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Con la ayuda de la Reina Madre del Oeste, Taiki debía de haberse curado de la peligrosa enfermedad que lo estaba matando, aunque aún no había despertado. Ya no había nada más de que preocuparse, salvo el lamentable estado de Tai. Al regresar al Palacio Enkyuu –que a pesar de las quejas de los ministros de Kei, se había convertido en el sitio de recuperación de Taiki– aun era temprano y Renrin estaba esperando a Yōko. Amablemente le explico el mensaje del Cielo que había llegado hasta ella. La Diosa no había mentido.
–Mañana a primera hora abriré el pasaje para usted, –Le había dicho. –También puedo cancelarlo si es que cambia de opinión. Por favor, piénselo con calma.
¿Por qué querría negarse después de pedirlo? Incluso el Rey de En la había alabado por su determinación en la reunión con la Diosa y aunque Enki había mostrado leve resistencia, al final también le había sonreído. Estaba segura de que la decisión se había plantado con firmeza en ella, pero cuando daba órdenes a los ministros y arreglaba asuntos pendientes, las dudas comenzaron a apilarse como granos de arena... y pronto podría hacer una playa.
Primero que nada, ¿Qué diablos le diría a sus padres? Tres años habían pasado desde su desaparición en el otro lado y, por las visiones que la espada le mostraba, todos sus conocidos habían concluido con que se había fugado apoyada por una pandilla de mala muerte que había hecho destrozos en su antiguo colegio. Su historia seria increíblemente difícil de creer. Tampoco sabía si seguían viviendo en el mismo lugar o que haría en cuanto los viera. Luego estaba el asunto de Taiki. Aun no había despertado y la salud de Risai seguía delicada. Algunos reyes y kirins en el palacio aun no se marchaban y eso significaba más trabajo para el comité de bienvenida y su presencia era casi obligatoria.
Sus acciones habían sido puramente emocionales y casi con la certeza de que su petición seria negada. Tenía bastantes razones para cambiar de opinión. Necesitaba pensar.
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El pequeño rincón que había descubierto en sus territorios de la montaña se había convertido en el único refugio seguro cuando quería estar sola. Nadie la podría molestar allí.
Mientras se apoyaba en el desgastado palco, sobre una plataforma que la hacia ver mas alta, miraba directamente hacia el Mar de Nubes. Pudo escuchar las olas romper contra la orilla, el palco estaba apenas unos metros por encima del agua. El aire salado le agito el ardiente cabello rojo. Había convencido a sus asistentes de que no necesitaba un peinado o atuendo tan elaborado por ese día pero, aunque hubiera preferido su cómoda coleta, le arreglaron el cabello suelto con una cantidad moderada de horquillas que no le hacían tan pesada la cabeza. En tres años el largo cabello había sobrepasado sus caderas. Recordó con gracia como el anormal color le había causado problemas en el otro mundo y las incansables medidas que su madre trataba para hacer que lo tiñera o cortara. ¿Qué pensaría si la viera ahora exhibiendo su cabellera con indiferencia?
La extrañaba. Incluso extrañaba a su estricto padre, pese a las cosas que había dicho en sus visiones. Ya que había pasado un tiempo desde su partida, ellos debían de haber seguido adelante con sus vidas. ¿Era correcto irrumpir en sus vidas nuevamente y hacerles recorrer el mismo camino desde el principio? Tal vez debía olvidarse del asunto y seguir sin mirar atrás...
–Su Majestad. –Yōko sonrió. Su kirin era el único que podría encontrarla donde sea que estuviera. Tomo lugar junto a ella, apoyándose en el otro extremo del palco.

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Vuelta a casa
Fiksi PenggemarYōko Nakajima era una sencilla estudiante complaciente e insegura, hasta que fue llevada a la fuerza por su kirin a un mundo diferente al suyo para ser nombrada Emperatriz del Reino Oriental de Kei. Hace tres años de ese acontecimiento. Se había ada...