XLIV

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Esta noche no he podido dormir, así que he subido de nuevo al tejado a observar las estrellas.

Corría una suave brisa que me acariciaba las mejillas y mis brazos desnudos, haciéndome cosquillas.

Ha habido un momento en el que he deseado que todas las luces de la ciudad se apagasen, y así poder observar el firmamento en todo su esplendor.

Entonces, he girado la cabeza

y ahí estabas.

Tu largo cabello ondeando al viento,

sentada sobre tu tejado, con las piernas entrelazadas,

y tu rostro alzado hacia las estrellas.

Mi corazón ha comenzado a latir demasiado rápido,

mi respiración se ha vuelto irregular,

y mis sentimientos hacia ti han comenzado a aflorar de nuevo.

Has vuelto la cabeza hacia donde me encontraba,

y yo, demasiado estúpido y embobado, no he sido lo demasiado rápido para apartar mis ojos de ti.

Y me has mirado.

Nos hemos mirado.

Y a diferencia de aquel día, esta vez no has apartado la mirada.

Así que hemos permanecido así durante horas,

tus ojos contra los míos,

y palabras sordas flotando en el aire.

No hemos dicho nada, y lo hemos dicho todo.

Yo, que te quiero.

Tú, que me conoces más de lo que creía.

Hace tiempo que no lo digo,

pero, Maggie, eres preciosa.

Y te lo juro: por un momento,

he creído estar observando

otra estrella más en el cielo.

N x.

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