando sus rizos tan abundantes y salvajes. Una afroamericana de prominentes curvas y delgada cintura, alta y elegante en sus pasos me miró fijamente a los ojos, como nadie se había atrevido a hacerlo, vi sus carnosos labios separarse y una fuerza demoníaca se apoderó de mis entrañas, haciéndolas arder como nunca antes.

- ¿Qué tiene el blanco que no tengamos los negros? ¿Es acaso el alma? — se desplazaba con toda la confianza del mundo, sin contar nuestro contacto visual, y yo no podía apartar los ojos de ella.— Si es cuestión de alma, yo les digo que más de eso tiene un perro que nuestros señores, porque el perro siquiera lame nuestras manos ante los cuidados que le damos, en cambio el blanco solo sabe dar azotes. Dicen ser más civilizados que los esclavos, pero yo solo veo a bestias con finas sedas y encajes; mi gente no va a soportar más estos abusos, porque preferimos morir de pie y en libertad, que con la cabeza enterrada en las cadenas.  — levantó el mentón con un gesto de desafío en el rostro, y rompió un folio a la mitad, simbolizando el acta de pertenencia que usaríamos en esa escena. Su voz denotaba sentimiento puro, entrega, era increíble que se hubiera encarnado tan pronto y con tanta facilidad en el personaje.

- Tienes el papel principal — dije de golpe y sin necesidad de pensarlo, aún maravillado por su fabulosa interpretación.— los ensayos serán los lunes, miércoles y viernes... el resto, muchas gracias por participar.

Rápidamente el teatro se vació, a excepción de dos personas, la belleza mulata que guardaba tranquilamente sus cosas en un bolso rosa y yo, su fiel e inconsciente servidor a partir de ese momento. Decidí acercarme, y como nunca, inicié la conversación de una manera bastante torpe.

- Lo hiciste muy bien, ¿cómo te llamas? — Esta es una de las razones por las que no socializo.

- Soy Lucy D'Veronne, es un placer cruzar palabra con el gran Aiden O'Connor — Preciosa, no sabes que el gusto de cruzar palabras es mío. Lucy, mi querida Lucy, con nombre de princesa y gran señora, ¿dónde te escondiste todo este tiempo y qué esperas para dejar de hacerlo?

- Seré solo Aiden, por ahora — dije riendo para disimular el nerviosismo.

Los pasos fuera del lugar se hicieron cada vez más audibles, y la molesta y corpulenta figura de Peter Brown se asomó tras la puerta.

- Lucy, más te vale mover tu lindo trasero ya o nos retrasaremos a la fiesta de Chad — ¿su lindo trasero? Atrévete una sola vez más a mencionar su lindo trasero y veremos cuán lindo te queda el rostro después de eso.

La chica tan solo rodó los ojos y me sonrió cordialmente.

- Siento que tengas que lidiar con ese energúmeno, Aiden — enganchó el bolso en uno de sus delicados hombros y con el mismo cuidado besó mi mejilla izquierda, para luego desaparecer con el mastodonte que tenía por novio.

Una hora después estaba frente al edificio del volante, con dos chicas abrazadas en frente y otro chico más, a mi lado.

El club del arcoirisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora