eight

6.6K 665 409
                                    




viii.
( el sótano en parís )




Las pesadillas no eran algo de lo que James estaba exento. 

Cuando era pequeño, se contagió de viruela de dragón. Él juraba, hasta el día de hoy, que la Muerte misma lo visitó una de esas noches en las que estuvo internado en San Mungo, ya que su estado de salud había empeorado con el pasar de las semanas. James la recordaba bien; porque la Muerte no se parecía en nada a cómo la hubiera imaginado. Ella tenía el cabello rubio, como los rayos del sol, y los ojos muy rojos, de un tono escarlata que lo maravilló por completo.

La Muerte lo había mirado, postrado en una camilla y lloriqueando de dolor. Ella lo arrulló, le acarició la frente y le prometió que el sufrimiento se iría pronto, que James estaría mejor si solo cerraba los ojos. Él le hizo caso, porque tenía 10 años y llevaba meses bajo revisión de los especialistas, y cualquier cosa le parecía mejor idea que morirse despierto en esa habitación.

Al día siguiente, James dejó la camilla por primera vez desde que lo internaron. Saltó de arriba a abajo, devoró su desayuno y participó activamente de los análisis. Los medimagos le dijeron a sus padres que era un milagro que siguiera vivo; sus padres lloraron de alivio al recibir la noticia de que le darían de alta y Sam torció los labios cuando James le contó, el mismo día que regresó a la mansión, del visitante que llegó a su habitación de San Mungo aquella noche.

—Ella quería llevarte —dijo Sam, con toda la molestia que una niña de 10 años podía reunir.

Su ceño fruncido borró la sonrisa del rostro de James.

—Pero —James ladeó la cabeza, confundido por el enojo de su gemela—. Fue muy amable conmigo, me dijo que el dolor se iría...

—¡Ella quería llevarte! ¡No se supone que lo haga! —Sam protestó, lanzándose encima de James. La cama crujió y él estaba seguro que los medimagos se molestarían si se enteraran; a Charlus y Dorea se les dieron estrictas órdenes de que James no debía acercarse a Sam, por la posibilidad de contagiarla con los residuos de viruela de dragón en su sistema—. No lo permitiré, ella no te asesinará.

Después de ese estallido de Sam, la Muerte siguió visitando a James, esta vez en pesadillas. La diferencia es que ya no era el mismo espectro con el cabello de rayos solares y ojos como rosas. La Muerte en sus pesadillas era fuego puro, tenía colmillos y estaba hecha de sangre; la sangre que le robaba a sus víctimas cuando se las llevaba del mundo de los vivos. Tampoco se mostraba bondadosa, o preocupada, o le decía a James que todo mejoraría. En sus pesadillas, era ella quien le causaba el dolor.

La perdida de Sam no mejoró su situación en nada; pero James ahora tenía una cosa a la que ni siquiera consideró cuando era pequeño: las pociones para dormir sin sueños. Con ellas no había visitas, ni ruidos extraños, ni sangre fresca. Sólo negro. A James le gustaba el negro, cuando se trataba de las pesadillas. Al menos el negro no lo hacía revivir el peor momento de su adolescencia.

Sin embargo, James cometió un error: se volvió dependiente de las pociones. No podía irse a la cama sin beberse una, y eso no fue un gran problema, al menos hasta que salió de Hogwarts y se inscribió en la Academia. El Cuartel de Aurores le exigía un estado físico en óptimas condiciones, lo que significaba que los problemas de alcohol o de drogas no podían ser parte de su vida. Él hizo la elección de dejar las pociones, y debido a su trabajo y la guerra, siempre se iba a dormir demasiado cansado para que su mente tuviera tiempo de formar el escenario que lo atormentaría durante sus pesadillas.

(³) BANSHEE ━━ james potterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora