Un pez en la nieve

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Esther insistió en asumir las funciones de enfermera de Jack, y poco a poco fue reduciendo las dosis de láudano y aumentando la duración de los paseos diarios. Su decisión tuvo un efecto positivo en la salud de Jack, pues paseaban diariamente por el patio del palacete y sólo las noches en las que el dolor le atacaba necesitaba una pequeña dosis del analgésico.

La chica salió lentamente y sin hacer ruido de la habitación donde Jack dormía, pues esa noche no había tomado ningún fármaco y él tenía el sueño ligero. Bajó a la cocina y comenzó a prepararse un bocadillo. Haber cuidado a Jack durante tres meses había hecho que forjaran una bonita e íntima relación; además, no había necesitado ayuda médica externa para sacar las seis balas del tórax de Jack que aquella fría noche de finales de octubre dispararon en su dirección, y eso la hacía sentirse muy orgullosa de sí misma.

Sentada en la pequeña mesa de la cocina se frotó las sienes con las yemas de los dedos, cansada. Estos últimos meses habían sido muy duros, y no habían mantenido contacto alguno con el exterior, por miedo a que los hombres que dispararon a Jack estuvieran cerca del palacete, acechando para atacarles.

Un buen rato después de haber comido, volvió al dormitorio de Jack, que seguía durmiendo plácidamente, y se sentó en una silla junto a la cama. Observó cómo el pecho del chico delgado y pálido subía y bajaba a un ritmo lento y acompasado. Esther detuvo su mirada durante largos segundos en cada una de las seis cicatrices rosadas y redondas que mancillaban su pecho y parte de su abdomen. Los disparos habían sido ejecutados desde una larga distancia —un error para aquellos que buscaban matarle—, pues las balas no profundizaron lo suficiente como para dañar los órganos vitales. Aún así, las heridas provocaron que Jack casi se desangrase en mitad de aquel oscuro callejón.

La chica sacudió la cabeza para ahuyentar esos recuerdos y se tumbó en la cama, junto a Jack. Pasó un brazo por encima de su estómago y cerró los ojos. Sus recuerdos y preocupaciones volaron como si de un pájaro asustado se tratase, y a los pocos minutos cayó en un profundo sueño.

Despertó varias horas después, notando que Jack se revolvía en la cama. Se giró y vio como el chico se estirazaba. Jack le sonrió y ella le devolvió el gesto.

—¿Cómo estás? —preguntó en un susurro.
—Bien, pero... tengo mucha hambre.
—Quédate en la cama, te traeré algo.

Esther bajó a la cocina y puso en los fogones una olla pequeña con sopa, y observó el exterior mientras esperaba a que se calentara. Era una fría tarde de finales de enero, había nubes grises en el cielo, que combinaban perfectamente con los colores apagados de los edificios colindantes al palacete y con la nieve blanca como la leche que decoraba el suelo. Subió con el tazón de sopa caliente y Jack se lo terminó en un santiamén.

—Tenías hambre de verdad, ¿eh?
—Sí, la verdad es que sí —respondió sonriendo—; ¿podemos salir a dar un paseo?
—Hace mucho frío, Jack, las calles están nevadas.

Jack se levantó de la cama lo más rápido que pudo y se asomó a la ventana.

—¡Nieve! Bajemos un rato, por favor.

Esther dudó unos segundos, pero la ilusión en los ojos del moreno pudieron con el miedo que sentía al exterior.

—Bueno, vale —Esther le dio un jersey y un abrigo gris y salió de la habitación—, pero sólo un rato.

El jardín era una enorme extensión, ahora blanca como la espuma, con arbustos aquí y allá, fuentes y estatuas, y un pequeño invernadero con plantas tropicales, que había pertenecido a la madre de Jack. Dentro del invernadero había un lago con peces, pues Jack era un fiel aficionado a los peces tropicales. Antes de los disparos, Jack compraba peces y los criaba allí, en el lago. Esther había intentado seguir con su costumbre mientras Jack se debatía entre la vida y la muerte, pero era demasiado difícil cruzar las verjas que rodeaban el palacete sin sentir un ápice de miedo, y terminó haciendo el encargo a una de las criadas. Esa misma mañana le había pedido uno de esos animalillos. En concreto, uno que sabía que le haría mucha ilusión volver a tener.

Caminaban agarrados del brazo por un sendero de adoquines negros que habían despejado de nieve esa mañana, en dirección al invernadero. Cuando llegaron a la puerta, Esther sacó una bolsita de plástico con el pez arco iris dentro.

—Esto es para ti. Recuerdo que te gustaba mucho y creo que ya es hora de volver a empezar...
—¡Un pez arco iris! Este fue el primer pez que me regaló mi madre. Significa mucho para mí, muchísimas gracias Esther.
—De nada, sabía que te gustaría. Mejor entramos en el invernadero y dejas al pez en el lago.

Ambos caminaron decididos hacia el invernadero, pero sus planes fueron amañados cuando oyeron un disparo. Esther se agachó y se cubrió la cabeza por instinto, pero Jack no se movió; abrió mucho los ojos y se llevó una mano al hombro izquierdo mientras soltaba un gemido de angustia. La sangre comenzó a brotar de la herida sin control, y pronto el abrigo gris se llenó de sangre. Jack miró a Esther horrorizado. Absolutamente paralizado por el miedo y el dolor. Esther miró a su alrededor, angustiada. Sentía el fuerte agarre de Jack en la manga de su chaquetón, y eso la ponía más nerviosa. No tenían donde protegerse. El invernadero era de plástico transparente, y una bala podría atravesarlo perfectamente y llegar a su diana. Jack no podría correr hacia la casa, pues se desangraría por el camino o le dispararían a los dos; y tampoco tenían un arma para defenderse. A Esther se le acababan las ideas.

—Tranquilo, Jack, todo saldrá bien, te lo prome...

Otro disparo. Jack cayó hacia atrás, con los ojos y la boca muy abiertos. La bolsita con el pez cayó a la nieve. Esther se agachó temblando al lado de Jack, y se atrevió a mirarle la cara. Tenía un disparo entre las cejas, de cuyo orificio salía un hilillo de sangre. La nieve comenzó a teñirse de rojo: el disparo le había atravesado en cráneo.

Esto no podía ser real. Jack estaba prácticamente recuperado. Se había ocupado de él durante meses, le había cuidado y le había salvado la vida. ¿Por qué?

Gritó. Gritó y lloró. Aquellos hombres habían conseguido lo que querían, matar a Jack y dejarla destrozada, y ahora se esfumarían como la pólvora. Pero ella les encontraría y les mataría. Estaba dispuesta a vengar la muerte de Jack, aunque ello supusiese morir también.

No supo cuánto tiempo estuvo arrodillada al lado del cuerpo inerte de Jack. Tenía los pies congelados y las manos entumecidas y llenas de sangre. Sangre de su Jack. Miró al chico moreno, y después al pez, que seguía aleteando en el agua, ajeno a todo. Ajeno a su dolor. Tomó la bolsa y sacó al pez, y una última lágrima le recorrió la mejilla. Juró vengar la muerte de Jack aunque le costase la vida. Dejó al pez en la nieve y se secó la sangre de las manos.

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⏰ Última actualización: Jul 17, 2019 ⏰

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