El reino que todo lo ve
Había una vez un bosque inmenso y rodeado de belleza natural, con sus hojas verdes como el moho que rodea y atrapa los árboles, inundados en cielo azul como el agua llena de piedras de todos los colores de un arcoíris vagamente sobresaliente. En este bosque la felicidad reinaba, los habitantes, latentes cuando intrusos se sumergían en el verde (temerosos de ser destruidos); pero al estar en paz y armonía, sus cuerpos y almas efímeras gozaban de tanto regocijo que ya nada más importaba, todo era felicidad y alegría... pero como todo cuento feliz, siempre tiene un mal acechando.
Un mal tan mágico e inaceptablemente espléndido, que hasta la oscuridad más densa y hueca al presentirlo, se acurruca y jadea en su propio vacío; cada parte de su ser, cada malévola esquina, ¿Cómo es posible que tanta maldad sea tanta belleza al unísono? Es impactante y tan atractiva, que las criaturas más bondadosas y justas no pueden dejar de observarla y anhelarla, hundiéndose en una infinita locura de deseo.
Cada criatura es única, desde cobayos azules enormes, hasta nutrias invertebradas.
Una especie de anatomía en forma de guepardo, con manchas de tigre de bengala blanco y con tres ojos en patrón de pirámide egipcia suspira, cerrando todos los ojos y lamiendo su hocico con su enorme lengua. La hermosa criatura sonríe atrevidamente.
—Oh, mi querido labrador, he estado esperándote—. Murmura, sus colmillos dejándose ver en el horizonte de su filosa boca.
El labrador, en forma de conejo gigante, con dos metros de longitud, alza una ceja — ¿Ah, sí? Me temo que he tardado por el tránsito. Los pavos reales están en etapa de apareamiento.
El guepardo de tres ojos carcajea, su lengua rozando sus dientes superiores.
—Vaya, las águilas deben estar ansiosas. Un nuevo festín está por venir. ¡Menú actualizado! —Dice con ironía, rascándose las orejas con sus patas traseras.
El conejo asiente, concordando — ¿Por qué me esperabas, Anthony?
—Las esfinges susurran, el mal al que tememos y adoramos está acechando por milésima vez. Las criaturas del oeste están volviéndose paranoicas, ¡Las hadas han comenzado a hibernar!
—Ah, ¡Patrañas! Las hadas han exagerado por siglos, aun esperando el apocalipsis. Además, Calipso me ha dicho que las esfinges han hecho un trato con las nutrias, para crear revuelo. Ellas lo presienten, pero no son profetas, ¿O sí?
—No, mi labrador, las esfinges nunca se equivocan. Y sabes que Calipso ama crear chismes, y sabes de igual modo que la mayoría de ellos son mentiras burbujeantes de su escandaloso cerebro.
—Anthony, nuestro guerrero vendrá, siempre despierta para proteger el bosque.
—No lo entiendes, ¿No es así? El guerrero y el mal se han enamorado, el guerrero no va a luchar contra su amante. Estamos hablando de fascinación. Nadie puede contra tal semejante sentimiento.
El labrador, sin poder evitarlo, se retuerce en sus patas y suelta una sonora carcajada.
—¿E-enemigos.... Enamorados? —Logra mascullar, la risa impidiéndole la coherencia.
—Ríete, mi amigo labrador, pero por muy hilarante e irracional que suene, es la concisa realidad. Tú sigue aquí, yo iré allá, a vivir.
Cada año durante un milenio la maldad ha despertado para acechar el bosque y destruir los rosales, la fuente de vida y nutrición. El temor de las criaturas, como una fragancia amenazadora y nauseabunda, inunda las fosas nasales del guerrero, despertándolo para luchar contra el mal. Pero hace un año, por primera vez luego de diez siglos de agonía y deseo, el mal no llegó, y las criaturas creyeron que el guerrero al fin lo había destruido. Pero, tan hermoso y agonizante, logró cautivar al guerrero, y sin darse cuenta, se cautivó a sí mismo.
—El año pasado no llegó. Se ha terminado—. Dice el labrador, confiado de sus palabras. Como un soporte a su argumento.
—Te equivocas, mi querido labrador. Ahora lo único que podía salvarnos se ha enamorado de la causa de nuestra necesidad de salvación, y ha sido irremediablemente correspondido. Esto no ha terminado, acaba de empezar.
***
—Estoy absolutamente de acuerdo, amor—. El hombre abraza a su amante, besando la punta de su nariz.
—Solo quiero estar todos los siglos aquí, a tu lado.
El guerrero sonríe, admirando lo hermoso que es.
—La oscuridad y la luz por fin se complementaron.
Su amante sonríe. Iluminando el ambiente.
—Estaremos bien—, afirma—juntos. Para siempre.
YOU ARE READING
El reino que todo lo ve
Historia CortaUn pequeño cuento que vino a mi mente. Disfrútenlo.