¿Cuándo te vas? —preguntó Lexa, con la tristeza palpable en su voz, sus ojos llenos de una mezcla de amor y angustia.
Ahora. —respondió Clarke, su tono suave, pero la decisión clara.
Lexa asintió, pero en sus ojos, un océano de emociones luchaba por salir.
Lo siento.No tienes por qué. —dijo Lexa, su voz quebrándose un poco. Es tu gente, Clarke. Es tu deber... —una pausa, antes de añadir con más dolor— Por eso eres tú.
Lexa extendió su mano hacia Clarke, el típico saludo grounder, pero sus dedos temblaban ligeramente.
Clarke no dudó ni un segundo. Tomó su mano, pero en lugar de simplemente saludarla, la usó para acercarla a ella, atrayéndola hacia su rostro y besándola con toda la pasión y desesperación que ambas sentían. El beso fue suave, pero con una intensidad que superaba cualquier palabra.
Cuando se separaron, Clarke vio las lágrimas brillando en los ojos de Lexa. Quiso decir algo, pero las palabras no salían. Entonces, Lexa volvió a buscar sus labios, su desesperación evidente. Sin más, guiaron sus cuerpos hacia la cama.
Clarke terminó arriba de ella, sus corazones latiendo al unísono. Lexa no perdió tiempo, sus manos fueron directamente al trasero de Clarke, apretándolo con fuerza, como si temiera que la rubia pudiera desvanecerse en cualquier momento. Clarke, por su parte, empezó a besar con frenesí el cuello de Lexa, sintiendo la calidez de su piel, sabiendo que cada momento era único.
Fue Lexa quien, en un impulso, hizo que ambas rodaran sobre la cama, quedando ella por encima.
Se desvistieron lentamente, casi como si no quisieran que ese momento se acabara. Entre besos y caricias, se entregaron una a la otra, el amor y la pasión llenando el aire. Fueron almas gemelas, amándose como nunca antes.
Pero fuera de la habitación, Titus observaba en silencio, manteniendo a Murphy atado, mirando la escena desde su posición. Estaba colocándolo de manera que no hiciera ruido cuando, de repente, escuchó un gemido proveniente del interior.
"Ai hodness…"
Titus frunció el ceño, desconcertado. Nunca había oído a Lexa decir algo como eso. Ni siquiera cuando estuvo con Costia. Algo no estaba bien, y una duda se sembró en su mente. Sabía que el amor de Lexa era parte de una antigua profecía, pero lo que escuchaba lo hacía preguntarse si debía actuar. Por un momento, contempló la idea de acabar con Clarke para evitar que la profecía se cumpliera. Pero su conciencia se debatía, preguntándose si eso realmente evitaría el sufrimiento de Lexa.
Dentro de la habitación, Clarke acariciaba el tatuaje de Lexa, siguiendo con los dedos el contorno de los círculos en su piel.
"Es hermoso," —susurró Clarke, mirando con admiración los tatuajes.
"Lo hicieron el día de mi ascensión... Un círculo por cada natblida muerto.""Siete círculos... Pensé que había nueve noviciados en tu cónclave. ¿Qué pasó con el número ocho?" —preguntó Clarke, curiosa.
"Podemos hablar de otra cosa?" —Lexa interrumpió, con un leve temblor en su voz.
"O podemos no hablar." —Clarke sonrió levemente, y al instante, Lexa se inclinó hacia ella, besándola con intensidad.
Clarke, no pudiendo resistirse, comenzó a acariciar la cintura de Lexa, acercando sus cuerpos con un deseo palpable.
Lexa, abriendo las piernas para quedar más cómoda, descendió besando el cuello de Clarke, recorriéndola con sus labios y manos. Llegó a sus pechos, jugando con ellos brevemente, antes de continuar bajando hacia el sexo de Clarke.Con una destreza apasionada, Lexa comenzó a lamer y acariciar a Clarke con sus dedos, llevando a la rubia al borde del éxtasis.
"Más… más rápido." —gimió Clarke, sus palabras saliendo entrecortadas.
Lexa, al escucharla, intensificó el ritmo, guiándola hacia el clímax. Clarke, casi sin control, se rindió al placer, mientras Lexa no hacía más que acariciar su cuerpo con urgencia.
