Una habitación asignada a cada una pero unidas por puertas, allí es donde nos habían dejado. Siento mis manos y pies congelados, mis entrañas removerse por hambre, y un nudo en la garganta que más de una vez me ha impedido respirar con normalidad. Observo todo a mi alrededor con detalle; paredes maltratadas, con algo de humedad y el empapelado gastado, una pequeña litera con sábanas algo sucias y nada a mi alrededor más que un simple escritorio una silla a su lado.
Parece todo ser una pesadilla, una creación de nuestra imaginación, o al menos eso deseaba que fuera. Pero no, era real, tan crudo y verdadero que atemorizaba. Escucho a Ariadna llorar con vehemencia en la habitación que yacía del lado derecho de la mía, y posteriormente deduzco que Dafne se encuentra en la ubicada a mi izquierda. Me coloco débilmente de pie y camino hacia aquel amueblado para sentarme a pensar. Mi ropa estaba destrozada, aquel hombre me la había desgarrado por haber intentado proteger a mi hermana. A pesar de que mi religión y mi fuerte compromiso con ella me hacían sentir vulgar por tener la ropa así y por haberme ofrecido sexualmente a un hombre, no me arrepentía. Tal como Dios siempre nos enseñó, debíamos amar al prójimo, por lo que no me importaba arriesgarlo todo por las personas que realmente quería. Observo con detención los objetos que yacen sobre aquella mesa; un lapicero tallado en madera, que únicamente poseía un lápiz de viruta grisácea que contaba de una pequeña goma de borrar en su extremo superior, y un pequeño cuaderno anotador. Instantáneamente recordé mi infancia, una maravillosa etapa en mi vida repleta de acontecimientos plenos de paz y amor. La monja María Rosa solía regalarme lápices de colores y con ellos lograba pasar el tiempo sin siquiera aburrirme un poco. Por medio del dibujo siempre logré expresar lo que sentía, lo que veía, lo que olía.
—Espero que ya hayas logrado instalarte. — Oigo una voz retumbar en la habitación y pego un respingo algo sobresaltada. Volteo mi cuerpo en dirección a la puerta. Otra vez aquella máscara, una de ellas. Tiemblo ante su presencia y trago con dificultad.
— ¿Instalarme?— Siento mis ojos humedecerse y nuevamente aquella molestia en la garganta me impide respirar normalmente. —Soy un rehén aquí. Nada de esto fue avalado por mí. — El hombre suspira, y posteriormente comienza a acercarse. Amplío los ojos. —No te acerques, por favor. — Suplico.
Pega su rostro aun cubierto por aquel plástico al mío. —Creo que aun no has comprendido la posición que ocupas aquí. — Veo sus ojos oscuros posarse sobre los míos a través de aquellos dos pequeños orificios que habilitan la visión. —No tienes ningún derecho a elegir. No puedes reprochar, quejarte o intentar mostrarte rebelde porque no funcionará con nosotros. Debes obedecer a todo lo que se te ordene. ¿Está claro?— Su tono desafiante me hizo sentir débil.
— ¿Puedo dibujar?— Aquella pregunta sale involuntariamente de mis labios, como si de una niña pidiendo dulces se tratase.
— ¿Qué?— El hombre se queda observándome desconcertado.
Mi voz tiembla. —He visto aquel anotador sobre el escritorio. Tengo una pequeña obsesión con dibujar. Habrá algún problema si...
—Puedes hacerlo. — Suspira y posteriormente voltea hacia la salida.
—Disculpa. — Lo hago detenerse a mitad de camino y vuelve a voltear. —¿No te quitarás nunca aquella máscara? — Quería que lo hiciera, no sólo por curiosidad sino también porque lograba aterrarme.
Se detiene un segundo en silencio y luego se digna a hablar. —No. — Contesta seco y tajante y abandona la sala.
Y como si de puro magnetismo se tratase, comienzo a imaginar aquel rostro debajo de la máscara. Talvez portaba alguna especie de cicatriz en aquel semblante camuflado, o simplemente no quería revelar su identidad de criminal.
Oigo un grito en la habitación de al lado, específicamente la de Ariadna. Me desespero, después de todo era la más pequeña y la que más miedo tenía de las tres. Me acercó precipitada hacia la puerta a mi derecha y la golpeo con fuerza. — ¡Esperen por favor! ¡Ella no! ¡Deténganse! — Suelto un grito a todo pulmón y ruego a Dios por su bienestar. Mi vista se vuelve nublosa al imaginar que podrían estar haciéndole.
La puerta se abre de golpe, dejándome ver a otro de los enmascarados, y muy por encima de él, Ariadna atada a la cama.
— ¡¿Qué crees que estás haciendo zorra?!— Habla con cierta ira en su voz. Oh Dios, aquella voz. Era el mismo hombre que me había desgarrado la ropa.
Tiemblo ante sus palabras, pero de todos modos tomo coraje. —No le hagas daño, por favor. Si debes hacerlo con alguien, hazlo conmigo.
— ¡Alma!— La oigo gritar envuelta en llanto. — ¡Ayúdame por favor, tengo miedo!
— ¡Cierra la boca! — Dirige su mirada a la menor y luego ella calla. Regresa sus ojos a los míos y más tarde analiza mi silueta por completo. Me ruborizo, pues mis piernas estaban expuestas a la vista de cualquiera. —Bien, si eso quieres serás tú. — Toma de mi brazo con rudeza y me estremezco. — Pero que quede claro, algún día ella será la siguiente.
Me arrastra con firmeza hacia mi habitación cerrando la de Ariadna. Ella continúa llorando con fuerza y yo simplemente me digno a hacerlo pero en silencio. Me lanza en la cama con brusquedad y yo suelto un quejido. Arrugo los ojos pidiendo que el Señor me ayude y casi como si de una respuesta inmediata se tratase, la puerta vuelve a sonar. El hombre voltea ya enfurecido y camina a paso bruto hacia la puerta. La abre y veo a Dafne parada frente a ella, con ambos brazos rodeando su propio cuerpo. Me observa con los ojos cristalinos y yo lloro aun más al verla.
— ¿Ahora qué sucede? ¿Quién te ha dejado salir de tu habitación?
— Yo lo he hecho. — Contesta otro de los enmascarados a lo lejos. —Escúchala.
Dafne vuelve a mirarme y sonríe levemente. Luego regresa la mirada al hombre. — Soy la más grande de las tres. Úsame a mí, deja a Alma en paz. No me gustaría que luego de tanto sufrimiento deban pasar por esto también, en menos de un día.
— No Dafne.— Exijo desde la cama. —No lo hagas, no tú.
— ¡Vamos chicas! ¿Acaso todas quieren conocer el mundo del sexo? Pronto todas probarán, de eso no se preocupen.
Dafne lo fulmina con la mirada. — Dios te hará pagar por todo esto. Te pudrirás en el maldito infierno. Dalo por hecho.— Ella se atreve a contestar.
El hombre carcajea. — No le temo a la muerte, menos aun al infierno. Tampoco me importa nada de esto. Estoy gozando de mi estadía aquí, cielo.
— Déjala. — Exige esta vez con tono más firme.
— Bien. Vayamos a tu habitación. — La toma del brazo y la guía hacia la salida.
Lloro en silencio y abrazo mi cuerpo sintiendo todo el frío invadirme.
ESTÁS LEYENDO
†•Sacrifice•† |BTS|
FanfictionLa venganza forma parte del plan macrabro de 7 jovenes sedientos de sangre. Quieren acabar con todo, acabar con la inocencia. Arrebatar la pureza a las personas menos indicadas. Un atentado, un secuestro y luego, un romance enfermizo. -Idea mía...