Abstenerme de esta tentacion

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Al menos te está prestando muchísima atención. ¿Quién sabe? Esta podría ser tu oportunidad para salir y divertirte como nunca. –¿Seguir adelante? ¿Por qué debería seguir adelante? – preguntó sakura–. Estoy bien donde estoy ahora mismo, muchas gracias. He terminado con los hombres. Del todo – colocó tres alfileres más en la virilidad del muñeco de mazapán. –Pero no todos los hombres son… –Aparte de mi padre y el señor Pendleton, los hombres son una pérdida de tiempo, dinero y energía –aseguró Sakura. Cuando pensaba en todo el dinero que se había gastado en deidara para ayudarlo a empezar otro negocio que había terminado fracasando… cuando pensaba en todo el esfuerzo que había puesto en su relación, la paciencia que tuvo con el compromiso de deidara de no tener relaciones sexuales antes del matrimonio debido a su fe para que luego terminara teniendo una aventura con una chica que había conocido en una página de citas de Internet. Sakura había pasado años a su lado dejando sus propios asuntos de lado para ser una buena novia y luego una buena prometida. Fiel. Leal. Dedicada. No. Seguir adelante significaría tener que volver a confiar en un hombre y eso nunca iba a pasar. No en esta vida. –Entonces… ¿quieres que le diga al señor petisú de chocolate que venga en otro momento? –preguntó Ino estremeciéndose al ver el muñeco de Deidara lleno de alfileres. –No. Voy a salir a verle. Sakura se quitó el delantal, lo tiró a un lado y salió al mostrador de su pequeña pastelería. El señor petisú de chocolate estaba mirando los pasteles y pastas del mostrador de cristal situado bajo la barra de la tienda. Cuando se dio la vuelta y la miró a los ojos, Sakura sintió en el pecho algo parecido a una descarga eléctrica. Parpadeó dos veces como hacía siempre que él la miraba. ¿Cómo era posible tener los ojos de un negro tan raro, con aquel tono gris rodeando el iris? Tenía el pelo negro con reflejos azulados naturales, como si hubiera pasado recientemente un tiempo al sol, y la piel aceitunada. Y era alto. Tan alto que tenía que agacharse para entrar en la pastelería. Pero era su boca lo que más llamaba la atención de Sakura. Por mucho que lo intentara, no podía apartar los ojos de ella. El labio superior parecía esculpido, y solo era un poco más fino que el inferior, lo que sugería que aquella boca sabía todo lo necesario sobre sensualidad. Era tan increíblemente masculino que hacía que los modelos de lociones para después del afeitado parecieran monaguillos. –¿Lo de siempre? –preguntó Sakura agarrando una bolsa de papel marrón. –Hoy no –afirmó él con su voz profunda y clara–. Esta vez voy a abstenerme de esta tentación. A Sakura se le sonrojaron tanto las mejillas que podía haberse cocinado en ellas. –¿Puedo tentarle con alguna otra cosa? «Mala elección de palabras». El hombre esbozó una media sonrisa. –Me pareció que ya era hora de presentarme. Soy Sasuke McClelland. Conocía aquel nombre. Sasuke McClelland, un playboy internacional, hombre de negocios de gran éxito y reputado mago de las finanzas. La casa de campo que Sakura cuidaba para el anciano dueño, el señor Pendleton, se llamaba McClelland Huchiha. La había vendido Madara McClelland a regañadientes cuando su joven esposa murió trágicamente, dejando atrás a un hijo de diez años. El hijo que ahora tendría treinta y cuatro años, exactamente diez más que ella. –¿En qué puedo…eh… ayudarlo, señor McClelland? Sasuke le tendió la mano, y tras un momento de vacilación, sakura se la estrechó. El roce de aquella piel masculina en la suya le resultó tan electrificante como una corriente de alta tensión. –¿Podemos hablar en algún lugar privado? –preguntó él. Sakura sintió de pronto que le resultaba difícil pensar, y mucho más hablar. Aunque apartó enseguida la mano de la suya, la sensación de su contacto seguía recorriéndole el cuerpo. –Ahora mismo estoy muy ocupada… –No te robaré mucho tiempo. Sakura quería negarse, pero era una mujer de negocios. Era importante mostrarse educada con los clientes, incluso con los molestos. Tal vez quisiera contratarla para hacer algún cáterin. Sería una tontería negarse a hablar con él solo porque la hacía sentirse un poco… desquiciada. –Mi despacho está por aquí –dijo sakura abriendo paso hacia el taller. Todas las células de su cuerpo eran conscientes de que él la seguía a unos pocos pasos. Ino alzó la vista de la tarta de cumpleaños infantil que fingía decorar con los juguetes de mazapán que sakura había preparado la semana anterior. –Voy al mostrador, ¿te parece? –dijo con una sonrisa radiante. –Gracias –Sakura abrió la puerta que daba al despacho–. No tardaremos mucho. Le gustaba pensar en aquella estancia como en su despacho. Pero ahora, con Sasuke Huchiha McClelland ocupando la mayor parte del espacio, le pareció una caja de zapatos. Sakura señaló con la mano la silla que había delante del escritorio. –Siéntese, por favor. –Las damas primero. Hubo algo en el brillo de sus ojos que la llevó a pensar en otro contexto completamente distinto. Sakura apretó los dientes y siguió sonriendo mientras tomaba asiento. –¿Qué puedo hacer por usted, señor McClelland? –En realidad se trata más bien de qué puedo hacer yo por ti –su sonrisa se tornó enigmática. –¿Qué quiere decir eso? –Sakuta le insufló a su voz un tono frío de hostilidad. Sasuke miró al taco de facturas que ella tenía sobre la mesa. Tres de ellas estaban marcadas con rotulador rojo, indicando que era el último aviso. Tendría que haber estado ciego para no verlas. –Corre el rumor de que estás pasando un periodo de dificultades financieras –dijo. Sakura mantuvo la espalda más recta que la regla que tenía sobre la mesa. –Disculpe si esto suena brusco, pero no entiendo qué tiene que ver mi actual situación económica con usted. Sasuke no apartó los ojos de ella. Ni siquiera parpadeó. A Sakura le recordó a un francotirador que estuviera apuntando al objetivo con el dedo en el gatillo.

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⏰ Última actualización: Sep 07, 2018 ⏰

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