La tarde recién comenzaba, el sol todavía se resistía a dejar paso a la luna. José, mientras subrayaba un libro fotocopiado de la facultad, se asustó al oír el incipiente ruido de su nuevo celular. Era la alarma, momento para cambiarse. Dejó el libro sobre la pila de apuntes amontonados que tenía de la facultad, sobre su escritorio personal y, esquivando la cama, comenzó a prepararse para salir.
Tardecita linda, pensaba para sí mientras cerraba la ventana de su pieza. El sol estaba hermoso, aunque declinante. Como quién se encuentra cansado.
Al salir de su habitación pasó por la de sus padres, ya que iba a avisarles que salía. No quería que se llevasen ningún susto. Y al entrar no encontró nada, simplemente la cama desorganizada con un pequeño rosario sobre ella. Raro.
- ¿Vas a salir? – en la cocina su mama estaba preparando unos creps.
- Si, voy a lo de Enrique.
Los padres de chico estaban asustados por el reciente suceso. Y se resistían a dejarlo solo. Era su único hijo, era su único retoño. Su mama había tenido ciertas complicaciones para tener un segundo hijo y no pudieron seguir creciendo como familia.
- No te preocupes – dijo el hijo mientras besaba la frente de su madre, de cabellos lacios y negros, alta pero un poquito más bajita que él-. Vuelvo cuando oscurezca. Si me invitan a cenar te aviso.
La madre rechinaba los dientes, pero no iba a impedir que su hijo siguiera viviendo. No podía encadenarlo a la cama. Al menos no por ahora.
José salió de la casa.
Eran las complicaciones de la vida que uno debía saber llevar adelante. Nuestro joven protagonista pensaba, al volar, que no podía dejar que por unos actos terroristas (y sobre todo por haber sido su escenario la capital porteña, bien alejada) interrumpieran su ritmo de vida. Su sana voluntad de vida.
Había sido raro aquello. ¿Quién atacaría Argentina? No era muy convincente que hubiese sido perpetrado por un grupo de islamitas radicales. ¡Si el Estado era de lo más débil, si la Nación no tenía posturas islamófobas! Había mezquitas y una pequeña comunidad árabe que profesaba aquella religión. La mayoría de ellos, los inmigrantes de hace cien años atrás, habíanse adecuado a la cultura y a la religión característica de Argentina, la religión católica. Pero los nuevos inmigrantes de Asia ya no se convertían, sino que llevaban su religión con engreimiento a todos lados, a la vez que los occidentales ya no levantaban con orgullo la cristina devoción. Discusiones de círculos viciosos de internet.
¿Subversivos comunistas que sólo desean ascender por medio de la fuerza? Ya no eran los antiguos hombres de izquierda que levantaban los puños contra el capitalismo por un plato de sopa y mejor acomodo a la vida, ni tampoco eran los fanáticos de izquierda que asesinaban a los que pensaran distinto. El comunismo argentino no existía como tal, eran intelectualoides que siempre se acomodaban a las líneas más liberales.
Y militares ni hablar. Era ridículo el simple planteo de aquello. Sin pies ni cabeza.
Sin cabeza... su conciencia comenzaba a levantar metros de altura para alcanzar las nubes con la sola imaginación de su persona... sin cabeza porque la rubia hermosa que viera el domingo pasado venia de frente, usando su celular, vestida con un hermoso buzo verde con tres flores en el pecho, que le quedaba un poco holgado, y un precioso jean oscuro. También un pañuelo azul que ocultaba desde su cuello hasta la nariz. Y sus cabellos rubios cual dientes de león los llevaba, por lo que podía ver, atados como una coleta.
Antes siquiera de cruzarse ella alzó la vista, a manera simple, sorprendiéndose con ver al chico que se le cruzaba, a aquel joven alto y bien vestido, con saco sport y un pañuelo que protegía el cuello del frio, de pelos negros peinados hacia un costado, en corte clásico.
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Por amor a la Patria
Aktuelle LiteraturMientras la Argentina sufre turbulencias internas, un joven estudiante de medicina pone a pruebas sus virtudes en los desafíos que le deparará su vida. Cuando la patria lo exige, aparecen sus héroes.