La semilla

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Esta historia comienza en un invierno típico de Adrogué, localidad de Buenos Aires. En esa localidad, año 2019, todos los vecinos se conocen muy bien, pero ésto no quiere decir que todos se lleven bien, ni que se hablen o saluden. Pasa que en Adrogué viven tantas familias que siguen sus vidas sin importar lo que pasa en la sociedad (salvo que les toquen los bolsillos) y otros a los que les importa mucho lo que pasaba en todo el mundo. Bueno, basta de cháchara, empecemos esta historia, que tiene como protagonista a un joven de 22 años llamado José María Cafferata. José es un chico alto, tez blanca y pelo negro. Es un chico al que siempre le gusta vestir bien, con pantalón de vestir o alguno de buena pinta, con camisa y blazer. Para la ocasión, iba vestido muy de entrecasa, pero más adelante sabremos el por qué. Por último, podemos decir que nuestro protagonista estudia medicina.

José, como todos los domingos, se dirigía a las diez y media de la mañana hacia la casa de uno de sus amigos, a comer el dominical asado tan esperado en la semana. Hoy le tocaba a él encender el fuego, una tradición de amigos en la que cada domingo uno distinto tiene que encenderlo.

José iba lo más campante caminando por las tranquilas calles de Adrogué, canturreando una canción de su cantante folclórico favorito, cuando ve del otro lado de la calle a una chica de tez blanca, con una melena rubia que revoloteaba jugando con el viento. Con su abrigo puesto, la chica caminaba en la misma dirección que José y al tener un gran pañuelo sobre su cuello y cutis, José no podía verle el rostro.

José sintió mucha curiosidad, aunque no le viera el rostro creía que aquella chica debía de ser muy bonita.

- ¿Qué hago? – pensaba José-. Aquella chica es muy bonita, sería una lástima no saber quién es... ¡Como sea! ¡Que los chicos me perdonen el retraso, pero yo voy a seguirla!

Y bueno, como ven José es un chico un poco raro, que haría cualquier cosa por una mujer. José empezó a caminar más lento y cuando vio que la chica ya estaba a unos cincuenta metros, cruzo la calle y quedo detrás de ella siguiéndola. Claro que José trataba de parecer bastante normal, pero le salía todo lo contrario.

La siguió tres cuadras, siempre José vigilando que ella no lo notase, hasta que pensó:

- Si sigue otra cuadra más, fue...

Y la siguió, pero sin la misma actitud, ya con un aire de derrota.

Y así fue como, al llegar a una plaza, doblo para la derecha y, para el asombro de José al doblar el también hacia la derecha, se encontró con una iglesia. La chica estaba entrando en ese preciso momento en la iglesia, junto con otras personas que al parecer la estaban esperando en la entrada. Aliviado, José dio media vuelta y regresó sobre sus pasos, para luego encaminarse hacia la casa de uno de sus amigos. Lo más curioso de todo es que al dar la vuelta se encontró con un chico, un poco más alto que él, que lo enfrento con una mirada penetrante y violenta.

- ¿Qué hacías siguiendo a aquella chica? – aquel chico parecia cuestionador.

- O, lo siento, creí que era alguien que conocía y traté de alcanzarla – mintió José-. No te preocupes, no pasa nada.

El chico se le quedo mirando en forma despreciativa y luego siguió su camino para dirigirse a la iglesia. José, por su parte, se rascó la cabeza y luego siguió su camino.

Al llegar a la casa de su amigo (una casa grande, con rejas adelante, una cochera y pintada de rojo) tocó el timbre y quedó esperando a que lo atendieran. De dentro de la casa salió un chico de casi la misma altura que José, vestido con jogging, una remera larga y una campera entreabierta. El chico tenía las manos negras, seguramente por el carbón. Buscó entre sus bolsillos y saco un llavero. Encontró la llave, la metió en la cerradura y le abrió la puerta.

Por amor a la PatriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora