Capitulo III

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Un mes después

María Mercedes Möller salía de su cuarto con dos maletas grandes, pidiéndole a alguno de sus hermanos que coincidentemente pasaban por el pasillo del segundo piso que las bajaran, ya que debido a su estatura y al tamaño de ambos objetos dudaba mucho que pudiera con ambas al bajar las escaleras. Pero ya que a ambos les encantaba molestarla Carlos tomó las dos maletas sonriéndole maliciosamente a su hermana, mientras Horacio la levantaba por las piernas dejándola en su hombro y como un costal de harina bajaba las escaleras con una muchacha muy escandalizada gritando, pegándole en la espalda y pataleando que la soltara, mientras ambos hombres se reían ante lo rígida y exagerada que era.

- Deja a tu hermana en paz hueón – Los recibió su padre Ernesto en la entrada de la casa golpeando a Horacio de un palmetazo en su cabeza – Su hermana es una señorita, y ustedes ya están bastante grandes para andarla molestando – Horacio dejaba a Mercedes en el suelo mientras se reía en compañía de Carlos.

- ¡Ay! papá si es una broma, no exagere, aparte que después de todo este tiempo que estuvo aquí, la voy a extrañar... - Atrajo a Mercedes que apenas recuperaba la compostura y a Carlos dándole un abrazo – Y a voh también hueón ¿Y ahora con quien me voy a divertir? – Horacio era el único que ya se había titulado y tomó la decisión de volver a su hogar después de un tiempo trabajando en Santiago, para construir su propia empresa dentro de la región en un futuro cercano.

- Bueno hermano, si te hubieras quedado allá no tendríamos ese problema, aparte que parece que a ti te estuviera dando el síndrome del nido vacío, cuando debería darle al viejo – Carlos intentó hacerse el gracioso cuando le llegó un golpe en el brazo de parte de su padre.

- Mas respeto Carlos, tu papá está en perfectas condiciones, mucho mejores que tu cabe decir – Mercedes y Horacio rieron en conjunto.

Era el último día que Mercedes, sus amigas y Carlos se quedaban en Villa Ruiseñor, las vacaciones de invierno habían llegado a término y tenían que volver a la realidad que los recibiría con los brazos abiertos de vuelta en la capital. Carlos ya se había acostumbrado, llevaba dos años así, yendo y viniendo, cada vez que podía. Pero a ella aún le quedaba esa sensación de vacío cada vez que se marchaba, ya fuera un fin de semana o estas vacaciones en las que había tratado de olvidar todo lo acontecido en Santiago la noche en que conoció a Bárbara. Y por supuesto, fue lo único que pudo pensar durante todos los días de descanso que tuvo. Sin embargo, pese a todo lo que la agobiaba dentro de ella, pesé a que Bárbara había insistido en hablar, ella firme a sí misma, firme en el camino hacia el olvido no había respondido ninguno de aquellos mensajes durante el tiempo que estuvo en su casa.

Eso no significaba que las ganas de verla no existieran, quería responder todos y cada uno de los mensajes que le había enviado, quería verla, desde que salió rumbo a su hogar. Todas las noches antes de dormir podía sentir sus manos tocándola por todas partes, como si se hubiese colado en su habitación para revivir aquel encuentro. Se había bañado incontables veces con tal de sacar esa sensación de su cuerpo, pero no pudo hacerlo. Bárbara parecía haber quedado grabada en su piel dolorosa y confusamente. No sabía por qué se enfrascaba en evitarla. Hubo un día en que se sentía tan abrumada por tantas emociones, un día después de visitar la tumba de su madre en el cementerio, había estado al borde de llamar a Bárbara, de decirle que quería reencontrarse con ella apenas confirmara su retorno a Santiago. Cuando despertaba todas las mañanas sentía la urgencia de sentirla en su cama, a su lado, incluso y con mucha vergüenza admitía que se había tocado a si misma unas cuantas veces pensando en aquella noche, recordando cada recoveco del cuerpo de Bárbara. No comprendía cómo podía estar tan ensimismada con aquella persona que ni siquiera conocía. Pero esto iba más allá de su control.

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