Prólogo

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**Debido a mis fuertes creencias personales, deseo enfatizar que los hechos de esta novela son ficticios (relacionados con los personajes principales) y que las metáforas empleadas en relación al diablo no son nada más que eso: metáforas**


1840. Una calle adoquinada de la Capital Inglesa

La cabellera rojiza de Georgiana Cavendish, ondulaba bajo el cielo gris de Londres junto a uno de los hombres más influyentes del lugar, llena de sueños y de esperanzas; ajena, a la vileza del ser humano. Ajena, al gran infortunio que debería hacer frente pocos días después y durante los años venideros.

-Papá, ¡le estaré eternamente agradecida por haberme traído!- se filtró una voz de soprano entre medio de la niebla hasta llegar al imponente pero demasiado bueno, Duque de Devonshire. 

-Gigi, ¿me diste alguna otra opción? Te sujetaste a mi frac con intenciones de no soltarme si no te llevaba conmigo...incluso subiste al carruaje, a toda prisa,  antes de que tu madre tuviera ni si quiera la oportunidad de objetar alguna cosa al respecto - convino el Honorable Anthon Cavendish, esbozando una sonrisa que nadaba entre la ternura y el buen humor. 

-¡Mira! ¡Ahí está! 

Señaló ella sin parar atención a las palabras de su padre y con la mirada puesta sobre un edificio colonial en el que rezaba: " Exposición de ciencias médicas" .

-Así que esa es la razón de tu insistencia por acompañarme - picó suavemente él, sobre cuya mano enguantada reposaba en su antebrazo. 

-¡Ay no! Sabes que tengo en gran estima tu compañía pero...¡Medicina! - ella resumió en una sola palabra el objeto de su pasión, levantando su otra mano libre en un movimiento que pretendía ser suficiente como explicación.

-Está bien, entremos.

Los dos exorbitantes ojos ambiguos de Gigi chispearon sobre los pequeños y claros de Anthon, haciendo que éste último se viera arrastrado , muy disimuladamente, hasta la mismísima entrada del edén científico. 

Una vez dentro, la joven damisela sintió como su mente volaba lejos de esa tierra y se colaba en un mundo imaginario en el que ella podía ser doctora; un mundo, en el que podía hacer uso de todos y cada uno de aquellos instrumentos que estaban expuestos. Como mente ágil y curiosa que era, no tardó en preguntarse para qué deberían servir esos artefactos; así que inició un interrogatorio exhaustivo al encargado del espacio. Dicho encargado, un erudito de la materia, no tardó en resolver de forma detallada y cordial, todas aquellas dudas que esa hermosa dama presentaba. 

-¡Mi buen amigo Anthon Cavendish! - interrumpió la explicación del Doctor, sin ninguna sombra de respeto,  un hombre alto pero  cheposo que ostentaba una larga y perfilada nariz tan altiva como él mismo. 

-¡Oh! ¡Benditos los ojos que te ven Peyton!

Ambos ilustres y renombrados caballeros, encajaron sus manos e intercambiaron palabras y fórmulas de cortesía. 

-Me gustaría poder hablar contigo de unos asuntos, ¿ tienes un minuto para mí?-entonó con voz ronca y carcomida ese tal Peyton. 

-Oh no, pero voy con mi hija...- señaló Anthon a Gigi, la cual no había dejado de estudiar, inquisitivamente, a ese reptil jorobado que había osado cortar con sus garras a su tan esperado y codiciado día. 

 Había tardado semanas en urdir un plan perfecto para poder llegar a esa prodigiosa exposición, la cual descubrió en uno de esos periódicos de papá y, que ella, leía a escondidas.  Primero, tiró por la ventana las lentes de la Señorita Worth,sin querer por supuesto;segundó, acabó con todos los polvos blancos que su madre usaba para la cara, fingiendo que Liza los había cogido para jugar. Toda esa secuencia de desgracias, provocaron que el cabeza de familia tuviera que desplazarse a Londres en busca de esos bienes tan preciados que en la periferia no había, y ahí fue cuando ella se aferró a su padre con toda su vida y su alma,  para que le permitiera viajar con él. 

Manto del firmamentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora