DESPERTAR (2da parte)

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Mandred observó a su adversario. Iba ricamente vestido, cierto, pero estaba Claro que no era un héroe ni un mago. ¿A quién se coloca de vigilante en un puente que nadie en su sano juicio cruzaría? ¡A un idiota! ¡A un don nadie! Iba a enseñarle a ser presuntuoso lo que ir al respeto. Incluso tratándose de un elfo.

Ejecuto un par de dinámicos movimientos con la espada para distender los músculos. El arma era inusualmente ligera, muy distinta a la espada humana. Estaba afilar por los dos lados. Tendría que andarse con cuidado para no herir a Ollowain involuntariamente.

- ¿Me vas a atacar de una vez o necesitas otra espada? -preguntó aburrido el elfo.

Mandred se lanzó hacia delante. Alzó la espada como si quisiera partir en dos el cráneo de Ollowain. En el último momento cambió la dirección del ataque para golpear con un revés el hombro derecho del elfo. Sin embargo, el golpe dio en el vacío.

Ollowain se había apartado lo justo para que el golpe de Mandred fallase por una pulgada. El guerrero de blanco se reía altanero.

Mandred retrocedió para guardar la distancia. Aunque el elfo tuviera la estatura de un niño, sabía luchar. Lo intentaría con su mejor truco. Una finta que había costado la vida a tres de sus enemigos.

Con la izquierda avanzó como si quisiera propinar a Ollowain en una sonora bofetada. Al mismo tiempo, con la derecha ejecutó un mandoble a pulso contra la rodilla de su adversario. Ese mandoble, ejecutado con movimientos parsimoniosos, siempre había pasado desapercibido para sus enemigos hasta que el filo encontraba su objetivo.

Un puñetazo apartó la mano de Mandred. Una patada golpeó el extremo de la espada, de forma que ésta falló su objetivo. A continuación, el elfo le propinó un fuerte rodillazo entre las piernas.

Mandred comenzó a ver estrellas y le pareció que no podía respirar a causa del dolor. Un golpe en el pecho le hizo perder el equilibrio, y un segundo en empellón le hizo tambalearse. Parpadeo para aclararse la vista. El elfo era tan rápido que sus movimientos se desvanecían como sombras espectrales.

Desamparado, Mandred golpeó a su alrededor para intentar alejar de sí a su adversario. Algo dio en su mano derecha. Sintió los dedos entumecidos de dolor.

Seguía moviendo la espada por puro instinto de guerrero. Se sentía desvalido, mientras que Ollowain parecía estar en todas partes a la vez.

La espada de Mandred describió un semicírculo y un tirón le arrebató el alma de la mano. Un golpe de aire le rozó la mejilla derecha. Ahí acabo la pelea.

Ollowain había retrocedido unos pasos. Su espada descansaba en la vaina, como si no hubiera ocurrido nada. Poco a poco, la vista de Mandred iba aclarándose. Hacía mucho tiempo que nadie le había golpeado de manera semejante. El astuto elfo había habitado golpearle en la cara. En la corte nadie se daría cuenta de que lo había de lo que había ocurrido.

Debes de haberte asustado mucho -dijo Mandred jadeante- para haber recurrido a tu magia para vencerme.

-¿Acaso es magia que tus ojos sean demasiado lentos para seguir mi mano?

-Ningún ser humano puede moverse tan rápido sin recurrir a la magia -siguió insistiendo Mandred.

Una sonrisa asomó en los labios de Ollowain

-Tienes razón, Mandred. Ningún ser humano.

Señaló hacia el portón de la torre, que ahora estaba abierto de par en par. Allí esperaban dos caballos ensillados.

-¿Tendrías el honor de seguirme? A Mandred le dolían todos los huesos. Caminó renqueando hacia el portón. El elfo se pegó a él.

-No necesito que nadie me sujete -masculló Mandred de mal humor.

-Si no lo hiciera, ibas a presentar un aspecto bastante miserable ante la Corte.

Una mirada amistosa quitó el aguijón de las palabras de Ollowain.

Los caballos esperaban pacientemente bajo el arco del portón. No se veía a ningún criado que los hubiera llevado allí. Un portal abovedado se introducía como un túnel por la mampostería de la imponente torre. Parecía abandonado. Tampoco se veía a nadie tras las almenas del muro. Y sin embargo, Mandred tenía la sensación de estar siendo observado.

¿Querían los elfos ocultar la fuerza de la guarnición que vigilaba la puerta a la Tierra Central? ¿Le consideraban un enemigo? ¿Un espía, quizá? Pero si lo fuera, ¿le habría curado el roble?

Un caballo blanco y otro gris les esperaban. Ollowain se acercó al semental blanco y le palmeó los ollares jovialmente. A Mandred le pareció que el otro caballo le miraba expectante. No entendía mucho de caballos. Aquellos animales eran de constitución ligera; tenían unos cuartos delgados y de apariencia frágil. Pero también se había dejado engañar por la apariencia de Ollowain. Probablemente eran más fuertes y resistentes que cualquier caballo que hubiera montado nunca. Exceptuando a Aigilaos. Mandred sonrió al recordar al jactancioso centauro.

Se aupó a la silla entre quejidos. Cuando estuvo sentado a medio erguir, el guerrero elfo le hizo una sella para que le siguiera. El trote de las pezuñas sin herraduras retumbó sordamente, rebotando en las paredes del portal.

Ollowain tomó un camino que llevaba sobre colinas de suave pendiente. La cabalgata hasta el castillo de la reina fue larga, atravesaron oscuros bosques y un sinnúmero de puentes. De cuando en cuando se veía casas a lo lejos con tejados en forma de cúpula puntiaguda. Éstas parecían haber sido colocadas en el paisaje con tal cuidado que a Mandred se le antojaban piedras preciosas engastadas en un lujoso engarce.

La tierra que recorría junto a Ollowain era un paisaje primaveral. Mandred se preguntó de nuevo cuánto tiempo habría dormido bajo el roble. En los cuentos se decía que en el mundo de los elfos reinaba una primavera eterna. Seguramente no habían pasado más de dos o tres días desde que había atravesado el círculo de piedra. ¡O incluso tal vez sólo uno!

Mandred se obligó a poner en orden sus pensamientos para no presentarse ante la reina como un tonto. Hasta el momento, estaba convencido de que el hombre jabalí provenía de allí, del mundo de los elfos. Pensó en Xern y en Aigilaos. En aquel lugar no parecía ser inusual que los animales y los hombres se fundieran en uno, igual que el hombre jabalí.

Cuando los príncipes de Fiorda se reunían para hablar de leyes, era Mandred quien representaba a Piedranival. Sabía lo que debía hacerse para atajar un altercado de raíz. Si entre dos clanes se producía un derramamiento de sangre y un hombre era asesinado, la familia del asesino debía pagar una compensación a la familia de la víctima. Si la retribución era satisfactoria, ya no había motivo para una venganza de sangre. El hombre jabalí procedía de ese lugar. La reina de los elfos era responsable de sus actos. Mandred había perdido a tres compañeros suyos por su causa. Piedranival era tan pequeño que la perdida de tres hombres vigorosos ponía en peligro su subsistencia. ¡Exigiría una compensación elevada! Solo Luth sabía cuántos hombres de otros pueblos habrían sido asesinados por la criatura. Los hijos de los albos habían ocasionado el daño, así que tenían que responder por él. ¡Era lo justo!

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⏰ Última actualización: Sep 04, 2018 ⏰

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