CAPÍTULO I

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No pienso nunca en el futuro porque llega muy pronto.
~Albert Einstein~

Pablo abrió la puerta de la cabaña en pleno bostezo.
—Cómo te ha ido?—le preguntó su madre levantándose de la silla en la que había estado zurciendo unos pantalones.
El muchacho se encongió de hombros y respondió:
—No muy bien,maese Brunet no estaba muy convencido de quererme en su fragua.
—¿Que no...?—las palabras se le atascaron en la boca—.
¡Después de tenerte el día entero trabajando!¿Qué te ha dicho?
¿Que no eres lo suficientemente fuerte?¿Que no conoces el oficio?¡Será canalla!¡Menudo sinvergüenza!
—Madre...—musitó Pablo,sin ninguna convicción en poder calmarla.Las llamas de las velas tintaban las paredes de madera con brillos anaranjados.
—Mañana iré a hablar con él—aseveró.
—¿De qué servirá?Tiene razón:no creo que tenga ni la fuerza ni la altura adecuadas para el oficio—suspiró y añadió—:Siento haberte defraudado.

Su madre avanzó hasta él y le señaló con el dedo índice,molesta.
—No se te ocurra decir semejantes bobadas,Pablo.Eres uno de los muchachos más altos de la aldea.A lo mejor tendrías que haberle recordado cómo venciste al enclenque de su hijo en la última feria —el joven sonrió más animado—. ¡Y no quiero volver a oírte decir que me has defraudado!Si el cabeza de chorlito del herrero no quiere tenerte en su fragua,él sabrá.
Quedan montones de trabajos en el pueblo.
—Pero ninguno pagará tan bien como él—replicó.
—Pamplinas.Vete a la cama y descansa.Y no pienses más en ello.
—Sí,madre. Buenas noches
El joven le dio un beso en la mejilla y subió las destartaladas escaleras con la cabeza gacha y el ánimo arrastrándose por los peldaños.Aquel trabajo tenía que haber sido suyo.
Su padre ni le habría mirado a los ojos,pensaba mientras se quitaba la pestilente ropa que llevaba y se enfundaba la camisola de dormir.Si se enterase,volvería de la ciudad sólo para hacerle saber lo decepcionado que no sentía.Por suerte para el chico,el hombre tardaría varias semanas en regresar y tal vez para entonces ya hubiera encontrado un trabajo decente.
El muchacho se dejó caer sobre el camastro,desilusionado.
¿A quién quería engañar?Tenía dieciséis años y todavía no había hecho nada de provecho.Hasta entonces sólo su padre se había encargado de traer dinero a la casa. <<Castilla no se ha construido con el sudor de un solo hombre>>,solía decirle cuando se mencionaba el tema, y llevaba razón. Tenía amigos alistados en el ejército, trabajando en la gran ciudad, ¡incluso conocía el caso de una muchacha de doce años que había entrado a formar parte de la corte del rey! ¿Y él? Ahí seguía:ayudando a su madre con el huerto y el pastoreo. Dieciséis años y no aspiraba más que a ordeñar vacas y a esquilar ovejas.
Pero eso cambiaría, se juró. Al día siguiente, para empezar,iría a hablar con maese Brunet y le pediría el salario que le correspondía por haberle tenido el día entero golpeando el hierro.Si bien era cierto que no lo había hecho con la mayor destreza, ni con toda la fuerza que se requería, las agujetas del día siguiente serían las mismas, y el tiempo perdido en la herrería no lo recuperaría de ningún modo.
Las horas junto al fuego, martillando Filis y fundiendo empuñaduras, le habían dejado molido. Sentía cada músculo palpitando del cansancio. En el fondo se alegraba de que maese Brunet no hubiese quedado impresionado por su labor, así al menos tenía una excusa para no volver sin que nadie pudiera decir que no lo había intentado.
Elucubrando sobre su futuro, con el viento helador silbando sobre la cabaña, el muchacho se fue quedando dormido. Tuvo un sueño tranquilo, profundo. Parecía que habían transcurrido tal sólo un par de minutos cuando se despertó de golpe.
¿Qué podía haberle desvelado? Se rascó la cabeza, somnoliento. Iba a cerrar los ojos cuando el sonido se repitió. Un golpe seco en la madera. Abajo. En la cocina.
—Madre...—murmuró. Se levanto y se puso rápidamente los pantalones que habían llevado a la fragua. Sin perder un instante, salió de su habitación y bajó las escaleras intentando hacer el menor ruido posible y evitando los escalones que más crujían.
Se detuvo a cierta distancia y miró a través de los barrotes de la barandilla. Todo parecía estar en calma. Y entonces, una luz azulada inundó la planta entera. Pablo no podía ver su procedencia, ni tampoco quién la había invocado, pero aquello no podía ser nada bueno. Magia,pensó. Daba la sensación de que el reflejo de la luna se hubiese colado por la chimenea y estuviera iluminando toda la habitación. Cuando tuvo el valor suficiente para bajar y plantar cara a lo que allí hubiese, la luz se esfumó y una figura vestida de negro con una gabardina oscura cruzó el salón y desapareció por la puerta.
El muchacho bajó los últimos peldaños de un salto. Había un cuerpo tirado junto a la mesa.
—¡Madre! —exclamó el joven. La zarandeó para que despertarse, pero parecía estar...—No.Respira, respira...Madre,¡madre! ¡Despierta!
Pablo pensó que a lo mejor sería llevarla a su cuarto, pero no iba a permitir que quien le había hecho aquello escapase.Iría tras él y después regresaría para despertarla.
No estaba muerta y no parecía tener ninguna herida.
Con aquel pensamiento en la cabeza, se puso las botas que había en la entrada y sacó del baúl la daga que su padre le había regalado hacía unos meses. <<Para defender la casa mientras yo no esté>>, le había dicho. No había sido capaz de hacerlo, pero enmendaría su error.
La fría noche le recibió con su gélido aliento.Al principio no supo hacia dónde debía dirigirse, pero no tardó en vislumbrar una luz a lo lejos que se bamboleaba en la oscuridad.
Echó a correr tras ella sin fijarse siquiera en dónde pisaba;conocía bien el lugar.Se dirigía al río.

—Pues no escapará —se juró el chico.
A cada paso que daba, más grande se hacía La Luz y más claro tenía que había hecho bien siguiendo su rastro. La lámpara de aceite la sostenía quien había irrumpido en su casa. Le atraparía y le haría pagar por lo que le había hecho a su madre, fuera lo que fuese.
De tanto en tanto, el otro se giraba, instigado por la sensación de estar siendo observado, pero Pablo era rápido y se perdía entre los arbustos permaneciendo invisible.
Entonces,a unos metros del río, el intruso se detuvo en seco y sacó de la gabardina un segundo objeto que Pablo no llegó a ver. ¿Una navaja tal vez?, se preguntó el muchacho. La oscura figura se recortaba en el reflejo del río.
Con cuidado,se acercó lentamente. El otro parecía distraído. Ahora o nunca.
De un salto, Pablo se abalanzó sobre él y le agarró por los hombros para hacerle perder el equilibrio. La lámpara de aceite en un principio Pablo había creído que llevaba, era en realidad un objeto cilíndrico que rodó por el suelo, apagándose cerca de ellos.
El agredido pareció maldecir en un idioma incomprensible e intentó escabullirse.
Por su parte, Pablo tiró con todas sus fuerzas el embozo negro que le cubría el rostro para descubrir que se trataba de un joven más o menos de su edad. Su contrincante aprovechó aquel instante de sorpresa para asestarle un puñetazo que no pudo esquivar. Rodó por el suelo llenándose de barro la ropa y rompiéndose los pantalones.
Si hubiese querido, el intruso podría haberle matado allí mismo. Sin embargo, se limitó a recoger la misteriosa lámpara y el verdugo y a salir corriendo con el otro objeto bien agarrado entre las manos.

—¡No huyas! —le gritó Pablo, avergonzado y furioso.
La daga se le había caído cerca de la orilla,pero le dio lo mismo. Estaba claro que su contrincante no iba armado. Podría defenderse como le había enseñado su padre llegado el caso.
Se volvió a poner en pie y corrió para alcanzarle sin ningún sigilo.La rapidez era la única baza con la que contaba en ese momento.
Pronto vislumbró la luz de nuevo;no estaba tan lejos. Con un último esfuerzo, e intentando no hacer caso de los pinchazos que sentía en las rodillas, Pablo aceleró el ritmo.
Se encontraba a menos de cinco metros de él y tan sólo una roca en el camino los separaba. Pablo tomó impulso, saltó sobre la piedra y gritó:
—¡No escaparás!
En el preciso instante en el que el muchacho se giraba para mirarle, Pablo cayó sobre él.
—¡Te tengo —esclamó.
Y entonces, desaparecieron.

La nada es difícil de describir.Sobre todo cuando no hay algo con que comprarla. No es blanca ni negra. Es un hueco. Un agujero, pero sin límites.
Cuando Pablo abrió los ojos pensó que se había quedado ciego. Estaban rodeados de nada. No podía describirlo de otro modo. Ni aire, ni tierra, ni suelo, ni techo, no había paredes y tampoco estaban al aire libre. Sintió que le faltaba el aire y que una claustrofobia fuera de lo corriente amenazaba con hacerle perder el conocimiento. El único motivo por el que aún no se había mareado era porque el intruso le estaba agarrando con fuerza de la camisa, agitándole mientras gritaba frases ininteligibles.

Pablo intentó desasirse del muchacho, pero no le quedaban casi fuerzas. Finalmente, éste le soltó con el despareció y salió corriendo hacia lo lejos. Pablo pensó que lo mismo le hubiera dado optar por cualquier otra dirección; la nada los rodeaba.
El muchacho se puso de pie con un esfuerzo sobrehumano,aterrado y angustiado al mismo tiempo. ¿Dónde estaba? ¿Qué clase de brujería era aquella? ¿Qué le habían hecho? Se obligó a dejar de pensar y echó a correr tras el extraño. No le dejaría escapar,no después de haber llegado tan lejos. Si le daba más vueltas al asunto, terminaría volviéndose loco.
Avanzó tan rápido como las contusiones le permitían,haciendo un esfuerzo para no quedarse embobado mirando sus botas pisando la nada. Corrió tras su enemigo, cuyo pelo largo y oscuro ondeaba con ligereza a su alrededor.
—¡No...escaparás! —le gritó,escuchando su voz amplificada por el eco.
El otro se dio la vuelta y maldijo de nuevo, acelerando el paso. Entonces, al fondo, frente a ellos, más allá de donde se encontraba el perseguido, apareció la entrada de lo que parecía ser un túnel.
Era un agujero oscuro en mitad de la nada.
El extraño llegó a la entrada y se paró ora observar a Pablo.
Le gritó algo que, aún en ese idioma que Pablo desconocía, le sonó a amenaza. Después siguió avanzando hasta que la oscuridad se lo tragó por completo.

—¡No! —exclamó Pablo, y su grito reverberó en aquel lugar—¡Te...atraparé!
Y cuando la entrada al agujero parecía estar disminuyendo lentamente, puso un pie dentro y siguió avanzando hasta que, también el, desapareció.

Tempus Fugit (Ladrones de almas) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora