Capítulo 4

1.3K 78 2
                                    

Asentí, soltó mi mano y me agradeció.

—Niña, ven —me llamo la doctora —Necesito que mojes este algodoncito en alcohol, ya sabes después lo que tienes que hacer.

"¿No es su deber atender a Alex?" pensé.

—...Tengo que atender a una chica que se acaba de caer en el asfalto.

— ¡Con razón!—exclame, algo tediosa.

— ¿Perdón?

Alex rió. Yo bufé.

—No, nada. Haga lo que tenga que hacer, yo me encargo de Alexander.

—Perfecto. En un rato vuelvo. Espero y te sientas mejor, Alex, recuerda que tienes que hablar con el director, o con tus profesores.

—Gracias, y claro que lo haré — Contestó con candidez y la doctora se retiró.

Enseguida, Alex manifestó:

—Siento que tengas que hacer esto, Hope. Pero no podía dejarte ir, realmente, odio estar solo.

"Me pasa lo mismo. " pensé

—No te preocupes—aseguré, y fui por los algodoncitos y el alcohol.

Alex se apretaba la nariz para que no saliera más sangre.

—¿Quieres que traiga más cosas? — le pregunté, mientras sumergía los algodones en el alcohol, que  estaba vaciado en un tazón de acero.

—No, solo árnica, por favor.

Obedecí, y saqué de un almacén el bote de "asteráceas".

Lo sobe, sin más. Y pase el algodón por sus heridas que brotaban en sus finos brazos.

No sé por qué , pero sus brazos me recordaban a los de Robert. Sentí íntimamente sus brazos hace dos años, cuando fuimos a  una playa en Santa Mónica, California.

Me la había pasado muy bien con él y con Anne. Me abrazaba mucho. Teníamos catorce años. Y por un instante, me sentí enamorada de Robert. Él posaba su mano en mi cintura. Y reía.  Y se lo permitía. Lo consideraba lindo.

Los brazos de Alex resultaban mas largos y firmes.

— ¿Duele mucho?

—No tanto—me responde.

Inmediatamente, se vuelve a mí.

—...Gracias por haberme salvado de esos tipos. Sé quiénes son, pero prefiero no avisarle a alguien. No por miedo, sino porque no tiene caso...

—Está bien, Alex.

—... Creo que te debo una.

Nuestras miradas se cruzaron. Sin pestañear, le contesté:

—Nosotros no nos debemos nada.

Él sonrió.

—Bueno, déjame decirte algo... —Mi corazón se volvió a acelerar. Él también era muy tímido. Cuando hablaba parecía como si nos estuvieran grabando para una película—  Quería invitarte a la gran apertura de la tienda de malteadas de mis tíos, mañana...Ellos me dijeron que invitara a mis amigos, pero siéndote sincero, no tengo a nadie. Bueno, si tengo, pero les parecerá muy ridículo. Mis amigas del otro vecindario no se prestan para eso. Y solo pude pensar en ti.

Me sonrojé.

—¿Enserio?—estaba fria y paralizada. —No, ay, no. ¡Me ha invitado, por Dios!

Pero Alex no me escucho.

—¿Perdón?

—...Oh, Alex. ¡Suena genial, gracias!

Mr. Alex Turner. La Peor Pesadilla Favorita. (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora