La silla de madera rechina con resistencia mientras tomo asiento con pereza. La misa se convertiría en el mejor momento del día, pues había logrado hacerme sentir completa hasta ese momento.
Mis padres me apoyaban, de eso estaba más que segura, donde quieran que estén, donde Dios los haya alojado. A veces los extrañaba, por supuesto que lo hacía. Pero sabía perfectamente que ellos me protegían, que Dios estaba allí también, y que Jesucristo y la Santísima Virgen María también lo hacía.
Sostengo mi rosario con fuerza, mientras cierro los ojos y coloco mi puño cerrado con dicho objeto sobre mi pecho. Rezo, rezo como por décima vez en el día, porque sé que el Señor me está escuchando.
La monja Aurora me recogió cuando no tenía donde ir, una mujer a la que actualmente amo porque en su momento tenía tan sólo veinticinco años cuando me encontró. Hoy luce igual de esplendorosa que cuando era joven, a pesar de tener cuarenta y cinco. Lo sé por los cuadros que tenemos en la casa de las hermanas, donde yace ella sentada conmigo en brazos. Ella se hizo cargo de mí, junto con las otras, la monja María Rosa y la monja Epifanía, pero Aurora era la más cercana. Siempre lo fue. María Rosa tiene sesenta y siete, y es de carácter fuerte, muchísimo más duro que el de mi madre postiza, la más joven. Y luego está Epifanía, una anciana que tiene ochenta y seis años y para su desgracia es ciega. A pesar de no poder ver, ella ve. No pregunten cómo, pero lo hace. Percibe, siente, predica, sabe. La admiro muchísimo.
—Ya es hora, Alma.— Una de las hermanas ingresa a la sala, la hermana Dafne, las más grande y responsable, de veinticinco años.
—Enseguida voy, hermana.— Me coloco de pie acomodando mi uniforme y camino detrás de ella por el angosto pasillo que nos llevaría al evento.
Hoy es un día importante, una misa en honor a la Vigen Santísima. El padre Stefano será quien predicará para todos nosotros. Enseguida veo a lo lejos a la hermana Ariadna, la más pequeña, primeriza podría decirse. Tiene tan sólo dieciocho. Yo soy la del medio, tengo veinte. Camino hacia ella con lentitud, y con una pequeña reverencia saludo a cada uno de los presentes: integrantes del coro eclesiástico, gente que viene con ofrendas, y el público en general que viene a la casa de Dios. Me colocó en las gradas laterales al altar, observo con entusiasmo a mi alrededor, encuentro agradable el perfume a vainilla que impregnaba el lugar.
La monja Epifanía repentinamente se acerca a mí y con una de sus huesudas manos acaricia mi brazo.
—Alma, querida.— Me sorprendo. —Lo veo, realmente esta vez lo veo.
La observo con ternura. —¿Qué sucede, Epifanía? Dígame.— Comienza a preocuparme su rostro, pues muestra pura frustración.
—Están aquí, es hoy.— Sus manos tiemblan, me asusto sin comprender qué significa eso.
—No comprendo.— Intento sonar dulce.
—Hoy el pecado nos condenará. No habrá escapatoria.
Me quedo en blanco por un segundo, intentando asimilar e interpretar lo que acababa de decir. ¿Porqué habría peligro? ¿Cuándo sucedería esto si llegaba a ser cierto? La monja Epifanía jamás fallaba en sus predicciones pero últimamente había estado algo enferma, pues era muy anciana. Entonces realmente dudé de sus palabras.
—¿Dónde Epifanía? ¿Dónde sucederá esto? ¿De qué pecado habla?
La mujer entreabre los labios y siento su voz temblar. —Será en un pueblo remoto, muy lejos de la casa de Dios. No estoy segura de qué pecado se trata, cielo.
Suspiro aliviada y recorro la Iglesia con la mirada. No había peligro aquí, pero ¿Porqué lo mencionaba entonces? No había mucho que nosotros pudieramos hacer más que rezar por el bien de aquellas personas.
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†•Sacrifice•† |BTS|
FanfictionLa venganza forma parte del plan macrabro de 7 jovenes sedientos de sangre. Quieren acabar con todo, acabar con la inocencia. Arrebatar la pureza a las personas menos indicadas. Un atentado, un secuestro y luego, un romance enfermizo. -Idea mía...