CAPÍTULO V

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El futuro nos tortura y el pasado nos encadena.He ahí por qué se nos escapa el presente.
~Gustave Flaubert~

Hanna se puso de pie tambaleándose. A su lado, el chico-aparecido-de-la-nada la miraba asustado mientras se limpiaba como podía la gravilla de las heridas. Sangraba por los codos y las rodillas, y tenía un rasguño en la cara, presumiblemente provocado por el choque.
—¿E... estás bien? —le preguntó Hanna, masajeándose las sienes. También se había hecho daño en el costado.
El chico respondió algo en un idioma extraño y después intentó levantarse, pero las piernas le fallaron y volvió a caer al suelo.
—Espera, espera... —le pidió Hanna, tendiéndole la mano.
Era un palmo más alto que ella y considerablemente más fuerte. Su piel y sus desarrollados músculos no le pasaron desapercibidos. Con todo, por las facciones de su rostro y su incipiente barba, dedujo que no debía de ser mucho mayor que ella.
Llevaba el pelo oscuro revuelto y más bien largo. Hasta entonces, Hanna no reparó en su extraña vestimenta, aunque no era ella la más adecuada para decir nada.

Parecía sacado de un microfilm de Historia, o de una película de esas que reflejaban los tiempos de la Primera Edad Media.
El chico señaló ansioso en la dirección por la que había desaparecido el tipo de la gabardina, ignorando la mirada de Hanna.
—¿Le estabas... persiguiendo? —preguntó—. ¿A él? ¿Al tipo ese? ¿Le per-se-guí-as? —si continuaba señalando con tanta insistencia, terminaría haciéndose daño.
El chico negó con la cabeza, incapaz de entender nada.
—No sé que me quieres decir... ¿De dónde eres?
Por respuesta, el chico empezó a hablar a toda velocidad en su extraña lengua, haciendo señas con las manos. Su voz era grave y suave, pero cuando se puso a gritar desesperado, Hanna se acuclilló a su lado y le tapó la boca.
—¿Quieres que venga la policía? ¡Deja de armar tanto escándalo!, ¿vale? Estoy tan flipada como tú, así que, por favor, dime dón-de vi-ves. ¿Dónde vives? —dibujó una casita en el aire para hacerse entender—. ¿Tu casa? ¿Dónde te llevo?
No sirvió de nada, el chico ladeó la cabeza con una expresión de absoluto desconcierto.
—Pues sí que la hemos hecho buena...
Pensaba dejarle allí, decirle que lo sentía mucho y que en breve llegaría una ambulancia, pero se contuvo por tres motivos:
Primero, porque el chico le daba verdadera lástima; segundo, porque no le entenderían; y tercero, porque quería saber quién era y de dónde había salido.
—Vamos, te llevaré a mi piso —dijo sin pensárselo dos veces—. Allí al menos podrás curarte esas heridas y descansar un poco.

El chico, por supuesto, no entendió nada. Se agarró a Hanna y ésta, con la otra mano, asió la destrozada bicicleta. Así fueron andando hasta el edificio, a un par de manzanas de allí.
—No sé cómo vamos a apañarnos en tan poco espacio—comentaba la chica subiendo la escalera principal—. Pero bueno, viendo la pinta que tienes, seguro que te conformas con un sillón y una manta, ¿a que sí?
El chico ni si quiera estaba escuchándola. Iba mirando ensimismado cuanto había a su alrededor. Parecía más tranquilo pensó Hanna.
Al llegar a la puerta del ascensor, le dejó entrar a él primero, después pasó ella y, por último, metió la bicicleta.
—Vale, allá vamos —apretó el botón de su planta y las puertas se cerraron. El chico dio un respingo a su espalda—. Tranquilo...
Cuando la cabina comenzó a moverse, el chico pegó un grito y se aferró al brazo de Hanna soltando una retahíla de palabras que más parecían una plegaria.
—No, no... Cálmate, es normal. ¿Lo ves? Estamos subiendo. Su-bien-do.
Bajo la escasa luz de la cabina, Hanna se percató de que tenía los ojos oscuros y grandes. Llevaba la cara tiznada y los brazos, sin apenas vello, estaban más desarrollados que los de sus compañeros de clase. ¿De dónde había salido realmente? ¿Sería posible...?
El ascensor se detuvo en el piso indicado.
—Hemos llegado —le dijo—. ¿Ves como no ha pasado nada?

Sacó la bicicleta y después le tendió la mano al chico para que se atreviera a salir. Cuando estuvo segura de que no haría ninguna cosa rara, se dio media vuelta y abrió la puerta de su piso con la llave que guardaba en el bolsillo del pantalón.
—Bienvenido a mi palacete privado —bromeó. Por supuesto, el chico no dijo nada.
El piso era de los más pequeños que se alquilaban en el edificio, y también el más barato. En parte porque se encontraba casi a ras del suelo y apenas le llegaba luz solar, en parte porque más bien parecía una habitación grande con una especie de almacén diminuto de comida y dos puertas que daban a un baño y a un dormitorio, respectivamente.
—Puedes acomodarte por ahí —le dijo Hanna, llevando la bicicleta al fondo del apartamento.
El muchacho comentó algo a su espalda. Hanna se giró y vio cómo cogía una lámpara de lava y se quedaba embobado mirando subir y bajar las burbujas de colores.
—Sí, ¿eh? Parece magia, pero es una tontería.
Aquél era uno de los pocos elementos decorativos que había en todo el piso.
—Humm... —Hanna se cruzó de brazos y le miró-. No podemos seguir así. Poco podré ayudarte si ni siquiera sé cómo te llamas.
Él la miró y se encogió de hombros. Su expresión era de absoluto desconcierto y preocupación. Las heridas seguían sangrando.
—Bueno, vayamos por partes —dijo Hanna—. De un segundo, acabo de acordarme de algo que podría venirnos de perlas...
La lámpara de lava le tenía tan entretenido, que ni siquiera contestó.

Tempus Fugit (Ladrones de almas) [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora