Seres sin rostro

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Me desperté, sobresaltado. Agucé el oído, pero no escuché nada. En la cámara, la obscuridad era absoluta, solo rota por la luz de la pequeña lamparita azul que Eva encendía al irse a dormir. Cuando llegamos, fue una necesidad de niña asustada, pero, con el tiempo, se convirtió en una luz que nos confortaba a los dos, sacándonos de aquella oscuridad densa e interminable de las noches en la cámara, una luz que nos permitía soñar con la del alba, que ya casi teníamos olvidada.

Eva dormía en su cama, enrollada en la sábana, con un pie fuera, como había hecho siempre. Su pequeño perrito de peluche, del que no se separaba cuando entró, dormía ahora sobre la lámpara, dibujando sombras fantasmagóricas en las paredes. Respiraba tranquila. Volví la cabeza. No podía ver aquella carita sin que el sentimiento de culpa me inundara por dentro, haciéndome sentir un ser abominable al haber permitido que encerraran a aquella niña pequeña y temblorosa en la cámara. Si me hubiera negado, ella no estaría aquí. Estaría solo, pero sin el peso de una culpabilidad que me ahogaba.

Sentí cómo mi cuerpo era lanzado contra la pared, contra la que me estrellé y caí al suelo. Varias figuras negras se movían rápido,  dispersándose por la cámara. Se comunicaban por señas o gruñidos con deje metálico, y rompían el silencio con el estruendo de su calzado al moverse por la cámara. Eva se despertó y, chilló, aterrada, buscándome con la mirada.

Me levanté para correr hacia ella, pero uno de aquellos seres se lanzó hacia mí, aplastándome contra la pared. Quise zafarme, pero era imposible, al ser mucho más fuerte que yo. Dos figuras negras se acercaron a la cama de la niña y el aire se llenó de crujidos, crepitaciones y ruidos de estática.

Una de ellas alargó los brazos con intención de cogerla, pero Eva, mucho más ágil, se escabulló, tirándose al suelo y desapareciendo entre as sombras. Sonreí para mí mismo. Había jugado al escondite con ella lo suficiente para saber que tenía una capacidad asombrosa para esconderse. Los seres negros, más pesados y lentos, intentaban atraparla, sin conseguirlo, mientras ella corría de un lado a otro, lanzando pequeños gritos cuando se veía casi atrapada.

– ¡Dejadla en paz, cabrones! – grité, furioso, intentando soltarme – ¡No la hagáis daño!

Se detuvieron unos segundos y se giraron a mirarme. Sentí un escalofrío. Aquellos seres no tenían rostro, o, si lo tenían estaba oculto tras un cristal negro que reflejaba lo que había a su alrededor. Uno de ellos dio una orden y el que me sujetaba me golpeó, haciéndome tambalear.

Un chillido prolongado y más fuerte de Eva me hizo saber que la habían capturado. Uno de ellos la sujetaba por un brazo mientras la alzaba para cargársela al hombro, intentando zafarse de las patadas y puñetazos que ella, en un intento de librarse, no dejaba de propinar.

– ¡Soltadla, por favor! – supliqué – es sólo una niña.

Un nuevo golpe me lanzó al suelo, mientras veía como se abría despacio la puerta de la cámara, esa misma que yo había golpeado sin cesar, para dejar salir por ella a los seres, y a una Eva asustada que aún pugnaba por librarse de su captor. Después, todo en torno a mí se volvió negro.

Espero que hayas disfrutado con la lectura.  ¡No te pierdas el siguiente capítulo!. 

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