Habíamos salido casi que corriendo y olvidé los cigarrillos. La mona lucía calma, relajada, casi que descarada en una aparente felicidad. Me angustiaba el pensar en que algo terminara con su déspota serenidad. Ya entrados en la autopista y luego de lo que no fueron más de diez minutos en total silencio perdido solo por el inexorable reemplazo de las melodías de escenas setenteras y ochenteras de mi drive, empezó a analizar cada recoveco del auto.
En la guantera descubrió los frasquitos de mini Patrón que conservaba. Me pidió que le armara un trago y me pareció la excusa perfecta para comprar cigarros. Hice stop en la primera choza que se me cruzó y además del paquete de lucky azul incluí hielo, limones y azúcar, un tanto impaciente.
La mona tenía esa faldita que me gustaba tanto, la blanca con pequeños puntitos negros, de esas que puestas en la persona equivocada solo la haría parecer una pseudomonja sesentona pero que en la correcta tienen una combinación fenomenal de dulce picardía libreada que me encanta en una vieja.
Íbamos a ciento veinte y sonaba esa canción que tanto me gusta de The Jon Spencer Blues, carajo si no era la escena perfecta. Decidí que quería una mamada. No, más bien quería que ella quisiera mamármela en ese instante, sin yo mencionarlo y sin plantarle sutilmente la idea. La noción de aquella idea me parecía más excitante que la mamada como tal. Le subí el volumen a 'Bellbottoms' y la mona sonrió mientras reclinaba su asiento y estiraba sus piernas sobre el mostrador del carro. Qué maldita maravilla, qué puto estilo! Sus piernas calzaban perfectamente la distancia exacta para posarse completas ante mis ojos que a este paso poco se preocupaban por mantenerme vivo en el desgastado y asoleado volante.
Debajo del último puntito negro de su falda se juntaba un delicioso lunar que parecía punto de partida para el viaje fenomenal que era la carretera de sus torneadas piernas.
Piel que denotaba una suavidad impactante, casi resbaladiza.
Muslos color caramelo, en su punto.
Tobillos sobresalientes, finamente arreglados por una pulserita ocho quilates, dignos inspiradores de cualquier solo de jazz de veintitrés minutos.
Pies musicales, que perseguían incesantemente cada nota de aquella imitación de longplay.
Y para el gran final, dedos tarantinescos. Definitivamente este era un paseo que no había que hacer en carro. A estas piernas había que caminarlas, sin prisa y disfrutando cada minuto de su brutal trayectoria.
Bebió el último sorbo que quedaba de aquel patético intento de caipirinha con tequila en vaso plástico y sacó una de las rodajas de limón untada de azúcar y comenzó a lamerla. Mucha barbaridad, señora!. A la primera oportunidad en la que encontré un desvío lo tomé y detuve el auto a la entrada de una pequeña finca. Ahora sonaba el clásico del 73, 'Radar Love'
I've been drivin' all night, my hand's wet on the wheel
There's a voice in my head that drives my heel
It's my baby callin', says I need you here..
Esa maldita sonrisa despiadada de la mona. Como si no tuviera idea. Abrió sus piernas sin dejar de mirarme y chupar el limón. Inclinó su tronco hacia atrás y esperó, sin dejar de sonreír. Olvidé la idea de la mamada y caí en cuenta que todo ese tiempo ella tuvo su propia fantasía en mente. Su cuerpo se convirtió en autopista libre, bajé mi cabeza y su cuerpo me supo a otro viaje.
The road has got me hypnotized
And I'm speedin' into a new sunrise
When I get lonely and I'm sure I've had enough
She sends her comfort comin' in from above
YOU ARE READING
La música de los niños muertos.
Mystery / ThrillerSer un asesino a sueldo es más ordinario de lo que parece. Hasta que matas a un infante por error.