CAPÍTULO IV

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La libertad cuesta muy cara, y es necesario o resignarse a vivir sin ella o dedicarse a comprarla por su precio.
~José Martí~

Kleid se metió en la cabina de teleporte y tecleó su destino: Tempus Fugit.
Cuando los dos anuncios habituales terminaron y el ordenador de a bordo le pidió la identificación, extendió la palma de la mano sobre la pantalla táctil y pronunció su nombre en voz alta.
La máquina se activó al instante. El detector de armas se abstuvo de analizarse y varios paneles similares a los receptores de luz solar cubrieron el interior de la cabina. Una cuenta atrás apareció en la pantalla.
<<5... 4... 3... 2... 1... TELEPORTACIÓN >>.
El protovidente sintió un cosquilleo cuando la máquina lo desintegró. Duró menos que un parpadeo. Antes de llegar a asimilar la sensación de que no estaba, ya había aparecido a la entrada del edificio de Tempus Fugit.
El lugar estaba completamente vacío. A simple vista podía parecer que ni tan siquiera los guardias de seguridad vigilaban el interior de las oficinas, pero Kleid sabía que no era así.

Dio la vuelta al edificio hasta encontrarse con una puerta trasera. Situó la palma de la mano sobre el detector y una vez abrió la puerta, entró. A continuación bajó las empinadas escaleras metálicas hasta llegar al sótano. Tomó un ascensor y descendió varios pisos más, hasta los laboratorios.
Shawn le esperaba con la bata blanca de cirujano puesta y la máquina de Extracción lista.
—Ha sido rápido, ¿no crees?
—Una misión sencilla —se limitó a decir Kleid, desenganchando el contenedor del anillo.
—Qué modesto eres.
Kleid le lanzó la piedra al científico y después se tiró en el sofá de cuero que había junto a la pared.
—¿Cansado? —le preguntó el científico, observando el anillo con detenimiento.
—Estoy bien. Es sólo que... —se calló antes de continuar—. Da igual, no es importante.
—Como quieras, pero me estaba empezando a asustar. Por un momento creí que había aniquilado por completo tu humanidad.
Kleid arqueó una ceja.
—¿A qué te refieres?
—Al remordimiento que estás sintiendo —respondió Shawn sin darle importancia.
—Al... —Kleid se incorporó—. No... Yo no estoy sintiendo ningún remordimiento. Es sólo que... estoy cansado.
—Ya... —replicó el otro—. Bien, esto está listo.

Kleid se levantó del sofá y se acercó a la máquina con la que trabajaba Shawn.
—Un buen ejemplar —comentó el científico.
—Era sólo una niña —añadió Kleid.
—Una lástima —murmuró el otro.
Kleid conocía a Shawn desde hacía años. Era un hombre que rondaba la treintena. Siempre llevaba el pelo castaño cogido en una coleta y acostumbraba a dejarse perilla cada cierto tiempo. Decía que era una táctica para atraer a las chicas. Era un buen tipo para ser humano.
Ya en la primera misión de Kleid, había sido el encargado de extraer la Esencia de su anillo y almacenarla en una cápsula; una labor que solo él,como científico experimentado, podía realizar. Un error, por nimio que fuerza, podía hacer que la Esencia se perdiera para siempre.
—Aguarda un momento —le pidió a Kleid.
El chico dio un paso hacia atrás y observó cómo el científico vertía toda la Esencia en la pipeta.
—¡Listo! —con mucho cuidado. Shawn enroscó el tapón para cerrarla y, a continuación, la colocó en un armario frigorífico junto al resto de las muestras. Con un bolígrafo electromagnético escribió en la superficie un número.

—¿Qué es? —preguntó Kleid. Sabía que no era de su incumbencia, pero su innata curiosidad era una de las pocas facetas humanas que era incapaz de controlar.
Shawn tecleó rápidamente en el ordenador y al momento apareció la respuesta en la pantalla:
—aún 3.3.3, una <<posible competencia en el campo de la teleportación>>.
Kleid no pudo evitar su cara de asombro.
—¿Y por eso he dejado a la chica así? ¿Por una <<posible competencia>>?
—Yo no soy quien da las órdenes aquí, ya los sabes.
El protovidente se masajeó las sienes.
—Ya lo sé, ya lo sé... Perdona que me ponga así, pero es que últimamente no hacen más que enviarme a por Futuros...
*Kleid se hizo con una pipeta vacía y se la pasó de una mano a otra, pensando cómo terminar la frase.*
—¿Poco interesantes? —le ayudó Shawn, quitándole el frasco.
—Es una manera de decirlo —se volvió hacia él—. Hace un año robaba Esencias verdaderamente atractivas: grandes potenciales en miles de campos. Ahora, ya ves, <<posibles peligros para la empresa>>.
—Entiende que de los anteriores ya deben de tener suficientes.
No debía seguir preguntando, pero fue incapaz de contenerse:
—Entonces; ¿por qué siguen robándolos?
Shawn le miró directamente a los ojos.
—Sabes que no deberías... —cambió de idea—. Comprendo que te lo preguntes, pero ya sabes lo que pasa si...
El chico se echó a reír.
—¡Vamos Shawn! —le palmeó la espalda, quitándole hierro al asunto—. Esto te lo comento a ti por ser quien eres, no pienses que voy por ahí cuestionándomelo todo. Sólo digo que resulta un tanto paranoico que estemos llegando a estos extremos; ¿qué será lo siguiente? ¿Robar Esencias a los jóvenes que en el futuro vayan a pintarrajear una cabina?
Shawn soltó una carcajada, más tranquilo.
—Pues no lo digas muy alto o no tardarán en tenerlo en cuenta. Es la manera que tienen de guardarse las espaldas.
—Si tú lo dices... —Kleid miró su reloj y se dio cuenta de lo tarde que era—. Debería irme ya.

—¿Tan pronto?
—¿Pronto? Son osadas las once y mañana tengo que madrugar.
El científico se encogió de hombros  y suspiró.
—Eres un melodramático, Shawn. En un rato llegará el siguiente.
—Ya... Pero, ¿qué quieres que haga mientras tanto?
Kleid se echó a reír.
—Juega una partida en la vídeoconsola.
—Sabes que soy malísimo.
Kleid suspiró y se dirigió a la salida.
—No me entretengas más.
Shawn ya le iba a dejar marchar cuando se acordó de algo.
—Por cierto —dijo—, no habrás visto por ahí... algún contenedor sin propietario, ¿verdad?
—¿Un contenedor suelto?
—Me han desaparecido varios y no los encuentro por ninguna parte. Estoy preguntádoos a todos, pero nadie parece haberlos visto...
—Yo sólo tengo el mío y el de repuesto. Pero estaré atento —le aseguró Kleid. Después se despidió con la mano sin tan siquiera mirar atrás.
—¡Kleid! —le llamó Shawn.
—¿Y ahora qué? —preguntó el chico, dándose media vuelta.
Por respuesta, el científico le lanzó la piedra y el protovidente la recogió en el aire.
—Te lo dejabas.

Le dio las gracias y, esta vez sí, salió del laboratorio.
Al igual que el resto de los protovidente a, unos veinte en esos momentos, Kleid vivía en las últimas plantas del enorme edificio de Tempus Fugit. Allí, en más de mil metros cuadrados, se disponían de habitaciones privadas de los chicos, cinco baños dobles, dos grandes salones-comedores, una sala de gimnasia con toda clase de máquinas y una piscina climatizada en la azotea.
La habitación de Kleid se encontraba en uno de los extremos del largo pasillo. La puerta se abría mediante identificación personal, así se aseguraban de que ningún intruso pudiera entrar sin permiso. Contaba con lo necesario para vivir cómodamente: una cama amplia, una maravisión para sus cortos ratos de ocio y un armario en el que guardar sus pertenencias. Desde el enorme ventanal que había en la pared opuesta, podía observar la entrada principal del edificio. Sin duda era una de ls mejores habitaciones.
Como cada noche, se acercó a la pared y marcó con una equis el día en el calendario. Uno menos, pensó.
Se estaba desvistiendo cuando su teléfono móvil comenzó a vibrar. Le hubiera gustado poder desconectarlo aunque sólo fuese por una noche, pero una de las primeras reglas que le pusieron cuando comenzó a trabajar allí fue la de estar comunicado sucediera lo que sucediese y en las circunstancias que fueran. Disponibilidad las veinticuatro horas, que se decía.
—Kleid al habla —dijo al descolgar.
—¿Kleid? ¿Tío? ¿Eres tú?
El chico miró la pantalla de su teléfono para comprobar quién era. El número le resultaba desconocido.

—¿Quién eres?
—Soy Sam —al ver que Kleid no daba muestras de reconocerlo, repitió— ¡Sam!
—¿Sam? Tío, qué susto me has dado, por un momento creí que alguien de fuera había conseguido mi número. ¿Desde dónde llamas? ¿Y tu teléfono?
Sam era otro protovidente, un año mayor que Kleid. Se había encargado, en buena parte, de su información y, junto con Shawn, era lo más parecido a un amigo que Kleid tenía allí dentro.
—Me he metido en un lío... —respondió Sam. Su voz sonaba entrecortada.
—¿De qué estás hablando? ¿Donde estás?
Hubo un corto silencio, después respondió.
—En... en la avenida Principal, en la esquina junto al parque Conrad. Estoy utilizando un teléfono público.
—¿Y qué haces ahí? Métete en la primera cabina que veas y telepórtate aquí enseguida.
—¡No puedo, tío! ¡Es lo que te estoy intentando decir!
—¿Cómo que no puedes?
—Me han desconectado. ¡No funciona nada! Pongo la puta mano una y otra vez en la maldita pantalla táctil y no pasa nada, ¿me entiendes? ¡El teléfono se ha desconectado! ¡No me reconoce, tío! Tienes que ayudarme...
No te muevas de ahí.
—Oh, mierda...
—¿Sam?
—Mierda tío. Ya están aquí. Joder, ya están aquí... Me han encontrado. Dios, no. No...
—Sam, ¡no te muevas! ¡Voy para allá! Tardo unos...

La señal se cortó en ese instante.
—... minutos. ¿Sam? ¡¿Sam?! —gritó Kleid, impotente.
Tiró el teléfono sobre la cama con enfado y se quedó mirando su reflejo en el ventanal de la habitación.
¿Qué había sucedido? ¿Quién estaba persiguiendo a Sam? ¿Y por qué estaba tan asustado? Más aún, ¿qué era eso de que le habían desconectado?
Volvió a ponerse la camiseta rápidamente y salió de la habitación. No iba a quedarse de brazos cruzados mientras un compañero estaba en peligro.
Fuera por lo que fuese.

Tempus Fugit (Ladrones de almas) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora