Encuentros no perdidos

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Annia

Caminaba por la acera de mi nueva cuidad... nuestro nuevo hogar.

De mi mano sujetaba a esa personita que formé con amor durante nueve meses dentro de mí. Ahora tenía tres años. El paisaje, adornado por el venidero invierno, era taciturno. Sin embargo nada era como antes. Mi vida había dado un giro de ciento ochenta grados en cuanto tuve que madurar para convertirme en madre.

Los llantos habían cesado. El vacío en mi corazón había sido abastecido por aquella pequeña criatura que en este preciso momento señalaba el parque a su derecha, en dónde otros niños jugaban.

A pesar del cansancio que sentía, y lo pesadas que estaban las bolsas, nos desviamos para poder disfrutar de lo poco que quedaba del atardecer.

Me concentré en mi teléfono, en dónde revisaba mi calendario para no olvidar nada importante. Cuando volví a levantar la vista, no vi a mi bebé en los columpios, en dónde le había visto por última vez.

Me levanté de golpe, dejando atrás las compras. Por un segundo el miedo me consumió, y recordé lo que sentí hace aproximadamente cinco años atrás, cuando perdí a alguien. No quería que aquello volviese a suceder. Mi hija era más importante.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos, nublando mi visión casi en su totalidad.

Al voltear, pude reconocer su abrigo rosado, e inmediatamente corrí hacía ella; se encontraba acariciando a un Pastor Alemán muy bien cuidado. La tomé en brazos, temerosa de que aquel canino pudiese herirla. El dueño apareció de inmediato, con una sonrisa, explicándome que no le haría daño, pero la segunda persona que se nos acercó me heló por completo.

Hasta que te olvideDonde viven las historias. Descúbrelo ahora