La enfermedad.

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Su vida no podía haberse vuelto más monótona y aburrida simplemente porque al destino no le sobraba aquello.

Juan Pablo Villamil salió de su universidad para dirigirse a su departamento, totalmente cansado. Le encantaba estudiar, y se le daba muy bien, pero era justamente eso lo que le tenía cansado.

Estaba cansado de aquella rutina diaria de despertarse, desayunar, universidad, volver a casa, ir al trabajo y volver a dormir. Todo exactamente igual, todos los putos días de su aburrida vida.

Lo menos interesante de sus días era su trabajo. Tenía uno de medio tiempo en una pequeña pizzería. La paga era lo suficientemente buena como para subsistir, pero lo suficientemente mala como para hacer que Villamil odiase su trabajo. Repartir pizzas era siempre igual, y nada suponía un reto para el joven, hecho que cada vez le aburría más y más.

No sabía por qué había terminado de aquella forma, puesto que antes de entrar en aquella interminable cadena de sucesos repetidos, su vida era probablemente lo más interesante del mundo.

O quizás lo más enfermizo para una persona normal.

Su pasado era un tanto extraño, como le gustaba decir, pero algo en lo que hacía antes de cambiar de vida le daba cierta sensación de satisfacción. Era algo demasiado peligroso, y lo suficientemente ilegal como para destruir su vida. Pero estaba enamorado de aquello.

Su pasado...

¡Juan Pablo!- gritó su jefe desde adentro de la pizzería, llamándole furioso. -¡Llevo minutos gritándote! ¡¿Qué te sucede?!- escupió sus palabras más cerca de Villamil, llenándole la cara de saliva. Ese hombre no gritaba más porque no podía. Estaba en sus genes hacerlo.

Nada.- respondió secamente el pelinegro, viendo directamente a los ojos a su jefe. Estaba siendo demasiado descarado en contestarle de esa forma, puesto que podía perder tranquilamente su puesto, pero realmente estaba cansado de aquello.

El hombre simplemente hizo oídos sordos a Juan Pablo, antes de gritar nuevamente.

¡La próxima vez te quiero más atento!- dijo, apuntando a Villamil con un dedo, y luego dirigiendo su dedo a una pizza arriba del mostrador. -Tienes una entrega. La dirección está en el papel.- dijo cortante, antes de retirarse.

Villamil rodó sus orbes verdes con exasperación, tomando el casco junto a la moto, poniéndoselo, y guardando cuidadosamente la pizza en la caja que funcionaba de baúl detrás del vehículo.

Encendió la motocicleta y comenzó a manejar hasta el lugar indicado, sin dejar de pensar en la monotonía de su vida. Había veces en las que despertaba pensando en que quería mandar todo al carajo, y vivir debajo de un puente.

Realmente pensaba aquello, y cada vez aquel pensamiento se iba haciendo más grande. Necesitaba salir de aquella rutina. Necesitaba algo nuevo. Necesitaba un nuevo vicio. Algo que le proporcionase la satisfacción que buscaba y siempre encontraba en el peligro.

Quería algo peligroso.

Según la nota que contenía la dirección, faltaban unas cuantas cuadras para llegar. Villa conocía casi toda la ciudad gracias a su trabajo, pero esta casa sí que era lejana a las calles por las que regularmente pasaba.

Faltaba solamente una vuelta para que pudiese entrar a la calle que le indicaron, cuando su motocicleta se detuvo.

Villa maldijo en voz baja. Jamás le había fallado ninguna de las motocicletas que había usado en los 3 años trabajando en esa pizzería, de hecho, jamás había tenido un solo accidente o problema, hasta ahora.

El vehículo no prendía por más que Villa intentara arreglarlo. Menos mal que no pasaba ningún auto por ahí, ya que se encontraba en medio de la calle. Sentía que eran un conjunto de calles bastante solitarias y silenciosas, por cierto.
Decidió bajarse de la moto y pensar en cómo podía arreglar este problema, debía entregar esa pizza y seguir con su miserable vida o esta sería aún más miserable. Incluso pensó en irse a pie hasta la casa, puesto que quedaba demasiado cerca pero después de eso no sabía cómo haría para regresar sin la motocicleta.

Se acercó unos centímetros a ella y decidió intentarlo una vez más.

Y prendió.

Tan simple como introducir la llave de nuevo para que esta prendiera. Villa lo había intentado ya varias veces y nada. Parecía como una mala broma de parte de la vida.

Irritado, subió a ella y se dirigió a su destino. Una vez que entró a la calle indicada, buscó la casa que tenía el número correspondiente a la nota.
Villa se percató de que en esa colonia no había casas feas, ni pequeñas, ni sencillas. En especial esa casa.

El chico se encontraba enfrente de una verdadera mansión. Le parecía extraño a la vez, ver una casa así.
Es decir, sí era común ver casas grandes en aquella ciudad, pero esta era diferente.

Era realmente alta, parecía ser de unos 5 pisos fácilmente, no había mucho sol -supuso que era por eso- pero se veía bastante sombría, simplemente le parecía rara, quizás era por sus colores oscuros, ya que la casa estaba perfectamente combinada de negro con blanco opaco. Ahora que la veía bien, la arquitectura se veía algo antigua para estar tan fuerte y resistente. "¿Quién podría vivir ahí?" se preguntó.

—¿Por qué tarda tanto? Alfred, creí haber sido claro con la hora. —Se quejó una voz masculina desde el interior.

Villa entró en razón e inmediatamente tocó el anticuado timbre color oro que se ubicaba en aquella puerta blanca.

—Y así le dije, Señor Vargas. Tal y como usted dij- espere, han tocado el timbre, debe ser el repartidor.

—Sí, sí. Yo atiendo, tú ve a alimentar a los gatos. —Contestó la primera voz y repentinamente la puerta fue abierta revelando a alguien. Era un hombre joven, de tez clara, con un cabello azabache brilloso y oscuro, en un lujoso traje negro. Llevaba gafas circulares, lo cual lo hacía parecer más interesante aún pero Villamil se encontró confundido, ¿sabía él de alguna mansión así y que alguna familia "Vargas" poseyera? O aún más curioso, ¿por qué esa persona siendo rica encargaría una pizza para cenar?

—¿Te piensas quedar ahí parado? —Habló el joven en un tono poco amigable. —Después de haber tardado más de media hora de retraso, si yo fuera tu jefe, te echaría de una buena vez. —Reprochó Simón de una forma arrogante y seca.

—Pues no es mi culpa que tu casa esté escondida en lo más profundo de la ciudad y, ¿sabes? No vine hasta acá para que me grites y humilles, suficiente tengo con mi jefe. Y toma tu pizza de mierda. —Contestó el menor casi lanzándole la caja al contrario. Este sólo lo miraba.

No lo parecía pero Simón estaba sorprendido, alguien le había levantado la voz. Y eso no le había agradado. Sin embargo, tampoco se enfadó. ¿Quién era este repartidor que se había robado la atención del hombre adinerado?

—¿Y mi paga? ¿O tampoco me la vas a dar? —El menor había visto que el joven de enfrente lo había recorrido con la mirada, lo cual le causó cierta gracia, pero no quiso perder su postura y preguntó fingiendo un tono rebelde.

—Aquí tienes. Pero antes, —Puso una mano bajo la del chico y con la otra depositó el dinero en su mano.— ¿Cuál es tu nombre?

—Juan Pablo. —El semblante del chico cambió de uno molesto a una sonrisa casi invisible.

—Encantado, yo soy Simón. Simón Vargas. —Finalizó formando media sonrisa en su rostro.

Ninguno de los dos tenía idea de qué había ocurrido en ese momento pero pudieron sentir un brote de locura recorrer desde sus manos juntas hacia todo su cuerpo. Villa, por su lado, sintió como si por un segundo toda la monotonía se hubiese esfumado por completo.
Y Simón, como si un nuevo vicio se hubiese sumado a los otros, como si una nueva enfermedad hubiese entrado a su sistema.

La enfermedad había entrado en juego. La salud quedaba momentáneamente en jaque.
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Holis crayolis
Bueno, como dijimos, dos de los cinco dioses estamos escribiendo este ideón que surgió de la nada ah y bueno, esperemos que les guste bbs

~El Olimpo~

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⏰ Última actualización: Aug 26, 2018 ⏰

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