Capítulo quinto (segunda parte).

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–Continúa –ordenó Yoongi con suavidad, acariciando la cabeza de ambos, mientras sus ojos se encendían tanto como su cuerpo, incitándolos a reanudar lo que habían comenzado–. Vamos, no te detengas –susurró.

Jungkook inspiró profundo. Por alguna maldita razón sabía cómo acabaría todo eso y lo odió. Pero como si no tuviera la facultad de decidir sobre su cuerpo, obedeció algo tenso, obligado.

–Son hermosos, tan hermosos... Sigue, sí, bésala así...

Envuelto en su fina bata roja, Yoongi disfrutaba claramente de tener a esas dos jóvenes bellezas amándose frente a él. Los acariciaba, los besaba, posaba sus manos sobre los cuerpos tibios y palpitantes, delineando sus contornos y uniones, sintiendo los músculos moviéndose bajo su tacto, las vibraciones, las respuestas de la piel. Luego de varios minutos, Jungkook no podía decir que estuviera pasándola mal, pero se sentía francamente desconcentrado. Continuaba poseyendo a la muchacha, intentando ignorar el hecho de que su tutor hubiera dejado de acariciarlos para posicionarse tras él, recorriendo ahora su espalda desde la nuca hasta la suave curva que se formaba al final.

Incomprensibles susurros en ruso escaparon de sus labios cuando la inquieta lengua de Yoongi se hundió entre sus glúteos, preparándolo de una forma enloquecedora para lo que ya había sospechado que vendría. No quería hacerlo, mucho menos con la chica allí presente, testigo a la que tuvo que besar con pasión para distraerla de la visión que la tenía atrapada y totalmente estupefacta.

Ahora había llegado su tiempo de gemir de dolor. Ingrid resguardó entre sus senos el rostro de su ídolo cuando fue penetrado por su entrenador (¿quién diablos iba a creerle esto alguna vez?), y acarició la hermosa cabellera rubia cuando comenzó a temblar entre jadeos entrecortados. Ella había olvidado su propio dolor e incomodidad. Ahora era otro quien le hacía el amor a través de su amado, una cadena de gemidos y placer que no podía terminar de creer. Besó en los labios aquel rostro contorsionado por el dolor y él le correspondió, agradecido. Ahora que el dominador era dominado lo sentía más dulce y cercano a ella.

–Luego de un momento te acostumbras –lo consoló, pensando en su ingenuidad que el ruso no tenía ninguna experiencia en esto. Yoongi, sobre ellos dos, lanzó una carcajada. Jungkook ignoró la maligna burla y besó a su dulce fan, murmurando que estaba bien, respirando profundo para encontrar el equilibrio entre dolor y placer.

Al parecer allí estaba la clave. No había nada en el mundo que quitara el dolor de aquel momento, y tras la experiencia con los alemanes aquello parecía más de lo que era capaz de soportar, pero esta vez eran cuatro las manos que lo consolaban y dos las bocas que lo colmaban de besos para que olvidara el fuego que entraba paso a paso en su cuerpo. Era un dios dorado, alabado por delante y por detrás, mientras intentaba mantener la calma. Una vez controlado el tormento en su interior, pudo volver a concentrarse en el hermoso cuerpo que tenía entre sus brazos, y en el que aún se hundía azotándolo con fuerzas ajenas. Se había convertido en el intermediario de un ritmo que no era el propio, pero al que pronto se unió para formar una misma sintonía. Sí, esto era nuevo y no estaba nada mal.

–Siente... sufre... goza... –las palabras eran susurradas en su oído mientras una mano lenta descendía por sus caderas–. Dar y recibir, Jungkook... eres un puente de placer.

Pronto los dos jóvenes estuvieron gimiendo al unísono, azotados por la misma fuerza. Un puente de placer, sí, pues el impulso que penetraba por entre sus muslos salía convertido en gemidos de mujer de aquellos labios carnosos y femeninos. Eran como tres velas distintas, pero una misma llama. Una lejana metáfora religiosa que lo hizo sentir blasfemo.

Jungkook se sentía desfallecer. Yoongi nunca lo había compartido con nadie y él jamás se había dejado poseer por otro hombre, por lo que ahora nadaba y se ahogada en aguas desconocidas, donde las sensaciones se encontraban como olas furiosas en medio de una tempestad y el aire no le alcanzaba para reír o llorar. Placer y dolor, dolor y placer, golpeándolo un por delante, el otro por detrás, hasta confundirse en el centro mismo de su ser, ardiendo en sus entrañas como un fuego nuevo e indescriptible. Un cuerpo galopando a sus espaldas, otro temblando contra su vientre. ¿Qué era aquello, por Dios? ¿La culminación de todos sus deseos? ¿La plenitud del goce total? No, no sabía explicar qué era, pero sabía que no era la cima. Él ya la había alcanzado, y sólo había necesitado a una persona.

Sangre sobre el hielo ✧; KookMin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora