Capítulo 3: Madera vieja y aceite quemado

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En la puerta, el encapuchado sostiene en sus brazos un joven cuerpo inconsciente como peso de pluma.

La puerta retumba al cerrarse y poco a poco el anciano va encendiendo las lámparas distribuidas por la estancia. Huele a madera vieja y a aceite quemado.

El encapuchado se dirige hacia el centro de la sala, aún con insuficiente luz como para distinguir los muebles que yacen en el interior. Mas conoce cada rincón de ese sitio como la palma de su mano, no necesita luz alguna para desplazarse sin chocarse contra nada.

Leyendo sus intenciones, el hombre mayor se apresura a desalojar la robusta mesa que se halla en el círculo central. En unos instantes, la antigüedad deja de albergar pergaminos, libros, plumas, cazos de tinta y cuencos de hierbas para dejar a la luz sus bellas cicatrices de toda una vida al servicio del vasti de los Phyras.

El más joven de los sujetos descarga su carga y la posa delicadamente sobre la mesa. Con mucho cuidado le coloca la cabeza correctamente mirando hacia arriba y le aparta con dulzura unos molestos mechones de la cara.

– La encontré volviendo a Ekenah por el Camino Viejo.

La habitación es circular, toda llena de artefactos y artilugios diversos. A la derecha hay hilos de esparto de los cuales cuelgan trapos, pieles y hierbas de todo tipo; a la izquierda una chimenea con un gran cazo de hierro colado, y a su lado, una variada dispensa vista de comestibles y otros alimentos no tan corrientes; En el frente, en el lado opuesto de la puerta, hay montada una estantería con innumerables libros, y a ambos lados de esta, dos pasillos oscuros que desprenden una corriente escalofriante.

Silencio, solo se oye el crepitar el fuego. El anciano mantiene un posar pensativo, con la mirada perdida entre el azul de los ropajes de la joven.

En aquel preciso instante, el encapuchado se retira lentamente la tela que le cubre la cabeza. 

Deja a la cálida luz de las lámparas juguetear sobre su piel, recorrer las facciones de su cara.

Aquello que más destaca de ella no son sus intransigentes y afilados ojos color canela, tampoco lo son su audaz pestañear o su briosa forma de mover los labios al hablar. Ni su redonda y tímida nariz ni sus rebeldes pecas. Sin duda que tampoco es su cabello, marrón como el café y rizado como el serrín, semi recogido en una trenza alta y con atrevidos tirabuzones molestándole por la cara.

Físicamente es como cualquier otra chica de su aldea, ni de aquellas que te dejan sin aliento por su exuberante belleza, ni de aquellas que te hacen apartar la mirada. Lo que impacta en ella era su actitud, su esencia. Su posar avezado, rudo,  y su dinámica forma de moverse. Su agudo descaro y, a la vez, su gentil tratar y su constante cortesía. La precisión en sus movimientos y su rectitud, mas en ningún momento caía sobre el pozo de la prepotencia, el lecho de la arrogancia, o la tumba del despotismo.

Un desenvolverse atípico para alguien de su temprana edad, que debía de rondar los dieciocho años.

Aunque si tuviera que describirla en su completo, me estaría dejando algo, una faceta suya que no se puede explicar con una sola palabra, ni tampoco con varias. Es como un ligero ademán que se deja entrever esporádicamente, solo si te fijas y le prestas cuidadosa atención. Un deje que le procede de dentro, y a veces, cuando se descuida, se asoma perverso. Es difícil de explicar incluso sabiendo lo que yo sé, pero si tuviera que confeccionar una analogía más o menos esclarecedora sería la siguiente:

"Ella es como un fuego, que empieza de la nada más absoluta, de la oscuridad más plena, sin que nadie se lo espere. Poco a poco va creciendo, con extremada lentitud y debilidad. Como nadie sabe que está allí, la gente ignora el peligro de dejar leña cerca. Sin embargo, cuando se percatan de su presencia ya es demasiado tarde, la inminencia es clara y perturbadora. Un fuego es mortífero y incontrolable, todos lo saben."

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⏰ Última actualización: Aug 27, 2019 ⏰

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