CAPÍTULO II

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Hay ladrones a los que no se castiga,pero que roban lo más preciado:el tiempo.
~Napoleón I~

El futuro era algo relativo, y Kleid lo sabía.
Mientras andaba con paso ligero entre los enormes edificios de la ciudad, iba pensando en ello. ¿Cuántos humanos le habrían pedido clemencia de haber sabido lo que les iba a suceder?Seguramente, todos. Habrían rogado que no les robase su Futuro, que lo dejase intacto, que les permitiera vivirlo. ¿Y qué habrían hecho si Kleid hubiera sido lo suficientemente benévolo y estúpido como para darles esa satisfacción? Pues desperdiciarlo, como siempre. Habrían jurado tener más cuidado en adelante, por supuesto, pero no habrían tardado en romper su palabra.
Así eran los humanos: predecibles y mentirosos. Muy mentirosos.
El joven miró su reloj y apretó el paso. Se hacía tarde. En escasos minutos una adolescente de catorce años Cambiaría y Kleid debía estar allí para presenciarlo y llevar a cabo su cometido.

Kleid no era un joven corriente. Bajo su aspecto de chico atlético de diecisiete años con el pelo castaño claro y los ojos azules, casi blancos,se ocultaba en realidad la identidad de un protovidente o prohibid. Mitad humano, mitad androide, había sido semicreado para detectar los Cambios de las personas y poder robar así sus Esencias; el Alma de sus Futuros.
Le resultaba curioso con qué facilidad y libertad una persona pedía decirle a otra lo buen artista que sería de mayor, o lo bien que se le darían las ciencias, o lo lejos que llegaría en el campo de la mecánica. Como pedían, con esas simples palabras, modificar la Esencia de otro sin que ninguno de los dos lo percibiese. Cómo, con un poco de insistencia, cualquier humano cambiaba la suya en un abrir y cerrar de ojos. Había quienes se mantenían firmes, claro, quienes tenían Esencias tan arraigadas que sería imposible disuadirles para que cambiasen.
Pero, en general, los humanos eran tan volubles como una nube de verano y hacían cualquier cosa por contentar a otros.
Cualquiera podía haber soñado desde pequeño con ser el mejor bombero del mundo, con salvar vidas, con rescatar a personas... lo que fuese, daba lo mismo; en cuanto la persona adecuada le dijese que su futuro estaba en cuidar niños, se lo empezaría a plantear y terminaría por convencerse de que aquélla, y no la de ser bombero, era su verdadera vocación. Así de fácil, así de sencillo.
Pero no sólo en  el ámbito laboral se producían aquellas alteraciones de la Esencia, como Kleid bien sabía. También sucedía en relación con los estados de ánimo, en la forma de enfrentarse a los acontecimientos, en la ilusión o la desgana con la que las personas podían vivir sus vidas... A veces no necesitaban que nadie les dijese nada para que cambiasen su propia Esencia. Soplar las velas de cumpleaños y pedir un deseo, proponerse un nuevo reto para el nuevo año, dar el primer beso o descubrir que iban a ser padres eran algunas de las infinitas situaciones que podían ser propicias para el Cambio.
Por eso Kleid iba en busca de Sarah Gianni. Una joven de catorce años morena y de pelo castaño. Deportista. Alegre. Un tanto descarada y muy soñadora.
Su objetivo en la misión de aquella noche.
La Pitonisa, el ordenador central que registraba dónde, cuándo y a quién afectarían los Cambios, le había dado las coordenadas exactas y la hora oportuna en las que Kleid que estar dispuesto para efectuar el robo. No le daban más información; tampoco la necesitaba. Lo que después se hiciese con los Futuros, o los motivos por los que debía extirparlos, no eran de su incumbencia, aunque no por eso dejaba de sentir curiosidad.
El muchacho volvió a mirar su reloj. Contaba con diez minutos para llegar al parque Conrad. Echó a correr calle abajo hasta desembocar en la zona residencial de la ciudad; el lugar le resultaba más que conocido. La mayoría de sus misiones se le resultaba más que conocido. La mayoría de sus misiones se desarrollaban allí. A fin de cuentas, ¿quiénes iban a tener Futuros más prometedores que los ricos?
De un salto cruzó la verja que bordeaba el recinto y no se detuvo hasta llegar a la zona cubierta en mitad del parque. Allí, acuclillado detrás de los árboles y los setos, aguardó el momento oportuno.
El objetivo entró en su campo de visión a los pocos segundos. Un chico la rodeaba con los brazos mientras ella dirigía sus pasos hacia un banco próximo.

—¿Nos sentamos? —preguntó Sarah.
—Claro —contestó él.
Kleid puso los ojos en blanco. Llevaba años estudiándolos y todavía se veía incapaz de comprender el funcionamiento del amor. Las pasiones humanas le eran, en gran medida, ajenas.
Tan sólo la supervivencia, la desconfianza, el miedo y la venganza eran sus compañeras habituales. La piedad, el amor y la amistad eran sentimientos que veía a diario, pero que era casi incapaz de experimentar.
Daba lo mismo. No debía distraerse. Se obligó a prestar atención y a seguir oculto.
Sarah se acurrucó junto al chico y éste la abrazó con calidez.
Después se apartó de su pecho y la miró a los ojos.
—Estás guapísima —le dijo.
Ella no respondió, se limitó a sonreír.
Kleid se levantó unos centímetros y aguantó, todavía con las rodillas flexionadas.
—¿Has oído algo? —preguntó de pronto el chico.
—¿Qué?
<<¡Mierda!>>, pensó Kleid. Se acuclilló de nuevo y aguantó la respiración. Estaba demasiado cerca, podían verle si no tenía cuidado. Odiaba aquella faceta de los seres humanos: la de percibir con tanta facilidad que estaban siendo observados o perseguidos. En más de una ocasión le había acarreado problemas.
El joven del banco miró a su alrededor hasta estar convencido de que sólo había sido su imaginación.
—No, nada —respondió finalmente. Después acarició suavemente la mejilla de Sarah.
—Te quiero —le dijo.

—Yo también —respondió ella.
Y, lentamente, sus cabezas fueron acercándose hasta que sus labios se juntaron.
<<Ahora>>, pensó Kleid.
Amparado por las sombras se puso en pie y extendió su brazo derecho. A continuación abrió la Palma de la mano y de ella surgió un haz de luz violeta que cruzó la distancia que le separaba de la pareja hasta posarse en la frente de Sarah.
Un torrente azulado, aún más vigoroso que su propia luz violeta, deshizo el camino, llevándose consigo la Esencia de Sarah. Así se mantuvo durante unos segundos, absorbiendo su Futuro y guardándolo en el anillo que llevaba en el dedo corazón. Aquél era su trabajo; para lo que había sido creado.
Cuando la última partícula azulada desapareció dentro de su anillo, bajó la mano y la noche volvió a sumirse en la más absoluta oscuridad.
Ella ni se inmutó. Siguió besando al joven como si nada.
Pero cuando él se separó con una sonrisa en los labios, Sarah permaneció en la misma posición. Con la boca entreabierta y la mirada clavada en el infinito.
—¿Sarah? —preguntó—. ¿Qué te ocurre? —pero no obtuvo respuesta—. ¡¿Sarah?! ¡Sarah! ¡Despierta...! Oh, no, no...
Kleid vio cómo la zarandeaba e intentaba despertarla, atraer su mirada... lo que fuese. Nada de aquello serviría. Kleid lo sabía. Sarah permanecería el resto de su vida en aquel estado semiletárgico. No volvería a comer ni a beber si alguien no le ponía la comida y la bebida en la boca, ni volvería a andar si alguien no la llevaba del brazo, ni volvería a dormir si alguien no le cerrara los ojos.

No tendría más futuro que ése: envejecer sin vivir.
Era duro, incluso Kleid sintió cierta pena por la muchacha.
Una chispa de remordimiento quizás, nada preocupante. Sabía que no debía dejarse llevar por su parte humana; la androide era la que mandaba, y que quería que siguiera siendo así.
Se retiró en silencio para hacer la llamada reglamentaria.
Cuando estuvo a una distancia prudencial,sacó un diminuto teléfono móvil del bolsillo y seleccionó el contacto.
—Está hecho —dijo.
—Bien, vuelve inmediatamente —respondió una voz al otro lado. Rápidamente colgó y se dirigió a la cabina de tele porte más cercana.
A su espalda tan sólo se oían los gritos de socorro del chico en mitad de la noche, desesperado porque alguien, más que ayudarle, le explicase qué había sucedido.

Tempus Fugit (Ladrones de almas) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora