Cinco años era la edad en la que el bendito examen se realizaba. A esa edad y según su limitada comprensión de infante, aguda pero imprecisa de todos modos, algunos signos de la sexualidad ( como decían los adultos en voz baja) surgían a la luz. Entendía a gran escala que los omegas eran los más patéticos, y los alfas los más geniales. No había que entrar en detalles innecesarios. Esa información era suficiente como para dar por hecho, saber y afirmar que él era un alfa. Como respaldo, sus maestros, conocidos y amigos de la familia solían decirle con emoción que estaba en lo cierto: que tenía el porte de un orgulloso alfa, el aroma penetrante y atractivo de uno, la fuerza y destreza de aquella clase admirada por todos.
¿Por qué dudar? ¿Por qué plantearse otro resultado que no fuese el obvio?
Aquel día recuerda claramente haber clavado una mirada en Deku. De nuevo sus ansias por verlo humillado, siendo solo un frágil omega le llenaban de diversión. Así que luego de realizar las pruebas y chequeos, simplemente se dedicó a reafirmar su posición de superior encima del pecoso, disfrutando el verlo temblar en aquella silla y en manos de esa enfermera, quien de seguro sería la encargada de procesar el resultado obvio: omega.
Deku sería un omega.
O, claro...Eso pensó.
Una semana después de hechas las pruebas, el sol se asomaba perezosamente por su ventana. El olor a café y la tranquila mañana de sábado, adornada con pájaros cantando y revoloteando en la ventana, no parecía presagiar nada malo. Como todo buen niño, Katsuki explotó ( literalmente) en impaciencia al ver como su madre, parada en medio de la cocina con la hoja en sus manos no decía nada, temblando, como si lo que dijese en la hoja fuese tan impactante que toda la energía habitual de aquella efusiva mujer se hubiese desvanecido.
—¿Qué pasa?—preguntó impaciente, con las manos hechas puños, y los ojos llenos de expectación. — ¡Quiero ver!—exigió saltando en el lugar.
En el instante, la sala comenzó a llenarse de un aroma extraño para él: nervios, ansiedad, sorpresa... Katsuki se paralizó unos segundos, como todo buen cachorro asustado de su propia madre. ¿Qué estaba ocurriendo? Siguiendo su propia personalidad hostil y rebelde, desechó cómo pudo sus básicos instintos y miedo, tratando de arrebatar en un torpe intento la hoja con los resultados, de las manos de su madre.
Ésta, con una expresión de preocupación pura, lo reprendió con algunos gritos y se negó a dársela, levantándola por arriba de su propia cabeza y dejándola lejos del alcance de un pequeño e infantil Bakugo. Luego de unos minutos más de gritos y explosiones, el padre del niño intervino en la escena, curioso de saber porqué el escándalo no le dejaba concentrarse en sus deberes. Bastó una mirada, un par de segundos conectados, como para que su madre y padre se hablasen entre mudas señas, delante de Katsuki.
Lo mandaron a jugar.
El pequeño rubio, en su infantil mente, pensaba que su madre solo quería molestarlo con el hecho de ocultarle los resultados. O quizás tenía alguna enfermedad mínima, y ella no quería mostrarle la hoja para llevarlo ( de nuevo) engañado al doctor. Fuese como fuese, el hecho es que no conseguiría más que castigos si seguía forcejeando con su madre, una alfa hecha y derecha. Por ello, se resignó y decidió ir a encontrarse con sus amigos para pasar el mal trago de haber tenido que pelear con su familia.
—¡Soy un beta!—había dicho uno de sus amigos. Al parecer, muy aliviado de no tener que sufrir con la carga hormonal de ser un omega. Eso fue lo primero que escuchó al llegar a la misma plaza repleta de juegos en la que solían reunirse.
—¡Yo un alfa!—había gritado su otro amigo, muy contento de tener en sus genes la predisposición a ser más fuerte que el resto de clases. Katsuki no les daba mayor importancia, estando más centrado e indignado por el comportamiento de su madre. Así que cuando le preguntaron a qué tipo de clase pertenecía, resaltó lo que para todos, era obvio.
—Soy un alfa, obviamente, pedazos de basura.—contestó sonriendo, inflando el pecho al recibir los halagos y gritos de admiración. A lo lejos y desde el columpio en el cual se encontraba sentado, pudo ver como una alegre Inko, la madre de Deku, llevaba un pastel y varias comidas exquisitas más. Mentalmente se preguntó si haría una fiesta para celebrar que su hijo fuera un omega. ¿Qué clase de madre se alegraría de tener el apestoso olor a celo de un omega inundando la casa?
Dejó el tema pasar. No quería pensar en algo tan aberrante como Deku entrando en celo. Según las profesoras y sus torpes y feas representaciones con títeres, era un estado deplorable que hacía actuar a los omegas como bestias necesitadas. Se removió en su lugar, dejando de hamacarse. Pensándolo bien, el celo era el mejor castigo para alguien como Deku. Sí, por supuesto, un Deku suplicante y doblegado a su naturaleza era lo más obvio a suceder. Eso le animó un poco, sin contar que internamente deseaba que su madre igualmente le preparara alguna comida de su agrado para festejar su condición. El resto del día, fue bastante normal. Molestaron a algunos niños, explotaron algunas latas por diversión y atraparon escarabajos. No vio al pecoso en todo el día.
Al volver a casa, ya ocultándose el sol, sus padres le esperaban sentados en la mesa, con caras serias y un deje de tristeza en sus ojos. La sala tenía un olor molesto que lo incomodó a la primer inhalada. Retrocedió por reflejo. Pensó que lo regañarían por haber molestado a algún niño, o que lo castigarían por haber roto ( por quinta vez) algún adorno caro. Pero nada de eso pasó. En cambio su madre suspiró y lo invitó a sentarse, corriendo una silla al lado de ella.
Ese día todo cambió.
Ese día supo que la vida era una hija de puta.
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Innecesario
FanfictionEl mundo estaba dividido. Eso no era un misterio para nadie, sobre todo para las personas conscientes de sí misma, las clases que componían a la sociedad, bien y mal. Como si no fuese complicado moverse en una realidad fragmentada en tres grandes cl...